Buscando el sol

 


El mes pasado, en honor al mes de prevención del suicidio, mi artículo trató de concienciar al lector sobre la mayor pandemia invisible de nuestros tiempos: la soledad. Hoy en día es mucha la gente que se encuentra sin ninguna razón para levantarse por las mañanas, y a largo plazo, conocemos las terribles consecuencias de ello. Por el contrario, esta vez he traído una historia de esperanza, de superación y sobre todo de fuerza de voluntad de la mano de una persona con una determinación superior a ella misma. Ella espera que este proyecto, además de para dar a conocer su historia, sirva también para romper algunos tabúes que aún recorren España y de los que poca gente se atreve a hablar abiertamente.

Son las 11.30 de la mañana y en Madrid hace un frío del que cala en los huesos. Estoy tomando un café en un pequeño bar al lado del Mercado de la Cebada, en La Latina, mientras espero que mi entrevistada llegue y me planteo cómo voy a plasmar en pocas líneas la cantidad de preguntas que me asaltan cuando pienso en su historia. Unos minutos después, llega a la que llamaremos Lola, con sus botines militares y su abrigo acolchado y se sienta en frente de mí. Pide otro café para ella y, con decisión y una sonrisa a prueba de dudas, me pregunta si empezamos. Me pongo a escribir, aún sin saber por dónde comenzar:

 

-      - Buenos días Lola, muchas gracias por venir y por prestarte a esta entrevista. Me gustaría empezar por el principio de tu historia, ¿Cómo apareció la figura del VIH en tu vida? ¿Y cómo lo superaste?

Bueno, en primer lugar, he de decir que yo no nací con VIH como tal, yo no superé el VIH porque nunca llegué a tenerlo. Lo que ocurrió en mi caso es que, durante el parto, mi madre me pasó los anticuerpos de esta enfermedad, pero no el propio virus, y con el tiempo estos anticuerpos desaparecieron de mi organismo. Es importante saber que el VIH no tiene cura, pero gracias a la ciencia y a la investigación hoy en día es una enfermedad crónica y las personas que la padecen pueden hacer una vida totalmente normal.

-      - ¿Ha afectado de alguna forma a tu identidad personal nacer con VIH?

No me afectó de ninguna manera porque yo era un bebé, por lo tanto, no me di cuenta de absolutamente nada.

-       - Sin embargo, has podido tener un contacto muy estrecho con este virus. ¿Cuál crees que es la concepción más errónea acerca de vivir con VIH? ¿Qué te gustaría que supieran los jóvenes sobre el tema?

Hay muchos pensamientos y creencias erróneas en cuanto al VIH, fundamentalmente por el desconocimiento y por el estigma social que lleva asociado. Cuando ocurrió el “boom” en los años 80 se asociaba esta enfermedad a las personas homosexuales y a los toxicómanos. A día de hoy, nadie sabe si alguien tiene VIH, no está asociado a ningún colectivo ni van con una etiqueta en la frente que les identifique. Son personas como otras cualquiera, y no, no contagian por dar besos y abrazos. El VIH se transmite por fluidos sexuales, por la sangre (por ejemplo, por una transfusión de sangre contaminada) y, en casos muy contados, en los partos. No se transmite, como piensan algunos, ni por la saliva ni por el sudor.

-       - Me has contado que tras superar esta enfermedad te detectaron un cáncer, realmente eres una superviviente. ¿Cómo lo viviste?

Mi historia es, desgraciadamente, de lo más típica. Con 13 años me diagnosticaron un cáncer “raro”, más concretamente un carcinoma adenoide quístico de la glándula submaxilar, y digo “raro” porque fui el primer caso en niños al que se tuvo que enfrentar mi especialista. Todo empezó por un bulto que me salió debajo de la mandíbula, el cual me dolía mucho y estaba duro como una piedra. Iba al pediatra y tras varios diagnósticos y tratamientos erróneos decidió hacerme una ecografía donde se descubrió el gran problema; a partir de ahí fue un no parar de pruebas y médicos, y cuando me quise dar cuenta estaba en quirófano y dándome radioterapia. Fue muy duro, pero 14 años después aquí seguimos, más sana que una manzana y embarazada de mi primer hijo.

En cuanto al cáncer, mi vivencia fue rara, al principio no tenía mucha idea de que estaba pasando, pero a medida que fui creciendo mi concepción de la enfermedad fue tomando forma, tanto que durante 4 años sufrí cancerofobia, bastante común en pacientes oncológicos. Como digo, a día de hoy estoy totalmente recuperada tanto física como mentalmente.

-       - Tras salir de este cáncer, ¿Cómo has vivido el tener una segunda oportunidad? ¿Qué ha cambiado en tu vida?

Se vive con mucho miedo a una recaída. Cuando ves que van pasando los años y las pruebas van saliendo bien empiezas a confiar otra vez en que todo saldrá bien. En mi caso fueron 12 años de revisiones, con algún susto que otro, pero afortunadamente quedaron en eso, en un susto. Hace relativamente poco el cáncer ha vuelto a formar parte de mi vida, no en mi propio cuerpo, sino en el de mi pareja, y ahora que estoy embarazada vuelvo a tener ese miedo y pienso en si mi hijo el día de mañana sufrirá todo esto. Es algo que no sabremos, así que solo queda disfrutar del presente.

-        -¿Algo más que quieras añadir?

Simplemente espero que te haya servido de ayuda, a ti y a todo aquel que quiera leernos. Recordad “tratad a los demás como os gustaría ser tratados”.


Decía Sir Charles Chaplin que algo tan inevitable como la muerte es la vida, y muchas veces, hace falta más coraje para pasar por la segunda que por la primera. Y quizás, la mejor definición del valor consista en eso,  no en dejar de tener miedo, sino sentirlo hasta la muerte y tenerse en pie de todas formas. Dentro de la geometría del caos, no es más fuerte el que esquiva los golpes, sino el que los recibe sin hacerle doblar las rodillas y sigue recorriendo el camino, como siempre, buscando el sol. 


Por María V. Pitarch.