Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunism…ERROR. Austria-Alemania debe volver a la gran Alemania madr…ERROR. Ser o no ser, esa es la cuestió…ERORRRRRRRR. Todo es una mentira. Bueno, no seamos exageradamente pesimistas en esta época de extrema sensiblería personal y colectiva. Reformulemos la frase pues: casi todo lo que leemos, vemos y escuchamos son falsificaciones de la realidad objetiva más pura… ¡si esta de verdad existe! Hemos alcanzado un punto, en este siglo XXI en el que vivimos, en el que el pensamiento crítico está al borde de la extinción. Siglo tras siglo hemos sido manipulados desde arriba para no pensar, para no cuestionarnos el significado de las cosas, para no detenernos de repente y empezar a creer que todo lo que ocurre a nuestro alrededor es una farsa.
Un cerebro en una cubeta, un cerebro en una jarra… ¡llamadlo como queráis! Esta teoría - basada en la hipótesis del genio maligno que ideó el filósofo René Descartes - nos propone un experimento mental en el que debemos imaginar a nuestro cerebro funcionando fuera de nuestro cuerpo. Mientras que el hipotético cerebro está reposando en una cubeta llena de agua, se le conectan unos cables provenientes de una supercomputadora con el objetivo de transmitirle la información almacenada en esta. De dicha manera, la supercomputadora consigue proporcionar al cerebro diversos y numerosos impulsos eléctricos, todos ellos idénticos a los que recibiría un cerebro en condiciones normales. Y seguramente os preguntaréis, ¿cuál es la finalidad de todo esto? Pues muy simple, afirmarían los precursores de esta teoría: permite a los programadores de la supercomputadora moldear la realidad transmitida a las neuronas del cerebro de la manera que más les plazca.
Al principio, suena bastante irrealista - y, efectivamente, lo es. No obstante, si nos paramos a pensarlo, nuestro día a día mantiene una gran semejanza con este hipotético experimento. Desde el segundo en el que nacemos, gran parte de lo que hacemos en nuestras vidas está controlado: lo que comemos, cómo vestimos, lo que estudiamos, lo que hacemos en nuestro tiempo libre, nuestras relaciones, nuestro trabajo, etc. Por control no me refiero a que se coarten tajantemente nuestros derechos fundamentales - los comúnmente aceptados en la sociedad actual, por lo menos - o a que se nos coaccione de tal forma que veamos nuestra libertad de obrar ampliamente limitada, como auguraba Orwell en su bien conocida distopía 1984; sino a un control que se consolida sobre nosotros de manera implícita y encubierta. Es decir, por mucho que intentemos plantear y examinar las situaciones en las que esté presente este control, no es tan fácil descifrarlas, ya que nuestra percepción de la vida ha venido encuadrada desde el momento en el que nacimos. Obviamente, todo ello sin perjuicio de la especie de realidad paralela en la que muchos de nosotros - que no todos - nos encontramos metidos desde hace casi un año a raíz de las cada vez más duras, extensas y coercitivas restricciones impuestas por las autoridades que nos gobiernan y, como bien es trilladamente sabido, traen causa de la pandemia inédita generada por la COVID-19. En cualquier caso, también he de excluir del control descrito anteriormente a los estados totalitarios que siguen existiendo en la actualidad (Corea del Norte y, probablemente, Eritrea) y a ciertas dictaduras férreas, ya que estos directamente no muestran preocupación alguna por ocultar el sometimiento cuasi completo ejercido sobre sus respectivas poblaciones.
La evolución de la humanidad ha permitido que se forje una sociedad en la que los patrones de actuación del grueso de la población están más que definidos. Es más, de los patrones que sustentan la sociedad actual - cuyo núcleo duro ha sido esculpido con el paso de los siglos por una minoría poderosa e influyente - nacen otros, dependiendo del momento económico, social, político o sanitario en el que se encuentre el país, región o continente en cuestión. Esto lleva a que se establezcan, constantemente, subpatrones (derivados de los patrones originarios) que estamos exigidos a seguir - por mucho que sea de manera indirecta, y no nos percatemos de ello. Y en el momento que uno intenta deshacerse de tales esquemas, se encuentra siendo considerado un marginado social, un rarito, un idealista, un wannabe…en pocas palabras: un forastero de la sociedad capitalista. Y, salvo contadas excepciones, pronto llegan las penurias ligadas a la no valoración del que decide tomar un camino aparte del señalado: desprecios, incomprensiones, depresiones, impagos, insolvencias, tentativas de suicidio. Por no hablar de los que acaban frente a un tribunal de justicia o, aún peor, enterrados bajo tierra.
Ahora bien, la reflexión que acabo de hacer es, posiblemente, una reflexión bastante común en la actualidad. Claramente, no seré yo el único que se haya dado cuenta de dichos sucesos. No obstante, el conformismo, la falta de actitud y esfuerzo, y la postergación presente en la sociedad actual no ha fomentado en absoluto el cambio de sistema que deberíamos estar intentando hallar para combatir este condicionamiento implícito que nos inserta la sociedad y que acaba rigiendo gran parte de nuestras vidas.
En EE. UU. estaban hartos del establishment y de que todo fuese igual; y hace 4 años invistieron a un populista: el mismísimo Donald Trump. Seguramente, más de uno de sus votantes se tuvo que hacer una reflexión similar a la que hecho más arriba. “Nos condicionan para que pensemos y vivamos de una manera… ¡pues yo no quiero! Votaré a Trump, ya que promete romper con toda esta estructura que procura mantener y controlar el orden establecido”, diría, hipotéticamente, uno de sus votantes. ¿Fue votar a Trump, pues, la solución al sistema anticuado, injusto y corrupto del que se quejaba un sector amplísimo de la población americana? ¿Es el populismo la llave del cambio? Afortunada o desafortunadamente, me temo que no. Es tan solo otra de las muchas maneras que tenemos de desquitarnos de nuestras inquietudes más acuciantes, con lo que ello puede conllevar. Desarrollo a continuación.
Imaginemos. La cosa va mal: la situación económica no es la ideal (subidas de impuestos, inflaciones descontroladas, salarios reales estancados), los problemas sociales van en aumento y muchas familias no llegan a final de mes. Estamos extremadamente preocupados, ¿verdad? Pues busquemos la solución. Claro, nosotros somos meros ciudadanos, por lo que, ¿cómo nos vamos a exigir eso? De eso que se encarguen nuestros líderes. Porque, a fin de cuentas, ¿quiénes rigen los Estados de Derecho? Los Gobiernos sometidos al control de los Parlamentos, ¿verdad? Pero, aun así, ¡que no se nos olvide que la soberanía reside en el pueblo, eh! Es decir, en nosotros. O eso se puede leer en tantísimas Constituciones actuales. El pueblo cede la soberanía al Estado, y, por ello, en países como Estados Unidos, esa cesión de poder plasmada en las elecciones presidenciales de 2016 puede llegar a ejercer de grito de cambio. Nosotros los ciudadanos gritamos, y vosotros los políticos cambiáis las cosas.
Sin embargo, en el caso de EE.UU, la exigencia de ruptura con el sistema anterior fue demasiado poco elaborada. No era nada más que un chillido enfocado a oír las cosas que más apaciguaban a los ciudadanos americanos, indistintamente de su sencillez o banalidad. Pero esto pasa en Estados Unidos, en España y en mil sitios más: con tal de oír lo que queremos oír, ya lo demás nos es indiferente. Queremos respuestas simples y palabras claras. No obstante, la efectiva y concreta puesta en práctica de estas palabras no nos supone tanto malestar. Al fin y al cabo, hemos oído que se van a crear 100.000 empleos durante el primer trimestre de este año, y eso mantiene nuestra conciencia tranquila. Si lo dicen, ya lo harán. ¿Qué más da cuándo? Lo importante es que dicen que lo harán. ¡Uf!
En Estados Unidos la gente estaba harta del mismo sistema de siempre, de las mismas desigualdades año tras año, y cuando salió un candidato como Trump, que proponía “hacer a América grande otra vez”, la gente se abalanzó a votarle. Muy probablemente muchos de sus votantes no sabían ni en qué consistía su programa electoral. Pero qué importaba, oye, ¡Trump traía el cambio de la mano! ERORRRR. Cuatro años después, y con datos inequívocos de lo que había sido el mandato del Sr. Trump, más de 74 millones de americanos volvieron a lanzarse a las urnas a darle sus votos. Y sí, queridos amigos, así se rige nuestra sociedad. Creemos, seguimos y apostamos por cualquier cosa que nos transmita un mínimo de seguridad. Y cuando la situación lo requiere, en muchas ocasiones, no pensamos, analizamos y deliberamos lo suficiente. Preferimos dejarnos llevar. But hold on a sec, ¿y si la alternativa a todo esto tampoco fuera nada mejor? Paciencia. Ya lo trataremos. En cualquier caso, en lo que interesa ahora, citar nombres como Daniel Ortega, Viktor Orbán, Vladimir Putin o Nicolás Maduro suena a unas míseras gotas de agua en una sociedad actual que, desgraciadamente, va en busca de los extremos. Primo Levi, escritor italiano y superviviente del Holocausto, afirmaba que “cada época tiene su propio fascismo”. Y la nuestra no es menos. Indudablemente, no debemos caer en el error de vaciar de contenido un término que tanta historia lleva a sus espaldas. Sin embargo, debemos estar alerta. La amenaza es real. Llamémoslo fascismo, polarización mundial o crispación de nuestra sociedad. Pero lo que están obteniendo líderes como los mencionados anteriormente es una ruptura sustancial de la sociedad, del “supuesto” modelo democrático que tanto hemos tardado en construir.
El problema, como ya avanzaba más arriba, es que no solo son los líderes citados los que fomentan la desunión de sus respectivos países sin preocuparse más que de su bienestar personal, sino que, en una gran mayoría de países del mundo, gobiernan presidentes y primeros ministros corruptos, los cuales solo buscan el poder y el bien propio, además de tener unas bases morales fuertemente guiadas por el enriquecimiento político. Y, ¿qué decir de la clase política? Desafortunadamente, aunque con ciertos matices, se resume en lo mismo: beneficio personal y poder. Y sí, estoy seguro de que muchos de nosotros nos percatamos de estos sucesos. A pesar de ello, a día de hoy, tan solo una escasa parte los de ciudadanos actúa de tal forma que pone en entredicho la calidad de la democracia mundial, erosionada cada vez más por las prácticas de este tipo de gobernantes y la clase política que les rodea. En todo caso, aunque los verdaderos y efectivos cambios estructurales de la sociedad han de comenzar desde abajo, necesariamente deberán acabar arriba para que sirvan de algo. Si no, de nada habrá servido el esfuerzo invertido. Pero, de momento, nadie toma el primer paso. O, por lo menos, quienes lo toman raramente llegan hasta el final. ¿Qué nos frena para no luchar por un mundo mejor? ¿El miedo o la indiferencia? Una minoría tomando primeros pasos consigue andar. Una mayoría tomando primeros pasos, corre. Pero para conseguir mayorías, primero hay que unir a la sociedad.
Lo logramos. Control y unión. Obtuvimos los dos elementos claves que sustentarán este Manifiesto en forma de mini ensayo. Un control indirecto ejercido por los patrones y subpatrones que la propia sociedad ha ido adoptando con el paso de los años, y una unión anhelada para hacer frente a este condicionamiento implícito de la población - el cual, indudablemente, beneficia a una minoría poderosa que se ha ido encargando, durante la historia de la humanidad, de establecer las reglas del juego en nuestra sociedad. En otras palabras, la unión societal como forma de combatir este control imperceptible para los ojos humanos, pero extremadamente presente en nuestro día a día.
Ya solo me queda citaros para dentro de un par de semanas, y así poner fin a esta introducción del Verdadero Manifiesto. En el Capítulo 2 pondré en relación los dos elementos obtenidos con el único fin de producir una reacción química cognitiva que permita allanaros el camino de la comprensión. Mientras tanto, os propongo que vayáis planteando qué interconexiones constatáis entre dichos elementos… ¡si es que verdaderamente las hay! See you soon...
Por Rubén Serrano Alfaro