Fotografía de Alba Bernabé: @alba.bernabe |
Nunca me he considerado una persona celosa, pero sí he experimentado esa sensación. En esa espiral, leer a Emma Goldman fue bastante enriquecedor. Para los que nunca hayan oído hablar de ella, nació en 1869 y fue una activista anarquista de origen judío. Su padre quería que ella contrajese matrimonio, algo que no estaba en sus planes, y principalmente por este motivo emigró a EEUU. A los 16 años comenzó a trabajar como obrera textil, estuvo casada durante unos meses y empezó a comprender que no tenía ningún interés en la vida del hogar, ni mucho menos en ser madre o esposa de nadie. Publicó sus primeros escritos en la revista Mother Earth y después de ser encarcelada en varias ocasiones por agitadora, por distribuir material sobre la contracepción o sus ideas antimilitaristas entre otras cosas, en 1919 fue deportada a Rusia. Además, en 1936 colaboró con el gobierno español republicano en Londres y Madrid durante la Guerra Civil y murió en Toronto en 1940.
La imagen que se tenía de ella, y que sigue permaneciendo, no es de gran reconocimiento. Su papel propagandístico dentro del movimiento anarquista se considera relevante, pero su figura no se reavivó hasta mediados de 1970, cuando se recuperó el interés sobre los aspectos de su obra centrados en la emancipación de la mujer. Además de su dura crítica a la primera ola del feminismo y su enfoque, que no se puede descontextualizar, se atrevió a poner palabras y abrir un espacio de reflexión sobre los celos que considero un muy buen punto de partida. Deja plasmadas muchas ideas que se pueden remodelar y matizar para nuestra época actual. Para ella los celos eran “El mal más prevaleciente de nuestra mutilada vida amorosa”, que abren paso a la mentira, el engaño y, en sus palabras, a la traición y la muerte. No consideraba los celos como algo innato, cosa que se sigue investigando dentro de las teorías evolucionistas, y pensaba que los que se ceñían a opinar que sí lo eran, carecían de mecanismos para profundizar en ellos.
Apuntó acertadamente a que los celos suponen una lógica de posesión sobre otra persona, no les concedió ápice alguno de naturalidad y los atribuía a un comportamiento narcisista. Son “el resultado artificial de una causa artificial”. Entre sus causas expuso la concepción tradicional de familia, la monogamia impuesta, la defensa del derecho de propiedad y, finalmente, su enemigo principal, el matrimonio -“De ahora en adelante son uno en cuerpo y alma”-, que quedaba absolutamente descartado de sus objetivos; en resumen, el conglomerado cultural en el que había crecido. Partiendo de su visión general, se deduce que los valores en los que una se ha criado son el primer punto crítico y, más que narcisismo, que considero que puede ser una consecuencia, una de las principales causas de los celos suele ser la inseguridad propia. Pero lo que me parece reseñable es que su enfoque de las relaciones que hoy podríamos denominar sanas deben empezar por, además de la confianza mutua (que quizá es más obvio o se presupone), distinguir claramente a los individuos como ente completo y no dependiente de otro para desarrollarse. Cada una cultiva su propio espacio, sus ideas, su intimidad, todas cosas que pueden ser compartidas en términos de igualdad, para crear algo conjunto que sume y no permita que la persona se difumine.
No sé si alguna vez habrás experimentado celos, pero puede parecer una sensación visceral, invasiva e incontrolable. Tras un análisis exhaustivo de esa sensación se va vislumbrando una raíz psicológica, sinónimo de que ese sentimiento corrosivo puede perfectamente desaparecer. Me gustaba pensar que existía alguna clase de botón que podía poner en posición off para poder volver a un estado de calma, pero ahora sé que eso sería contraproducente. “Enfrentar” o “superar” los celos tiene que empezar por ser una decisión consciente, en la que lo importante es la voluntad de mirarse por dentro y empezar a desentrañar una gran maraña de cosas aprendidas y enquistadas, que abruma como mínimo, y asusta al más envalentonado al iniciarse en la tarea. Cualquiera, en cualquier tipo de relación que establezca con otras personas no está exenta de generar o sentir muchas variantes de los celos, y ¿cómo podría estarlo?, al fin y al cabo forman parte de nuestras creencias y cultura desde los mitos griegos. Se desarrollan libremente desde que persisten estigmas y desde que somos lanzados a lo más profundo de una cultura competitiva, individualista y de parches a corto plazo. A estas alturas de la película no creo que sea necesario analizar el tópico de los celos románticos, que ahí están y nunca son síntoma de afecto; tampoco ninguna conducta violenta, egoísta o represiva puede ser justificada por una mala gestión del mito.
Aprender a racionalizar y desprenderse poco a poco de estas sensaciones es un proceso que califico de imprescindible. Además, conseguirlo no es equivalente a permitirse el lujo de ir dejando pilas de cadáveres emocionales ni mucho menos, pero eso es otro tema. Las relaciones se cuidan y se mantienen por muchas razones, creo que una de las más importantes es que aportan y potencian. Los celos son solo un elemento destructivo y para cuidar un lazo hay que tomar una decisión y ponerse a ello. Porque, como bien decía la compañera Clara en su artículo, la amistad no se mantiene por fuerzas sobrenaturales o inercia y los celos tampoco van a hacerte el favor de desaparecer.
“Los celos son un medio inútil para preservar el amor, pero es un medio bastante útil para destruir el respeto hacia nosotros mismos”
Por Elena Zaldo