NAMBLA y los apelativos del terror




‘Shoot your local pedophile’ fue la frase con la que algunos colectivos se manifestaron tras el estreno en la plataforma Netflix de la película francesa ‘Cuties’ y, con esta, el estallido del escándalo.

Dice su descripción: "Amy tiene 11 años y se queda alucinada con un grupo de baile de chicas. Para unirse a ellas, empieza a explorar su feminidad, desafiando las tradiciones de su familia". Pese a lo escueto, es posible intuir lo que se esconde detrás. Amy, preadolescente franco-senegalesa, pertenece a una familia tradicional musulmana en la que se educa a los niños en los valores de su religión y cultura. Al entrar en la pubertad, conoce a un grupo de niñas adelantadas a su edad que forman un grupo para participar en competiciones de twerk, o, como lo llamamos en España, ‘perreo’. Para unirse a esta banda, la niña se enfrenta a su madre y desafía las normas de su hogar, comenzando a mentir, robar y faltar al respeto a sus mayores.

Pocos días después de su estreno, la plataforma Netflix es obligada a sustituir esta descripción. No pasó demasiado tiempo hasta que tuvo que disculparse públicamente ante las acusaciones de incitación a la pederastia que se extendían como la pólvora en redes sociales contra ella, más que fundamentadas para quien haya visto el largometraje. Tan solo en el casting para la película, se hicieron pruebas a 650 niñas de once años para verlas bailar y posar como mayores de edad ante los ojos de adultos atentos que observaban con minucioso detalle.

Tras este evidente escándalo, comienzan a hacerse públicas en redes sociales cuentas que difunden contenido erótico de menores. Poco después el NY Post hace pública la noticia con la que saltan todas las alarmas: Twitter se niega a borrar este contenido porque no viola su política de privacidad. ¿Existe realmente una trayectoria de sexualización de los niños pequeños? ¿Desde cuándo sucede esto? ¿Es demasiado tarde para detenerlo?

La palabra pederasta hace alusión a aquella persona que abusa sexualmente de menores que no han llegado a la pubertad. En la misma línea, la pedofilia se refiere únicamente a la atracción erótica o sexual por un niño, aunque no termine en una agresión. La APA habla de ellos como personas a partir de los 16 años que se sienten atraídos por una persona al menos cinco años menor que ellos. Aunque este trastorno parafílico no sea oficialmente diagnosticado hasta finales del siglo XIX, se trata de una enfermedad tan antigua como el hombre. Sin embargo, lo que supone una auténtica novedad es la organización política de estos sujetos para reclamar reconocimiento y, es más, derechos.

El movimiento político pro pederastia se funda oficialmente en los años 50 en los Países Bajos. No tarda en extenderse a otros países europeos como Francia, Alemania, Reino Unido o Dinamarca, formando pequeños núcleos de escasa importancia y representación social. Pero no es hasta finales de los años 70 cuando uno de estos grupos cobra auténtica y preocupante importancia.

En 1978, se funda en Norteamérica NAMBLA, o Asociación Americana por el Amor entre el Hombre y el Niño. Radicada en Nueva York y San Francisco, se opone a que exista una edad legal de consentimiento para tener relaciones sexuales. Insiste en poner fin a la opresión que sufren los niños y adolescentes para que puedan explorar libremente su sexualidad, como si se pudiese pensar que para un menor de 5 años de edad es una prioridad vital. La misma llega a mandar una carta a la ONU, pidiendo que se elimine de la lista de trastornos sexuales la pedofilia y se reconozca como opción socialmente permitida. Con la misma finalidad, NAMBLA pretendió incluirse como una orientación sexual más, intentando su efectiva incorporación a las asociaciones de Gays, Lesbianas, Bisexuales y Transexuales de cada país. El colectivo LGTB niega de forma absoluta tener ninguna relación con estos grupos y llama a romper cualquier tipo de vínculo con estos. Son pocos los que hoy en día continúan en esta organización, pero llegó a ser conocida como la mayor organización pro pederastia del mundo.

En julio de 2006, El País publica ‘Holanda legaliza un partido que defiende la pederastia’. Efectivamente, el partido conocido como Partido del Amor Fraternal, la Libertad y la Diversidad, o PNVD, incluye entre sus pretensiones rebajar la edad de consentimiento sexual de los 16 a los 12 años, legalizar la posesión de pornografía infantil y la zoofilia, además de poder emitir pornografía en la televisión pública durante el día, reservando para la noche aquella que tenga contenido violento. ¿Es esto mínimamente legal? Según mi opinión, no solo debería ser ilegal, sino que es contrario a la salud y seguridad pública. Pero los tribunales holandeses tomaron una postura distinta, al argumentar en sus sentencias que la libertad de expresión es esencial en una sociedad democrática, y con ella, la de crear partidos políticos. Corresponde, por tanto, a sus votantes juzgar cada programa. El tesorero del partido asegura que es necesario abrir el debate público en torno a la pederastia, ya que, ‘la prohibición solo genera mayor curiosidad’. Dejo a opinión del lector qué acciones se deberían tomar contra este individuo.

Ante esto, asalta la siguiente pregunta. Si la mayor parte de los ciudadanos, en un futuro hipotético, abrazasen el programa de este partido, ¿solo por el hecho de tener respaldo social debería permitirse como algo lícito, ético o moral? ¿como una opción sexual más? ¿No existen unos límites a la libertad? ¿Es justo que estos sujetos gocen de respetabilidad social? ¿Realmente un niño tiene discreción de juicio como para saber qué supone tener relaciones sexuales y acepte tenerlas con un adulto?

Para terminar, me gustaría abrir el debate con una última reflexión. En 2017, en el artículo publicado por la BBC ‘Los pedófilos que no quieren abusar de los niños’, se entrevista a Adam, que se define a sí mismo como pedófilo anti contacto, y denuncia de forma pública que no exista ningún tipo de apoyo psicológico para estos. Habla de sí mismo como un tipo marginado en la sociedad por tener que ocultar su condición de MAP, o Minor Atracted Person. Afirma que la atracción de un pedófilo va mucho más allá de lo físico, ya que, cuanto más pequeños son los niños, mayor es la conexión emocional con ellos. Pide que se normalice socialmente que algunos pedófilos jamás tocarían o harían daño a un niño, que se sienten aterrados con la mera idea de hacerlo, y que no suponen una amenaza.

Un antiguo profesor de derecho penal me dijo en una ocasión que ‘el pensamiento no delinque’. Probablemente, si lo hiciera, muchos estaríamos condenados ya a varias cadenas perpetuas. Sin embargo, nadie puede estar seguro de no materializar sus deseos en un momento de debilidad si tiene recursos y ocasión para hacerlo. Por lo tanto, la pregunta es: ¿Qué medidas se deberían tomar para que esto no pase jamás? ¿Existe realmente una forma de proteger a los niños si conviven con estas ideas?


Por María V. Pitarch