a propósito de finales, principios y una vida adulta incipiente

 El ser humano siente predilección por establecer un punto de partida y un punto final. No debe extrañarnos: nacemos y morimos. ¿Pero cuándo se inicia y cuándo acaba todo? El consenso en torno al establecimiento de algo concreto es, simple y llanamente, imposible. O, si lo preferís, establecer un punto de partida y un punto final no es más que una mentira piadosa. 

Hace cuatro años estaba en un aeropuerto, acompañada de una persona que ya no está en mi vida y dirigiéndome a una casa en la que ya no vivo. Adriana, la mejor amiga de una de mis mejores amigas, me escribió de la nada para preguntarme si me interesaba escribir en una revista digital. Por aquel entonces, yo estaba en segundo de Periodismo y cualquier oportunidad para publicar algo con mi nombre era un salto en el corazón. Dos semanas después, Álvaro y Guzmán me hicieron la primera entrevista de mi vida. Las cosas importantes ocurren exactamente así: sin que nos demos cuenta. 

Conforme avanzaban los meses e iba vinculando textos y nombres, fui encontrando en Opinión20 un lugar donde poder dar rienda suelta a mis intereses (a saber: feminismo, cine y literatura). Poco a poco, los nombres fueron rostros y, con los años, se convirtieron en personas con las que compartir una caña en un bar de Lavapiés o con las que viajar a Rabat. Aceptar escribir en una revista digital se había transformado en una serie de experiencias vitales que, cuando mi yo de diecinueve años se escabulló a la parte trasera de su facultad, no podía siquiera haber imaginado. 

El título de este artículo lleva gestándose en mi cabeza varios meses. Exactamente desde que la directora de esta revista nos comunicó que se acababa nuestro comfort place. Para entender por qué me refiero a Opinión20 como "lugar reconfortante" debemos continuar avanzando a partir de que aquella chiquilla de segundo de carrera hiciera su primera entrevista de trabajo y alimentase sus pasiones a través de las letras. 

Enfrentarse a una página en blanco no es sencillo. Lo sabe bien quien escribe y no, ser periodista no te exime del famoso síndrome. La cantidad de artículos publicados bajo mi nombre es muy inferior a los publicados bajo pseudónimo, de ahí que la tarea de escribir un texto en Opinión20 a veces se hiciera cuesta arriba. Resulta paradójico: somos un medio que busca dar rienda suelta a las voces de los jóvenes. Yo era joven (¡y lo sigo siendo!), tenía mucho que decir... pero me daba miedo expresarlo. Miedo. ¡Ay, el síndrome de la impostora acechándonos siempre las espaldas! De eso tampoco nos libramos las periodistas (y, generalmente, ninguna mujer). 

Ojalá haber escrito más porque la importancia de esta revista no reside en la dificultad que sus redactoras teníamos para expresarnos, sino en la acogida que los textos tenían en vuestras vidas, la de las lectoras. Me consta, porque muchas me habéis escrito, que mis palabras resultaron útiles en su día, cuando reuní el valor suficiente para lanzarlas al público. Una parte del dolor por el cierre de Opinión20 son las lectoras (y aquí me incluyo, porque yo os leo a vosotras también, compañeras). 

¿Dónde reside la otra parte? En lo que le da urticaria a Reverte: el comfort place. Cuando cumplí veintidós años y salí del armario de la anorexia decidí dejar de publicar en la revista. Estaba terminando la carrera y me mudaba a Madrid a hacer un máster en literatura, así pues mi camino se apartaba un tanto de la intención periodística, pero se aferraba con uñas y dientes a la revista. Me quedé como editora. En Madrid un periódico de tirada nacional me hizo la segunda entrevista de mi vida y empecé a trabajar para ellos como editora por tres duros mal contados. Tuve que dejar Opinión20

Esta última afirmación, que suena tan rotunda y huele a final, es solo cierta en parte (como todo en esta vida). Aunque en términos oficiales no colaboraba con la revista, en lo humano aproveché que vivía en Madrid para desvirtualizar a todas mis compañeras. Si algo bueno tiene la capital de España es que reúne a mucha gente. Así pues, aunque ya no redactaba ni editaba para Opinión20, seguía encontrando en ella un lugar donde sentirme escuchada y comprendida. Una red afectiva, sana y, ante todo, nutritiva intelectualmente. Soy materialista hasta que me junto con mis compañeras de la revista, entonces creo que podemos cambiar el mundo. Lo que lograba (¡y logra!) Opinión20 es devolverle a los jóvenes las ganas de comerse el mundo. Una frase cliché y manida que, en nuestra sociedad capitalista, marchita e hiperconectada, cada vez tiene menos sentido. 

Nos aproximamos, como la lectora habrá podido observar, a la tercera parte del título, la cual he añadido justo antes de redactar estas líneas. Una vida adulta incipiente. Quizá sea este el motivo por el cual hemos tenido que decir adiós a la revista que nos ha visto crecer en tantos ámbitos. La adultez llamando a la puerta nos ha robado el tiempo que dedicábamos a intentar comernos el mundo. Os cuento esto desde el sofá de una casa propia, a veinte minutos de que el reloj de Plaza Nueva marque medianoche, sin haber sacado tiempo para cenar y haciendo cosas sin parar desde las siete y media de la mañana. La vida adulta es lo que tiene: el tiempo brilla por su ausencia. Sin tiempo no podemos escribir y, sobre todo, no nos quedan fuerzas para animaros a que os comáis el mundo. Supongo que el relevo generacional era esto: ahora os toca a vosotras expresar las pasiones que os hacen rugir las entrañas, porque en ellas reside el verdadero motor de cambio.

A riesgo de sonar casposa en mi alegato nostálgico y habiendo mencionado a Reverte, lo cierto es que esta despedida me conmueve a un nivel desgarrador. Porque del proyecto de instituto que unos alumnos decidieron continuar ha salido una red de afectos inimaginable. Porque las cosas importantes acontecieron sin que nos diésemos cuenta en el momento en el que decidimos participar en esta utopía que se convirtió en oasis para todas nosotras. Y porque hoy, cuando echo la vista atrás, me doy cuenta de todos los finales y principios en los que Opinión20 me ha acompañado... y es descorazonador pensar que no seguirá conmigo en esta vida adulta incipiente.

Establecemos como equipo el punto final aquí. Me gusta pensar que es una mentira piadosa.


Por Ana Macannuco