EL VERDADERO MANIFIESTO – UN RECORRIDO ATÍPICO POR LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD TER (CAPÍTULO 5)


La pregunta era: ¿hay gente buena por naturaleza? ¿Existe pues el filantropismo innato? Y la respuesta que os doy es: sí, sí y sí. Existe eso y mucho más. De hecho, el filantropismo no es una condición excluyente con la del ser un lobo. Tú, en determinados aspectos de tu vida, puedes actuar en tanto que lobo, mientras que en otras tantas situaciones adoptar la actitud de la ovejita más solidaria del rebaño. No hay nada predefinido contra lo que tú no puedas luchar por cambiar; por muy dentro de ti que se hallen estas circunstancias endógenas que constantemente entran en conflicto entre sí. Lo que pasa es que, para combatir y moldear el ego que nos conforma por naturaleza y que nos atribuye nuestra faceta de lobo, uno necesita una hoja de ruta en la cual basarse:  ya sea una hoja personal o una hoja común a un grupo de personas. Este tipo de directrices son las que te permiten sentirte respaldado mental y/o socialmente y así poder tomar tanto decisiones cotidianas como otras más complejas y profundas con más soltura, confianza y fundamento (todo esto desde la relatividad del término fundamento/criterio, ya que la categorización de un fundamento como válido y congruente se basa exclusivamente en la adecuación de éste con la hoja de ruta que X persona toma como referencia en su día a día. Ej: la Biblia o X Constitución.) En cualquier caso, la segunda clase de hoja de ruta expuesta (“hoja común a un grupo de personas”) es la más fácil de seguir por el carácter innegable de seres sociales que tenemos los humanos, y, por tanto, se trata de la clara predominante en nuestras sociedades contemporáneas.

A día de hoy, esa hoja de ruta se concretiza en la mayor parte del mundo, como ya avanzaba en el Capítulo 2, en la Declaración Universal de Derechos Humanos. Por ende, la premisa de la que parte el humano en su modalidad filántropa se basa en hacer lo que él considere mejor para la sociedad en la que vive; extrayendo la definición del concepto “mejor” de la base ética que defina la moral social en ese momento y lugar concretos - es decir, actualmente, la Declaración Universal de DDHH. Es más, casi todo lo que consiguen estos filántropos se debe al hecho de que el ser humano en su estado actual, a diferencia de hace 80.000 años, puede concatenar pensamientos sensatos y razonables, compartirlos con otros seres humanos que apenas conoce, y conseguir que un número elevado de Homo Sapiens se pongan manos a la obra cooperando flexiblemente - ya sea en la cumbre climática de moda presidida por los líderes mundiales, a través de Amnistía Internacional en defensa de los derechos humanos del pueblo Sirio o en una colecta de alimentos organizada por la asociación filántropa por excelencia de su barrio. Pero claro, Mao Zedong, el líder más sanguinario del siglo XX (responsable de unos 70 millones de muertes), también concatenaba pensamientos “supuestamente” coherentes, ya que consiguió que el pueblo chino colaborase entre sí - bajo su mandato implacable y sin apenas decir “ni mu” - durante más de 25 años. O, al menos, estos pensamientos que mantenía eran considerados coherentes para él y para sus millones de seguidores.

Desde la proclamación unipartidista que realizó en 1949, tras derrotar a las fuerzas de la República de China, hasta su muerte en el año 1976, Mao fue el responsable de enormes represiones sobre la población china, destrucciones masivas de artefactos religiosos y culturales, además de causar innumerables muertes a través de la hambruna, el trabajo carcelario y ejecuciones estrepitosas. Y sí, seguía teniendo seguidores; y muchos. Al igual que Hitler, Stalin o Mussolini. Y al igual que tantos otros líderes que hoy día, sin la necesidad de cometer semejantes barbaridades (aunque muchos sigan haciéndolo), someten a los que dicen ser “sus conciudadanos” a condiciones humanas, políticas, sociales y económicas que dejan mucho que desear.

En definitiva, el quid de la cuestión es que, afortunada o desafortunadamente, hay que hacer mayorías para así conseguir que una idea, conducta o manera de ver las cosas se consolide como algo válido que pueda conformar la hoja de ruta que decidimos seguir cotidianamente. Vivimos en una sociedad de consenso y, queramos o no, el 100% de la población mundial nunca va a estar de acuerdo en todo (¡ni de lejísimos, siendo plenamente honestos!). Obvio es que existe la alternativa de atenerse a una hoja de ruta personal, emigrar hacia Nepal o la región del Tíbet (por poner ciertos ejemplos) y vivir una vida espiritual y solitaria en estos territorios, estableciendo así tu propia hoja de ruta personal. Pero claro, ésta será aceptable siempre y cuando no choque con las declaraciones de principios comunes apoyados y seguidos por el grueso de la población del lugar en el que te encuentres.

En cualquier caso, en los tiempos que corren, al ser las manifestaciones ético-morales de carácter personal infinitamente inferiores a las que revisten un carácter común y conjunto, no queda otra que trabajar sobre estas últimas con la esperanza de mejorarlas en aras de conseguir el bienestar de nuestras sociedades y sus entornos. Por consiguiente, cuanto más acerquemos posturas los unos a los otros, más fácil será vivir en concordia con nosotros mismos, con el prójimo y con el planeta Tierra en su conjunto. 

Por tanto, volviendo al ejemplo de China, si consideramos que las acciones realizadas por Mao Zedong en su día no estaban tan mal vistas porque era la manera de proceder del partido comunista a la que ya estaban acostumbrados amplios sectores de la población china y que, además, los movimientos revolucionarios existentes no conformaban una mayoría suficiente para derrocar al líder en cuestión, debemos concluir que - por lo menos, desde una perspectiva interna - poco podían hacer los ciudadanos chinos contrarios al régimen; y poca prosperidad hubiera tenido cualquier intento minoritario de alterar el orden vigente (véase, como ejemplo representativo, “la masacre de Tianamen” que data de 1989, cuando ya ni estaba Mao en el poder).  

No obstante, si una gran mayoría de chinos, incluidos numerosos militares - clave en este tipo de reivindicaciones, ya que muchas veces la regla de las mayorías se ve destruida por la negativa a la insubordinación del aparato coercitivo de un Estado -, hubiese puesto en cuestión la manera de proceder del Gobierno chino, se habría creado un estereotipo, costumbre o norma (llamadlo como queráis) que dijera que matar, destruir y abusar es malo, y que hacerlo conlleva X consecuencias disciplinarias. Seas quién seas y tengas la razón que tengas: es malo por el mero hecho de que contraviene la razón de ser del ser humano y sus derechos personales inalienables.

Pero ¿qué derechos? ¿Qué es un derecho? ¿No estábamos en una isla desierta? En la isla no podemos tipificar delitos que atenten contra derechos humanos, ya que no existen ni Parlamentos, ni Constituciones, ni leyes, ni nada por el estilo que recoja dichos derechos o tipifique susodichos delitos. Pero, hasta donde mi mente inquieta llega, puedo afirmar con bastante certeza que no estamos en dicha isla. Vivimos en un mundo donde las actuaciones que la mayoría de la sociedad considera totalmente contrarias a la ética, la moral y a la dignidad del ser humano deben de estar tipificadas; es decir, recogidas en el Código Penal correspondiente como una conducta ofensiva que acarrea una condena correspondiente. Y así sucede, no solo en el ámbito de las conductas más graves, sino también en la regulación jurídica de nuestro día a día. Los Estados de Derecho son parte de nosotros. Les guste o no a la minoría. Preguntad si no a ese 48 % que votó “Remain” en el plebiscito del Brexit en junio de 2016…

Vivimos de las mayorías y ellas de nosotros. Ahora bien, los límites territoriales que definen las distintas poblaciones indudablemente condicionan el posicionamiento de dichas mayorías.  Pero es para ello mismo que se crearon las organizaciones territoriales: para delimitar ciertos territorios de otros, concediendo así una soberanía propia a cada terreno deslindado y, por tanto, facilitando la toma de decisiones políticas en función de los territorios creados. Pero no. Esto no siempre lo eligieron las mayorías. Es más, la gran mayoría de Estados-naciones que hoy día creen en la regla de las mayorías - es decir, en la bien conocida democracia - fueron convencidos de ello en su día por una minoría poderosa.

Por consiguiente, ¿debemos, a día de hoy en el mundo occidental, retroceder en el tiempo y seguir tomando decisiones según le complazca a una minoría poderosa? O, por el contrario, ¿debemos adecuarnos a los tiempos y a la moralidad actual dejando, pues, todo en manos de una mayoría ciertamente menos cualificada pero más representativa que una simple élite oligárquica? ¿Y si la verdadera solución pasara por la búsqueda de un camino hacia la creación de un nuevo sistema político-social en el que tú y yo, ciudadanos de a pie, tuviéramos una participación mucho más activa en las decisiones trascendentales que incumben nuestras respectivas vidas y las de nuestros seres queridos? Y si os propusiera una tecnocracia respaldada y amparada en todo momento por una participación ciudadana activa, ¿qué me diríais? ¿Esto sería factible en la sociedad capitalista actual? ¿Parece una propuesta realista o tan solo una mera utopía carente de sentido?

Sí. Desarrollaré todo esto que planteo si mi salud mental post-veraniega me lo permite. Cuestionarse las cosas es magnífico, pero puede llegar a ser dañino si uno no sabe ponerle límites. Por lo que, de momento, lo dejo todo. Todo en las manos de los pocos que me leéis. Si de algo os sirve. A mí, hasta ahora, me ha servido de mucho. Pero necesito un buen y merecido descanso mental. Porque sí. La salud mental es indispensable. Y lo indispensable se cuida y se mima. Esa es mi única verdad absoluta en esta vida. ¡Buen verano, y a disfrutar al máximo... que para eso estamos!


Por Rubén Serrano Alfaro