Desnudarte delante de otra
persona es un acto extraño. Expones una parte de tu cuerpo que se encontraba
constantemente tapada, una porción de piel de la que nunca habías recibido
ningún comentario. Como ciudadano que ha pasado por el rito iniciático en que
consiste la enseñanza primaria y secundaria, habrás escuchado insultos sobre tu
físico o el de tus compañeros y sabrás que todo elemento de tu cuerpo que vea
la luz será examinado. Si te desnudas ante alguien de confianza sabes que
puedes tener suerte, dando con una persona amable que se limite a pasar por
alto tus defectos; en todo caso, a halagarte tímidamente. Sin embargo, si te
desnudas delante de un grupo de personas el pudor es casi asegurado. Numerosos
ojos en tu piel, tomando muestras de las imperfecciones, bultos y rojeces que
impregnan tu constitución. Ya no es posible confiar en la bondad de los demás,
el sujeto se hace masa, pierde su forma, y pronto adopta la de una flecha que
se dirige aguda e hiriente hacia ti. Quizá ni siquiera te llegue a tocar, pero
ante ese bloque que se te impone da lo mismo; la inseguridad brota, fresca y
renovada. La mirada del otro escuece, aunque no tenga boca, aunque no llegue a
verbalizar sus quejas, porque una cosa es sentirte orgulloso respecto a lo que
dejas ver de ti, otra muy diferente es conservar la entereza cuando cae el
albornoz y se exponen los recovecos más oscuros, esos que hasta ahora habías
ocultado.
Un complejo físico puede llegar a
definir la existencia de una persona, aquietando todo rasgo distintivo que
pudiera llamar la atención de esa masa puntiaguda. Incluso la personalidad más
arrolladora puede verse domada en un contexto en el que su inseguridad física
le haga sentirse inferior. Un complejo a veces refiere a una parte del cuerpo
que está oculta, de modo que podemos mostrarnos como personas fuertes, cuando
en realidad continuamos temerosos de que se descubran esas inseguridades. Este
modo de vida condicionado no solo se da debido a complejos físicos; las formas emocionales
y sus relativas inseguridades arraigan en nosotros tanto o más que la textura
de nuestra piel o la abundancia de nuestro pelo. También te desnudas cuando relatas
un episodio difícil de tu vida, también te ves expuesto al admitir que algo te
da miedo o al confesar un deseo. En inglés el que es vergonzoso es “embarrasing”,
palabra que tiene como equivalente el “embarazoso” del castellano. El que es
embarazoso provoca vergüenza, incomodidad, rechazo, es alguien que tenía un
embrión en su interior, algo que se moría por salir para mostrar sus
posibilidades, pero que recibe el golpe del análisis en cuanto ve la luz. Esa
masa que se nos enfrenta busca hasta la imperfección más escondida para criticarla.
Al desnudarte emocionalmente entregas a los demás algo que con toda
probabilidad no te habían pedido o, al menos, algo para lo que no estaban preparados.
Una vez te desprendes de ello te muestras incluso avergonzado ante tales
palabras de sinceridad; se las das al otro y en sus manos las encuentras sucias
y vanidosas, vuelves a ellas con repulsión. Llega a darte la sensación de que desvelar
lo que había bajo la superficie es como saltarte las normas de la conversación,
permitiendo que se introduzca en ella la incomodidad y el asco.
Hay una escena de la película Shrek
en la que el ogro está conversando con su compañero Asno. Este último le
pregunta por qué no soluciona todos sus problemas como lo haría un ogro,
matando a sus enemigos. Ante eso, el protagonista responde metafóricamente
contándole que los ogros son como las cebollas, no por el olor ni el asco que
desprenden, sino porque tienen muchas capas; un ogro no es solo la fachada
aterradora que conoce la gente. Shrek es alguien que ha sido rechazado por la
sociedad, que ha tenido que permanecer apartado de todos; se le considera feo y
asqueroso, tanto por fuera como por dentro. En esta intervención del ogro
observamos que Shrek mantiene cierta esperanza en que se le conozca de verdad.
Él sabe que no está limitado a dar miedo y a vivir solo, reconoce dentro de sí
mismo algo valioso que el resto aún no ha descubierto, de modo que le expresa así
a Asno que, aunque pueda llegar a ser muy desagradable, un ogro como él guarda
mucho más dentro de sí. Antes comentaba el horror que puede suponer desnudarte
emocionalmente y creo que un acto de apertura como ese no tendría por qué ser tan
traumático. No debemos normalizar el sentir escalofríos ante este tipo de
situaciones. Muchas personas han recibido poco más que burlas al conseguir el
valor de contar sus intimidades, algo similar a lo que le ocurre a Shrek. Asno
no entiende a qué se refiere, le parece que las cebollas son asquerosas, de
modo que le sugiere al ogro que se compare con algo más agradable para todos
como pueden ser las tartas.
Creo que este problema para expresarnos
ante los demás con sinceridad es aún más grave entre los hombres. De ellos se
espera una actitud fría ante los problemas, se considera que deben tomar las decisiones
dejando a un lado sus emociones. Cuando eres un chico te limitas desde que eres
pequeño a mantener una relación de colegueo con el resto varones; a veces
puedes llegar a comentar algo de una manera verdaderamente sincera, sin miedo a
expresar verdadero dolor, pena o ilusión, pero casi siempre te arrepientes al
instante de haberlo hecho porque ves que tus amigos no suelen tener las
herramientas para aconsejarte; responden con evasivas o restándole importancia
a lo que has contado. Me da la sensación de que una gran parte de nosotros ha
reprimido demasiado, viéndose empujado a tener ese tipo de carácter “fuerte” y
frío. Ello nos ha convertido o bien en seres con una sensibilidad mucho menos
rica, o bien en personas que han sentido siempre un conflicto interior debido a
su “excesiva” sensibilidad.
Cuando me pongo a pensar en
espacios donde sí haya verdadera confianza para hablar sobre lo que uno siente me
vienen a la cabeza ejemplos de mi experiencia personal. Doy así con dos ambientes
donde he sentido que las conversaciones eran abiertas y empáticas: los grupos
de catequesis en los que estuve durante mi adolescencia y las charlas de
amigas. El primer caso es algo controvertido, desde luego, pero creo que es un
buen ejemplo de a qué me refiero. Si bien es un contexto que puede dar pie a la
presión doctrinal y al rechazo, en ocasiones se convierte en un espacio en donde
existe una preocupación real por el estado emocional de los demás. Es cierto
que el caso al que yo me refiero venía reforzado por nuestra relación de
amistad, pero no se limita a eso: el hecho de que dedicáramos un tiempo a la
semana a sentarnos a hablar de una forma un poco más profunda propiciaba que
nos abriéramos mucho más. Esa costumbre de conversar pacientemente entre
nosotros nos sirvió para estrechar mucho más los lazos y para aprender a
escuchar cariñosamente. Actualmente no me considero una persona creyente, pero
recuerdo esas tardes de catequesis con cariño por la paradójica libertad que me
dieron para expresarme. El otro caso es también singular viniendo de mí, pues
hablo de las charlas de amigas. Creo que haber oído a mis amigas hablar entre
ellas me basta para saber que su relación es mucho más abierta que la que yo
haya podido tener con cualquiera de mis amigos hombres. La mayoría de ellas
están acostumbradas a incluir temas emocionales en las conversaciones del día a
día y, lo que es muy importante, a preocuparse por las demás sin esperar a que
expresen sus problemas. Esta dinámica permite que las relaciones se hagan mucho
más fuertes y ayuda a que nos sintamos verdaderamente acompañados. En ambientes
de este tipo es mucho más sencillo expresar tus dudas, tus deseos o tus miedos,
precisamente porque sientes que hay un clima de acogida que no tienes que
forzar tú.
No creo que estos dos casos sean los únicos en que existe ese tipo de ambiente, pero son los más significativos que yo he podido observar y me sirven para dar cuenta de que desprenderse de las capas no tiene por qué ser tan difícil. Mucha gente se siente como Shrek, muchos han ido ocultándose, poniendo cada vez más capas entre sus zonas vulnerables y el exterior. Al corazón de la cebolla solo se puede llegar con delicadeza, y si en algo tiene razón quién tiene miedo a expresarse es en que no debemos abrirnos de manera abrupta; hacerlo así solo nos hará daño. Es necesario encontrar ambientes seguros y empáticos, recordar que podemos ayudar a los demás si escuchamos con atención y tener en cuenta que esconder nuestros sentimientos puede llegar a hacer que se nos enquisten las dudas. Está en manos de todos favorecer esta clase de ambientes y tomar la iniciativa de crear comunidades donde la escucha sea sincera y cariñosa.
Por Jaime Cabrera González