La Universidad no cierra


Uno de los imprevisibles rasgos de la naturaleza humana que más me asombran es cómo la búsqueda de sentido y de redención se pueden transformar en la búsqueda de culpables, su persecución y, si se da la oportunidad, eliminación. Por eso, no me escandaliza que se criminalice a la juventud en su conjunto por el comportamiento irresponsable de algunos jóvenes. No es más que otra expresión del sensacionalismo irreflexivo. Ahora bien, sí que me resulta complicado salir del asombro de ver cómo una de las medidas sanitarias de nuestros días es la decisión de cerrar universidades, como sucede en muchos lugares a modo de una especie de represalia. No hace falta entrar a discutir la lógica de esta respuesta a la organización de fiestas universitarias. Sin duda es, como mínimo, llamativa la inmensa prioridad que se ha dado al correcto funcionamiento de la enseñanza obligatoria en la época de la pandemia, comparándolo con el olvido de la enseñanza superior. Es verdad, nunca podremos agradecer lo suficiente a los profesores y profesionales de la educación el gran éxito de la vuelta a los colegios. Por el contrario, las Universidades han sido abandonadas a su suerte, dejando a la vista muchas carencias que, a pesar de tener un Ministerio sólo para nosotros, producen una gran tristeza.

Lo cierto es que el cierre de las universidades no es un invento de nuestros días. Cuando en nuestro país había bastantes menos libertades - y no precisamente relacionadas con el movimiento, sino con el pensamiento - era habitual que, como muchas otras, la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense abriese en octubre y tuviese que cerrar en noviembre tras varias huelgas y carreras delante de los grises. Por desgracia, no siempre nos habituamos a lo habitual. Vivimos acostumbrados a la clausura o suspensión de actividad de prácticamente todo, hasta el punto de que más que extrañarnos por cada nuevo cierre hacemos quinielas de cuál será el próximo. Aún así, no podemos dejar de percibir una inmensa gravedad cuando se tocan los cimientos de nuestra sociedad y nos preguntamos ¿puede cerrar la Universidad?

En esta revista se ha hablado ya de la crisis que está generando la pandemia (“La Crisis no económica de España” de David Fernández). Produce verdadera angustia asomarse a ese pozo que está más oscuro porque todavía no vemos el fondo que por lo que contiene. Con todo esto, ¿Podemos dejarnos llevar por una ola de histeria colectiva y hacer que el encierro se convierta en inmovilismo? No. La Universidad no es sólo un lugar donde acudimos, damos clases, investigamos o bebemos café. La Universidad es un tiempo que nos transforma, nos hace crecer y en el que nosotros empezamos a transformar y a hacer crecer el mundo. Hay una serie de actitudes que considero necesario poner en valor para reavivar el espíritu universitario, que puede languidecer en medio de tanta confusión.

Por todo esto, no podemos quedarnos quietos, sino que debemos esforzarnos más que nunca en mantener la tensión por llevar una “vida universitaria”. Los universitarios debemos seguir poniendo la formación como nuestra prioridad. Estudiar ocupa la mayor parte de nuestro tiempo y ahora no podemos olvidar que el mundo que nosotros construiremos dependerá en gran medida de la excelencia con que llevemos a cabo nuestras profesiones. Algo que sin duda caracteriza la etapa universitaria es tener un número muy limitado de obligaciones, que en muchos casos podemos resumir en estudiar y trabajar a tiempo parcial. Más que como una obligación, me gustaría ahora percibir el aprendizaje como una responsabilidad, como la oportunidad de aceptar el reto de sacar adelante la sociedad y el sistema que nos han permitido ser estudiantes.

Una vez los deberes hechos, será igual de importante recordar que en la universidad no todo -ni mucho menos- es estudiar. Insisto: ni mucho menos. La Universidad puede ser para nosotros el momento de experimentar mucho más de lo que jamás hayamos imaginado, conocer las cosas más insólitas y poner nuestra vida patas arriba. No debemos dejar de cuestionar nuestras prioridades y probar lo nuevo. No poder sentarnos en el césped con 15 personas totalmente diferentes no puede ser una excusa para dejar de transgredir las normas y cambiar el propio sistema de creencias. Intentar comprender las entrañas del sistema y debatir sobre si sería mejor hacerlo saltar por los aires o simplemente abrir las ventanas para que corra el aire, todas ellas son actividades que jamás deben salir de la rutina.

Hay otra característica de la vida universitaria que debe aparecer aquí para ser reivindicada: el espíritu crítico y el compromiso con la ciencia. La diferencia entre lo que es ciencia y lo que no lo es siempre ha preocupado a los que de hecho tenían que hacer ciencia. Conocer esa diferencia puede ser decisivo a la hora de discernir la veracidad de las incontables noticias que recibimos cada día. En pocas palabras, no podemos creer cualquier información. Al contrario, es posible reforzar nuestro compromiso por conocer más en profundidad el mundo: conocer la sociedad, el comportamiento y las necesidades de las personas de nuestro entorno y conocer las técnicas más eficaces con las que aportar soluciones a los retos de hoy y de mañana. En definitiva, cualquiera de nosotros puede hacer un ejercicio de memoria y recordar cómo escogió los conocimientos en los que quería profundizar para dejar el mundo un poco mejor de cómo lo había encontrado.

Escribiendo esta reflexión me he preguntado mucho qué fue lo que movió a un grupo de estudiantes del siglo XIII a reunirse para aprender los conocimientos más elevados de su tiempo. No he podido evitar pensar en los grupos de estudio que todos hemos formado alguna vez para sacar adelante un examen que se había puesto muy turbio. Me imagino que uno de los motivos que tuvieron fue experimentar la increíble dificultad de saber qué era verdad, dónde estaba la verdad y cómo reconocer los saberes que eran acertados. Podemos estar muy agradecidos a todas las personas que durante siglos han desarrollado métodos y criterios para poder alcanzar conocimientos más exactos. Hasta hoy nos ha llegado la Universidad, un espacio en el que los prejuicios, los intereses personales y las barreras al conocimiento se dejan a un lado para que, apoyándonos en el resto de universitarios, nos acerquemos un poco a la verdad.

La etimología de la palabra universidad nos da una pista sobre una última actitud deseable. Universitas en latín significa comunidad, lo cual quiere decir que es el momento de sostener y hacer crecer la vida comunitaria. Los universitarios siempre nos caracterizaremos por levantar la cabeza y ver más allá. En la sociedad, por su lado, vemos a nuestro alrededor un nivel de sufrimiento, de soledad y de desesperación mayor que el que habíamos visto nunca. Hay demasiadas familias que han llegado y van a llegar al límite en el que no pueden salir solas adelante. En muchos casos hemos sentido lo que es el aislamiento y la distancia y es difícil no empatizar con muchos ancianos y enfermos que llevan demasiado tiempo sin nadie al lado. Y por si no era suficiente, aunque la muerte no ha dejado de ser un tabú, es difícil no hablar de ella y contarla por miles.

Por el otro lado, dentro de nosotros llevamos una fuerza vital, una creatividad y un compromiso que se desbordan. La juventud, la vida por delante y el futuro por construir nos da el impulso con el que podemos ponernos en la parte de adelante a tirar del carro. Debe preocuparnos mantener la comunidad en la que aprendemos y enseñamos, nuestra clase, nuestra Facultad o Escuela, y debe preocuparnos nuestro barrio o pueblo y todo lo que nos rodea. En nuestra mano está aprovechar esta oportunidad de ser universitarios, de estudiar y construir nuestra vida y el mundo en el que querremos vivir. 

Como el astronauta de la fachada de la Universidad de Salamanca, sería fácil sentirnos fuera de lugar en una universidad sin aulas. Lejos de esto, hemos podido hacer un recorrido y ver que este tiempo va mucho más allá. De manera justificada, está en duda que realmente esta pueda ser la mejor etapa de nuestra vida. La limitación de movimiento y limitación en las relaciones personales pesan mucho como para verlo así. Sin embargo,  cuestionarse, experimentar, tomarse en serio la propia vida y el mundo que nos rodea son, definitivamente, algo a lo que no hay por qué renunciar. Porque la Universidad no cerrará mientras haya algo que aprender.


Por Carlos del Cuvillo