¿Por qué opino? ¿Por qué Opinión20?

Como siempre, llego tarde. Con suerte, antes de que nuestra patrona, Adriana —la cual hace tiempo dejé de saber si era patrona de facto o de iure, sin perjuicio de que merezca ambas consideraciones—, publique el artículo definitivo que ponga punto final a esta idiosincrásica aventura de opinión (20). Una aventura a la que, hace 3 años, me introdujo mi caro compadre Jorge y que acabó derivando en estas tan desafiantes como apasionantes andanzas divulgativas. Álvaro (cofundador de Opinión20), amigo: gracias por la confianza que depositaste en mí desde el primer momento. A Adriana, el agradecimiento trasladado es inherente a lo aquí expuesto.

Pues sí. Siempre llego tarde. Aunque hace un tiempo que decidí que la palabra «siempre» no era plenamente de mi agrado. Por no hablar de «nunca». Nunca llego puntual. Nunca digas nunca. La frase «la excepción confirma la regla» es una frase que, a menudo, se emplea de forma errónea en castellano. Comúnmente se usa para refutar, de forma poco seria, los ejemplos que contradicen una afirmación excesivamente amplia. «Rubén siempre llega tarde». «Eso no es cierto, ayer llegó a tiempo». «Claro, la excepción confirma la regla».

Hace tiempo que dejé de usar construcciones morfosintácticas que contienen lo que en la habladuría popular (y hasta en la filosofía) se conocen como «verdades universales». Siempre tal. Nunca pascual. Seguro que sí. Imposible que no. ¡Cuidado! Puede que las use ocasionalmente. Pero pretendo que la excepción no descarte, invalide o deseche la regla, sino que la complete y la amplie haciéndola más precisa. ¿Qué regla? Pues la que se refiere a que nunca digo siempre ni jamás digo nunca. Por tanto, cuando hago uso de estos términos, me respaldo en el hecho de que «la excepción refina, amplía y/o modifica la regla». Porque sí. Esto me ayuda a no caer en argumentos ad logicam, que, básicamente, consisten en afirmar la falsedad de algo solo porque esa afirmación surge de un razonamiento contrario a la lógica o de una falacia. Con tal de acudir a o ver telemáticamente un coloquio político cualquiera, en razón de los inminentes comicios del 28M, podréis dirimir muchos de los entresijos que conforman el citado «argumento desde la falacia». Dos falacias no hacen una verdad. El raciocinio magnificado y, por ende, falsable acerca de una cuestión relevante a atajar no significa que el problema de base no exista. Véase, por ejemplo, el cambio climático. Que la manera en la que se esté abordando el embolado no sea del todo acertada no implica, ni mucho menos, su inexistencia. Que no os engañen. Acordaos de mi bienquerida escala de grises. Pero claro, ¡es más fácil criticar una mentira con otra del estilo! ¿Cómo va a proferir un político argumento veraz alguno por sus cuerdas vocales cuando sabe que aprovechando una falacia poco prudente de su adversario puede magnificar lo pronunciado por éste para su propio rédito electoral?

Dichosa «partidocracia». Dichosas etiquetas. ¡Qué fácil es criticar quedándose en la superficie del mensaje que se pretende reprobar! En una sociedad infectada de prisa por conseguirlo todo, donde la inmediatez de las nuevas tecnologías no deja de carcomer lo verdaderamente valioso en esta vida —lo inmaterial— y la hiperestimulación a la que nos vemos asiduamente sometidos hace de nuestro perenne gurú existencial, no es fácil aseverar casi nada. En fin. Lo voy a intentar. Sin pudor ni rubor alguno, eso sí. Allá vamos: «Debemos esforzarnos en interiorizar el contenido que vamos consumiendo (de manera escrita, sonora, visual o hasta extrasensorial) para luego confrontarlo y, finalmente, llevar a cabo una reflexión propia y fundada sobre el tema respecto del cual vamos a opinar». Es necesario. ¡Ayy, la necesidad! En verdad, nada es necesario. Solo es necesario algo para conseguir otro algo. Pero si no hay otro algo que conseguir, nada es necesario. «La excepción refina la regla». En verdad, es el propio proceso lo que te da la opinión. Y una vez la hayas adquirido —después de tu arduo o simple camino—, si aún lo consideras pertinente, critica. Pero constructivamente. No destruyamos más un mundo ya de por sí desmoronado, ¡por favor!

Por ello, durante los 3 años que he formado parte de este excelso equipo de Opinón20, he procurado construir lo máximo posible. Opinar por medio de la crítica constructiva. La crítica destructiva es lo que hace nuestra clase política. Mi Verdadero Manifiesto les da tralla, sí. Pero constructivamente. A vosotros, queridos lectores, que sé que sois pocos pero afianzados, también os doy tralla. Pero más suave… ¡no seré yo desmedido! «¿Tralla a nosotros? ¿Dónde?», diréis. Pues en ese Manifiesto que tan ambiciosamente como neciamente denomino Verdadero. Aunque todo sea por vaticinar: acaso pueda ser que la intitulación de mi incipiente libro oculte la incansable ambivalencia que me caracteriza. Lo que a mí me gusta denominar «doblepensar extensivo». Porque sí. Ambivalencia y/o doblepensar extensivo que, junto con mi recurrente meditación, contemplación y reflexión, me han permitido opinar en este pequeño conglomerado de mentes pensantes. Quizá merezca, si nos ponemos puristas, el adjetivo de «gran». Un apócope digno de una revista como ésta. Opinión20 me ha impulsado hacia arriba. Hacia la construcción. Hacia El Verdadero Manifiesto. Porque sí. Opino para construir. Opinión20 me ha permitido construir. Gracias, de corazón.


«¿QUÉ ES OPINIÓN20?

Opinión20 nace para contradecir esta sarta de generalizaciones, para demostrar que somos más que un estereotipo. Queremos acoger a todos los jóvenes a los que les inquieta y les llama la atención la sociedad actual, el panorama político, los movimientos socioculturales, los retos del mañana, y decirles que no están solos en esta búsqueda. Nos dirigimos también al resto de la sociedad para que pueda ver y comprender mejor esta realidad.

Opinión20 es un lugar de encuentro, en forma de revista digital, de distintas opiniones y generaciones, sin una ideología o color definido. Se trata de un proyecto único en constante crecimiento cuya base está construida por la individualidad, el respeto y el compromiso de sus integrantes».


Por Rubén Serrano Alfaro.