Historia de una vida eterna

– Si pudieras vivir para siempre, ¿lo harías?

Hay momentos que cambian el rumbo de tu vida. Un eres una persona como cualquier otra, y al siguiente se te acerca un extraño con la pregunta más estúpida que has oído en la vida. Te ríes y le das coba. Hay formas peores de pasar una tarde vacía. 

– Eso que me ofreces es imposible. 

– No te he preguntado si es posible o no. Te he preguntado si lo harías.

Debo reconocer que siempre he tenido una fascinación morbosa con la muerte y la vida en el más allá. Desde que era muy niño he hecho preguntas. Mi abuela debió creer que iba para sacerdote e hizo lo posible para responder a mis extrañas dudas. Pero nunca sentí que sus explicaciones me dieran una respuesta satisfactoria. Si el Dios de los cristianos es bueno hasta el infinito y desprecia a los hipócritas, ¿cómo puede existir algo como el infierno? ¿Y qué posibilidades tenía yo de librarme? El día de mi noveno cumpleaños, mis padres me regalaron un grueso tomo que contenía historias mitológicas de todo el mundo, y yo me sumergí en él con avidez en busca de las respuestas que no me daba la religión de mis mayores.

De entre todos estos relatos, había una leyenda griega que me fascinaba y atemorizaba a partes iguales: La historia de Tántalo y Sísifo. Estos eran dos antiguos reyes que, por su comportamiento terrible hacia los hombres y los dioses, recibieron una condena en el más allá acorde con sus actos en vida. Tántalo se encontraba de pie en un lago, bajo un árbol repleto de frutas; pero cada vez que intentaba bajar la boca para beber o elevar la mano para comer, tanto el agua como la fruta huían de su alcance. Sísifo se veía obligado a empujar una pesada roca colina arriba, solo para ver cómo rodaba hacia abajo cuando estaba casi en la cima y se veía obligado a repetir el proceso.

Estas leyendas me impresionaron por su cruenta creatividad. No podía dejar de imaginarme las escenas, una y otra y otra vez. Cómo rodaba la piedra colina abajo. Cómo desaparecía el agua en la tierra negra. Cómo se reían los dioses.

Luego crecí. Con el paso del tiempo acabé por ver estas historias por lo que eran: cuentos de niños. La muerte de nuestro cerebro marca el final de nuestra cognición, y por tanto de nuestra existencia. No hay San Pedros ni Satanases. No hay tortura eterna.

Pero era tentador pensar, aunque fuera por unos segundos, que podía librarme de tener que comprobarlo en persona algún día. Así que le seguí el juego. 

Y desde ese día, no puedo morir.

No sé si fue la decisión más estúpida de mi vida, o si fue la mejor, o la más ambiciosa, o la más delirante. Es difícil poner estas cosas en perspectiva cuando el concepto de vida se convierte en un simple sinónimo de “tiempo”, que se extiende en el infinito sin una muerte que le ponga fin.


Full Fanthom 5, por Jason Pollock

Ha sido un viaje largo. Todos los conocimientos, experiencias y emociones han estado a mi alcance, si podéis creerlo. Pero también he conocido desgracias. He creado cosas increíbles, y he vivido lo suficiente para verlas convertirse en polvo. Como Tántalo y Sífilo, he luchado contra viento y marea… ¿Para qué? Tener todo el tiempo del mundo no significa mucho cuando lo que creas está condenado a desaparecer. Y llegué a sentir esa amargura profunda que, me imagino, habrían sentido ellos. No creo que os extrañe si os digo que estos griegos malditos se convirtieron en mis santos patronos.

Un día, después de rumiar el mito por millonésima vez, una curiosa idea llegó a mi mente: Tántalo y Sísifo no tenían elección. Su existencia estaba abocada al fracaso, la esterilidad y la frustración eterna porque había sido decretado así por los dioses. Pero ese no era mi destino. No tenía por qué serlo. Por otro lado, no podía seguir haciendo lo mismo que había hecho y esperar resultados distintos. Así, poco a poco, comencé a recoger los hilos de lo que, yo esperaba, sería mi plan último, mi destino final, por decirlo así. Un lugar donde descansar.

Un individuo humano no está pensado para vivir eternamente. Todo lo que constituye su experiencia, sus objetivos y su evolución vital pierde sentido en la infinidad. Sin embargo, la existencia humana es una cosa muy distinta. Sus características fluyen, pero siempre hay algo en ella que permanece. Así que decidí volcarme en la humanidad para experimentar mi existencia y darle un sentido. Es un proceso largo, imperfecto e inacabado, como la humanidad en sí, como yo. Supongo que este sentimiento de empatía me dio un punto de anclaje sobre el que empezar a construir.

Portrait of "Maria", por Florian Nicolle

Los seres humanos somos complicados. Es imposible fundirte con ellos sin enredarte en su vida, sus emociones, sus proyectos y sus carencias (una de ellas ser mortales). Pero también somos excepcionales en mil y una formas diferentes. He amado y he perdido a decenas de miles de personas que me han enseñado más de lo que cabría en cualquier biblioteca, y que aún viven en la felicidad que me dio su compañía y el dolor que causó su pérdida. Y cada llama que se apaga es sustituida por dos nuevas llamas que se encienden, dos nuevas oportunidades de ser excepcional, de crecer, de sentir y de hacerme sentir.

Porque en una existencia como la mía, lo único que me hace ser humano es el sentir: una variedad de sentimientos más compleja y excepcional que los colores del arco iris tras un día de lluvia. Un filósofo llamado Camus dijo una vez que Sísifo representaba el esfuerzo de la humanidad por trascender, un esfuerzo estéril y en última instancia absurdo. Pero él invitaba al lector a imaginarse a un Sísifo feliz, un Sísifo para el cual “la lucha de sí mismo hacia las alturas era suficiente para llenar su corazón”. Evidentemente, Camus no tenía la más remota idea de lo que estaba hablando, pero es posible que estuviera encaminado hacia algo interesante: que parte de nuestra identidad es ese caminar y empujar colina arriba, no siempre sabiendo a dónde vamos y a veces retrocediendo, pero siempre creciendo en el proceso. E incluso si las personas mueren, nuestro Sísifo colectivo sigue subiendo, impertérrito, realizando esa “lucha de sí mismo hacia las alturas” de la que hablaba Camus.

Dance, por Henri Matisse

Puede que esté condenado a una existencia eterna, o puede que el extraño se apiade de mí, si es que es capaz de tal cosa. Pero mientras sienta, y pueda acompañar a alguien que sienta, sabré que sigo siendo humano. Y para mí eso es suficiente.

Por fin puedo descansar.


Por Javier Díez