El pueblo vencido

Muchos hemos escuchado alguna vez la expresión popular "El pueblo unido jamás será vencido", pero quizás nunca nos hemos parado a buscar de dónde proviene. Resulta ser el título y el estribillo de una canción compuesta por el músico chileno Sergio Ortega junto al grupo Quilapayún. Fue interpretada en directo por primera vez en 1973 y la historia de su composición incluye hasta unos sextetos de Brahms.

Pero hoy me quedo con la frase en sí. En cierto modo es una utopía porque rara vez todo el pueblo está unido, aunque es verdad que si el pueblo es capaz de mantenerse unido en unos acuerdos básicos, ahí sí que es inquebrantable. Hoy el pueblo no está unido. Ni el pueblo español ni la comunidad global, como ahora se llama al mundo entero. Estamos muy desunidos y eso nos pone en peligro de estar vencidos como pueblo. Nuestra desunión es el resultado de nuestro propio egoísmo, nuestra necedad y nuestro cainismo. Pero viene prefabricada por una combinación en la que una parte la componen los medios de comunicación. 

Nos han ofrecido una comida rápida, apetitosa y excitante que nos hace consumirla sin poder parar y sin detenernos a mirar bien de qué está compuesta. Y sin darnos cuenta, nos encontramos discutiendo ardientemente con desconocidos en Twitter que nos cuestionan si somos realmente demócratas (¿quién tiene el test para saber si eres demócrata de verdad o no?); o con contactos de Facebook, cuestionándonos cómo es posible que esa persona que es tu amigo o conocido, o tu familiar, pueda pensar de esa manera tan contraria a ti si hasta ahora nunca lo habías notado. Fácil: antes no hablabas de política con estas personas. En primer lugar, porque no era un tema importante. La realidad, entendida como eso que los medios de comunicación deciden publicar, no te obligaba a posicionarte. Y ahora sí. Y en segundo lugar, las redes sociales no estaban tan extendidas ni eran tan accesibles. 

Se da la paradoja de que, según el mundo se ha ido globalizando, el individuo, quizás por temor a quedar diluido en un todo tan inmenso, se ha ido individualizando, volviéndose cada vez más egocéntrico, consciente de que con tal cantidad de servicios y comodidades a mi alrededor no puedo sino exigir tener todo lo posible. Y eso incluye la razón. Nos hemos creído que tenemos razón. Todos. Y así es difícil alcanzar acuerdos. Porque nos hemos creído, también, que ceder es de débiles. Hablamos en tono de discusión, con el objetivo de ganar la batalla. Y todo lo que no sea ganarla, es perder. Es mostrar debilidad. 

La otra parte de la combinación que nos ha llevado a esta situación está en los políticos. Hace unos meses, Pablo Iglesias decía en el Congreso que no podía ser que los medios de comunicación tuvieran más poder que el Gobierno. Lo siento, Pablo, pero puede ser y lo es. Es más, no estoy nada de acuerdo con la regulación por ley de los mismos. Creo que si los medios tienen tanto poder es precisamente por los políticos, que los han estado utilizando para darse bombo durante mucho tiempo y ahora no saben cómo controlarlos. Hace tiempo tuve oportunidad de conocer a un jugador de fútbol famoso y me explicaba que la prensa del corazón te respeta siempre que no entres en su juego. Si tú la usas para ganar algo de dinero, mediante unas fotos de veraneo, para presentar a tu pareja, etc., luego no vas a poder pedirles que no publiquen esas fotos comprometidas. Has entrado en la rueda, lo siento. 

Los políticos hace tiempo que entraron en la rueda. Y no creo, en realidad, que estén a disgusto en ella. Asumen su papel de jugadores en una partida a varias bandas. Se asume que un escándalo político, independientemente de su veracidad, puede dar al traste con la carrera de un compañero. Mala suerte. Y toda esta vorágine que nos lleva a alterarnos con la política como antes no hacíamos y a que las posturas estén cada vez más enfrentadas tampoco les va mal. La polarización ha llegado para quedarse al menos una temporada. Cuando asomó por primera vez, los partidos tradicionales flirtearon con ella. Error. Pablo Casado dijo hace unas semanas que el multipartidismo es lo peor. No, Pablo, el problema no es que haya más de dos o tres partidos con representación en el Parlamento. El problema es que, habiendo partidos extremos por ambos lados, los dos principales partidos del país no hayan sabido jugar la partida y hayan coqueteado con esas drogas, atractivas pero peligrosas, como todas, pensando: yo controlo...

Como decía, la polarización ha avivado el debate y lo ha alejado de lo verdaderamente importante: la gestión y los ciudadanos. Pero en ese circo mediático político retroalimentado, los partidos han visto la oportunidad de ganar votos. Han vaciado el debate político de decisiones y lo han llenado de descalificaciones y brindis al sol. Con todas las cámaras y micrófonos mirando y escuchando, con el piloto rojo encendido. Así, las formas han ganado al fondo. Lo importante es tener razón, no por qué la tengas. Lo importante es ganar el combate, no cómo lo hagas. Y en esto no caben medias tintas. Toda discusión se resume en un conmigo o contra mí. Y los moderados, los que saben templar el ánimo, los que pueden estar de acuerdo con ideas de unos y otros, son morralla a la que hay que eliminar. No interesa la moderación ni el centro.

Porque en el centro un centro amplio es donde el pueblo puede estar más unido. Porque el pueblo unido jamás será vencido. Y nos quieren vencidos.

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P.D.: ¿Puede el pueblo vencer y no ser vencido? ¿Podemos conseguir cambios? Podría parecer que en el reciente fracaso de la SuperLiga de fútbol hay un buen ejemplo, aunque evidentemente ha ayudado que ni gobiernos ni medios de comunicación la apoyaran. 
Pero tenemos otros ejemplos de manifestaciones constantes que han acabado provocando cambios. La clave es que en el sistema democrático la soberanía es popular. Cedemos el poder a los políticos pero es una cesión con vuelta. Tenemos el voto, tenemos la manifestación. Tenemos la soberanía. Tenemos que creérnoslo.


Por Fernando Santos