EL VERDADERO MANIFIESTO - UNA INTRODUCCIÓN REAL BIS (CAPÍTULO 2)

 


Sí. No. No. Sí. No sé. Quizás. Bueno, sí. Basta ya de escepticismos. ¿Control y unión? Ahí nos quedamos, ¿verdad? Procedamos, pues, a poner la guinda.

 

Una sociedad unida. Sí. Una sociedad unida no serviría solo para la obtención de consensos, sino también para poner consciencia sobre el control indirecto que la misma sociedad ejerce sobre nosotros, y, consecuentemente, intentar subsanarlo sin poner en peligro la salvaguarda de nuestro planeta. Pero, si es la propia sociedad la que ejerce el control, ¿cómo vamos a unirla? ¿No supondría dicha unión un estrechamiento del pensamiento encaminado hacia una sola ideología predominante? No. O, por lo menos, no necesariamente; siempre y cuando dicha unión se trabaje desde todos los estratos y grupos poblacionales y consista en la escucha activa, el respeto y la tolerancia. Y no, compañeros, no es más tolerante el que más libertario se considera, ni el que con mayor mimetismo recrea los patrones y creencias establecidos por corrientes ideológicas que se autodenominan socialmente liberales, pero que a su vez desprecian los que discrepan de su propia concepción de libertad. Por no hablar del término igualdad, ¡que tanto llena las bocas de nuestros políticos y conciudadanos!

 

Basta. Basta ya de esa superioridad moral en la cual se respaldan tantas facciones ideológicas que dicen abogar por una defensa férrea de todo tipo de libertades, pero que luego solo apoyan las causas que les son más convenientes. Tratárase de una lucha que no contribuyera a sus propios intereses y beneficios personales, se sacudirían el polvo y tacharían el pensamiento, idea o movimiento en cuestión de liberticida, racista y/o machista. El hablar de boca para fuera, que tanto caracteriza a los que, a día de hoy, dicen ser los verdaderos progresistas, es el combustible del que se nutren las corrientes de pensamiento más radicales y extremistas.

 

Por ello, debemos crear un sentido de comprensión y compasión conjunta, que complemente la escucha, la tolerancia y el respeto mencionados más arriba. Porque el verdadero respeto que uno se gana en la vida se basa, fundamentalmente, en la tolerancia comprensiva y compasiva que uno muestra en sus relaciones con los demás. De nada sirve dar discursos ideológicos democráticos, liberales, igualitarios y equitativos si luego no nos aplicamos el cuento en nuestras esferas personales. “Respeten y serán respetados sin problema”; solo así podremos avanzar hacia la unión sin la necesidad de someter a la población a una sola manera inequívoca de pensar y de ver las cosas.

Dicho esto, siempre tendrá que haber, claramente, unos principios morales y éticos que rijan al grueso de la población y que nos veamos abocados a respetar. Y, ¿cómo deben ser éstos establecidos? Pues las experiencias históricas pasadas nos son de gran ayuda para poder esclarecer las reglas de conducta que más benefician al interés general de la humanidad. La mismísima Declaración Universal de Derechos Humanos, aprobada por la ONU en 1948, puede ser un muy buen comienzo si se usa de manera efectiva y no solo de manera superficial, como se lleva haciendo hasta hoy. Ciertamente, esta Declaración no contenta ni a todos los regímenes existentes en la actualidad, ni a todos los sectores de la población, ni mucho menos al infinito número de colectivos y grupos étnicos presentes en la faz de la Tierra. Sin embargo, haciendo uso de la bien conocida doctrina filosófica del utilitarismo - que establece que la mejor acción es la que produce la mayor felicidad y bienestar para el mayor número de individuos involucrados y que, además, maximiza la utilidad - podemos concluir que, por lo menos en la sociedad presente, dicha Declaración puede servirnos sobradamente como base ética de cómo debería ser nuestra moral. Claro, todo esto suponiendo que lo que verdaderamente busquemos sea el progreso, sosiego y unión del mundo y de todos sus componentes. Y, tú, ¿qué buscas?

 

Desafortunadamente, a día de hoy, caminamos o, mejor dicho, corremos hacia la desunión. Ya en 2018, el Centro Pew Research, que mide históricamente la polarización en la sociedad norteamericana a partir del tamaño de la brecha de la aprobación que hacen los dos principales partidos políticos al presidente, afirmaba que EE.UU. estaba ante unos niveles de polarización jamás vistos. Es más, en consonancia con esta esta afirmación, el sondeo que el Centro llevó a cabo ese mismo año corroboró lo augurado: el 78% de los americanos entrevistados decían no poder estar de acuerdo ni siquiera en puntos fundamentales con quienes tenían una visión política diferente a ellos. Estaría interesante hacer un estudio similar en España para que pudiésemos ver con números, dado que parece ser que es lo único que nos impacta, la brecha tan grande presente en nuestra sociedad más cercana. ¿Cómo pretendemos, pues, contribuir a una mejora de la sociedad si no somos ni capaces de mantener una conversación amistosa con alguien que piensa distinto a nosotros?

 

Porque sí, la polarización, la crispación y los extremos son malos. Y si no me creéis, tan solo os invito a indagar un poco y veréis que, durante la historia de la humanidad, pocas alegrías han derivado de estos factores. Adolf Hitler se alzó de manera democrática como Canciller alemán allá en el año 1933, cuando la sociedad alemana estaba completamente partida a raíz del “crack del 29” y las duras consecuencias aún palpables del Tratado de Versalles. Ciertamente, no estamos ante una situación idéntica, pero la crisis económica por la que está atravesando gran parte del mundo en esta “nueva normalidad”, sumada a la indudable fractura de cada vez más sociedades democráticas, pueden ser claros indicadores de que, o las cosas cambian, o el futuro cercano que nos espera puede depararnos muchas desgracias y desventuras inimaginables hoy en día. Por no hablar de los daños irreversibles - si muchos de ellos no lo son ya - que una sociedad desunida perpetuándose en el tiempo puede causar al medioambiente.

 

Hasta que llegue el día en el que tomemos conjunta y mayoritariamente ese paso. El salto hacia la unión y, consiguientemente, hacia la mejora de la sociedad. Ahora bien, os propongo una cosa, ¿por qué ese día no puede ser hoy? ¿O mañana? ¿O en una semana? ¿O en un mes? ¿O en un año? El cambio está en nuestras manos, y la “Revolución” se aproxima. Una revolución pacífica en la que todos seremos bienvenidos, indiferentemente de nuestro color político o de piel. Tan solo nos hará falta voluntad, persistencia y ganas de hacer de este mundo un mundo mejor. Y de ello os convenceré; o, al menos, esa será mi intención. Del verdadero mundo. Del Verdadero Manifiesto. Nos vemos prontito para el Capítulo 3….

 

Por Rubén Serrano Alfaro