Es amor o es soledad

Toda mi vida me han apasionado las historias, hasta las que sabes cómo van a terminar desde el principio. Con los años me he dado cuenta de que uno de los sentimientos que predomina en ellas es la soledad. Sólo hay que pensar en el Principito abandonando su pequeño planeta para buscar a otras personas. Tras esto, un pesimista llegaría a la conclusión de que es algo innato del ser humano, tanto como puede ser comer, dormir o desear. Tenemos una necesidad de relacionarnos, eso es obvio. Sin embargo, conforme crecemos, se añaden a nuestra forma de entender la vida las expectativas, las ilusiones y otros pensamientos que nos acaban llevando a la decepción, agravando la sensación de estar solos.

 

El siglo XX fue un período lleno de catástrofes que no pasaron sin dejar huella. Las personas comenzaron a desconfiar más del mundo y de la humanidad; tal vez por el dolor de todo lo sucedido, tal vez por los recuerdos de una guerra que no terminaba de desaparecer. Esto ha llegado a nuestros días en forma de una actitud individualista que ha terminado por potenciar este sentimiento de soledad.

 

“Pero los poetas vivientes expresan un sentimiento en formación, que está siendo arrancado de nosotros en este momento. Primero uno no lo reconoce; a menudo, por algún motivo, lo teme; lo observa con atención y lo compara celosamente, con desconfianza, con el viejo sentimiento que le era familiar.”

 

El 1928 en el que Virginia Woolf escribió este fragmento de Una habitación propia no parece tan lejano cuando nos fijamos en los problemas actuales. Esta añoranza al pasado se ha heredado de generación en generación, llegando a los jóvenes de hoy en día que sueñan con que vuelvan “los buenos días”, aquellos en los que se conocía la felicidad. ¿Alguna vez existieron? Puede que sí, pero están demasiado lejos de nuestra sociedad como para ser recordados con la misma vividez con la que se habla de ellos. De este modo, nos encerramos en nosotros mismos, pensando que todo volverá a ser como lo era antes. Aunque la realidad es que este pasado es una creación de la mente y eso nos lleva a sentirnos solos, sin conseguir adaptarnos al presente que nos presenta la vida.

 

Tampoco se puede ignorar la influencia de la tecnología en este nuevo individualismo. La película Her, estrenada en 2013, muestra cómo la utilizamos para escapar de los problemas que no queremos afrontar. Theodore, nuestro protagonista, acaba de salir de una larga relación y no consigue comprender cómo debe continuar su vida sin ella. En la sociedad moderna en la que transcurre la historia, acaba dando con el anuncio de una inteligencia artificial que funciona como una asistente personal. Theodore está maravillado: es graciosa, agradable, inteligente… pero se deja llevar y olvida que no es más que un programa. Acaba haciendo lo que muchas personas hoy en día, usar la tecnología para sustituir su deseo de encontrar conexión o sentir algo en definitiva; todo sin el miedo y las complicaciones de las relaciones reales.

 

Escena de Her (2013), dirigida por Spike Jonze

Centrándonos en los personajes de la película, es posible que Theodore y Samantha, su inteligencia artificial, sintiesen amor el uno por el otro. Pero, al fin y al cabo, él estaba usando la relación para huir de los problemas que aún no había afrontado. No quería encontrarse en silencio y descubrir todas las partes que no le gustaban de sí mismo. Estaba asustado de la soledad.

Esto explica que la película Mujercitas haya sido tan comentada entre los jóvenes durante los últimos meses, una adaptación de un clásico del 1800 que ha conseguido conectar con el siglo XXI. Desde el comienzo, ves repetidas veces a la protagonista Jo reivindicar su desprecio a casarse. Defiende y protege su libertad como un gran tesoro que no quiere que le arrebaten. Sin embargo, hacia el final todo es muy diferente. Jo ha tenido que dejar atrás la protección de la infancia que sentía junto a sus hermanas y no termina de encajar en este mundo adulto en el que las demás parecen haber encontrado su lugar. Vive en la desolación de la que escribía Virginia Woolf, temiendo que la dejen sin un pasado que ya se ha ido.

 

Finalmente, en una conversación con su madre, se acaba rompiendo la capa de valentía bajo la que se ha escondido toda la película y vemos lo frágil que es en realidad. Entre sollozos expresa su arrepentimiento por haber rechazado la proposición de su amigo Laurie. ¿Entonces sí quería estar con él?, nos preguntamos los espectadores. No, no puede ser, nos respondemos, estaba muy segura cuando le rechazó, ¿verdad? La vemos tan perdida, tan triste, tan… sola. Es en el momento que dice “Me importa más ser amada, quiero ser amada” que comprendemos que no está sufriendo por amor, sino por soledad, y vernos reflejados en esta escena es lo que más miedo nos da.


Muchos pasan sus días con el sentimiento que definió Woolf atrapado en la garganta, ese mismo que llevó a Theodore a buscar compañía en la tecnología e hizo que Jo perdiera de vista el aprecio que sentía por su libertad. La soledad es un sentimiento que oprime, tanto que se llega a pensar que la única forma de que desaparezca es encontrando una pareja. Pero esto no arregla nada, pues al final el nudo sigue ahí y la persona que tenemos al lado ni siquiera nos conoce, ni la conocemos. Si tenemos miedo a estar solos, acabaremos desarrollando una desesperación por amar, y el amor no aparece si solo se busca para llenar un vacío.



Por Andrea García Gutiérrez