EL VERDADERO MANIFIESTO – UN RECORRIDO ATÍPICO POR LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD BIS (CAPÍTULO 4)



¿Dónde lo habíamos dejado? Hmmm… en la isla… ¡es verdad! Retomemos, entonces, nuestro recorrido desde ahí mismo: “Hhhsjssksekeksjensje…” “EH?” “Whatyasaying?” “My lenguaje no marche pas.” ¿Pero cómo va a funcionar? Habíamos dicho que estábamos en una isla desierta, ¿cierto? La Torre de Babel jajajaja ¿Os lo creéis? “Qué sé yo…” afirmarán. El origen de los idiomas es indudablemente un reto complicado de entender. Pero bueno, siempre que estés rodeado de otros seres, la comunicación tiene que acabar por establecerse. Sea a través de gestos, gemidos o lo que nosotros comúnmente llamamos “palabras”. Pero si te hallas en tal isla y sin nadie a tu alrededor, ¿con quién vas a desarrollar esas habilidades? ¿Con los animales que convivan en los aledaños? Muy probablemente acabarías ideando una forma de comunicación, aunque básica, suficientemente útil para desenvolverte en este entorno hostil lleno de especies de animales cuya principal y más pertinente regla de conducta es la “ley de la jungla”. Y en tu caso, necio y vulnerable Homo Sapiens, ¿cuál sería tu objetivo primordial?
 
Considero que la respuesta es bastante obvia: sobrevivir - sin perjuicio de que ciertas corrientes filosóficas de reconocido prestigio difieran al respecto. Desde mi humilde ignorancia, creo fuertemente que la supervivencia es el primer y último instinto del ser humano, sin la necesidad de estar condicionado por una sociedad externa alguna. La supervivencia, lo queramos o no, siempre va a estar presente en lo más hondo de nuestros cuerpos.  Si no consiguieras cazar animales, acabarías por alimentarte de lo que encontrases a tu alrededor (plantas, frutas etc.). El agua, por su parte, la obtendrías de ríos o lagos que pudiera haber. Y sí, ¡estoy convencido de que podrías sobrevivir! Solo es una cuestión de adaptación. Pero una vez que establecieses tu simple e inocente vida, empezarías a reflexionar y cuestionarte ciertas cosas (consciente o inconscientemente). Así hemos sido creados. ¿Por quién? “Yo que sé”, nos diría Puchito. Pero lo que es ineludible es nuestra fisiología: tenemos un cerebro único, incomparable con el de cualquier otra especie del mundo animal. En contra del mito que dice que usamos solo el 10% de nuestro cerebro, y que la comunidad científica lleva años desmontando, numerosos neurólogos de reconocido prestigio afirman que, mediante nuevos aprendizajes, haciendo lo que uno disfruta y teniendo hábitos saludables, no solo se puede usar el 100% del cerebro, sino que además se le puede sacar provecho al 100%.

Dicho esto, ni sacando provecho al 50 % de tu cerebro, te aseguro que llegarías por darte cuenta de que quieres algo más en esta isla desierta. En otras palabras, saciar de manera más completa tu ego hambriento. Igual, si llegaras a plantearte la posibilidad, hasta buscarías algo fuera de la isla. En cualquier caso, lo que es indudable es que, de una manera o de otra, el ser humano (tú en este caso) siempre quiere más y (casi) siempre para él. Vivamos donde vivamos, hagamos lo que hagamos, pensemos como pensemos. Es condición humana, aunque subsanable. ¿Al 100 %? Lo dudo. Pero sí en cierta medida, siempre y cuando el entorno en el que uno se encuentre contribuya a ello. No obstante, nuestras sociedades pasadas y presentes solo han fomentado el querer más. Los fenicios, allá por el siglo XII a.C, estaban locos por entrar en la Península Ibérica. Y ya ni os digo los cartagineses: sus materias primas, su comercio primitivo, sus vidas, su todo. Más, más y más. Pero para ellos. Y ese “ellos”, cada vez, se componía de menos y menos personas…

Pero ¿por qué se reduce? Porque cuando uno se percata de que tiene la posibilidad de reducir el margen de componentes del grupo al que pertenece, la regla general es que estará tentado a hacerlo en favor de su propio beneficio.
 
Yo no estoy del todo de acuerdo con la afirmación que en su día hizo Hobbes (“El lobo es un lobo para el hombre”). Lo que sí creo, y fuertemente, es que en el estado de naturaleza el hombre por sí solo busca su beneficio individual. Igual no hasta el nivel contemplado por el inglés, pero de la manera en la que está concebido nuestro cerebro, éste siempre antepone el “yo” antes que el “nosotros”. Y esto se acentúa si, una vez desarrolladas tus capacidades cognitivas e instalado en el estado civil (como contraposición al estado de naturaleza), ves que los que te rodean hacen lo mismo que tú, alcanzando hasta niveles más estrepitosos: sin rumbo alguno, con una clara falta de conocimiento de sus verdaderas esencias, y con el exclusivo objetivo de colmar la eterna codicia de sus respectivos egos.
 
Hobbes pensaba que un leviatán (una fuerza superior) era necesario para establecer el orden en la sociedad y así corregir esta condición humana que podía llevarnos a nuestra propia destrucción en todos los sentidos. De momento, ya hemos estado bastante cerca en ciertas ocasiones de la historia (véase, “La crisis de los misiles en Cuba”), y lo estaremos cada vez más si seguimos tratando al planeta de la manera en la que lo hacemos en la actualidad.  
 
Obviamente, para la época de Hobbes, su doctrina filosófica era ciertamente juiciosa. Sin embargo, hay algo con lo que su premisa no contaba; algo de extrema importancia: las excepciones. Las excepciones a la regla. Sí. Sin ellas, muy probablemente, no estaríamos aquí. Porque son las excepciones las que rigen el desarrollo y el aguante de nuestras sociedades. Por lo tanto, ¿esto quiere decir que hay gente buena por naturaleza? ¿Existen entonces los filántropos?
 
Para contestar a esta pregunta, considero que lo más adecuado es citaros para el próximo Capítulo, poniendo así fin a nuestro recorrido atípico por la historia de la humanidad, y con ello la esperanza de sacar ciertas conclusiones ilustrativas. Entre tanto, como ya es costumbre - casi cristalizada en norma consuetudinaria - os animo a que os cuestionéis las cosas.
No os creáis nada de lo que aquí escribo. ¡Verificadlo y contrastadlo todo por vuestra cuenta! See you soon…


Por Rubén Serrano Alfaro