Mientras que la idea de arte como
representación de lo real surgió en un momento y unas coordenadas muy concretas
del mundo griego, la ficción llevaba practicándose en diversas civilizaciones desde
mucho antes, participando de manera fundamental en la creación de las primeras
formas de cultura. La mitología y las canciones épicas no eran géneros
literarios dedicados a inventar historias con el fin de entretener a las
personas, sino más bien productos de una determinada sociedad que, ante las
preguntas que se hacía sobre la naturaleza y el origen de su pueblo, respondía
de manera progresiva por medio de la creación de estos relatos. Eran historias
que unían a los miembros de cada sociedad y que los integraba en el tejido
comunitario; un saber que no estaba marcado en ninguna parte, comunicado por
vía oral a través de los cuentos que las madres contaban a sus hijos a la hora
de acostarse. Llegado el momento, toda esa comprensión de la realidad se iría abandonando,
viéndose desplazada por un enfoque racional que, con Grecia como punto de
partida, acabaría por inundar prácticamente todas las culturas.
En la actualidad se entiende la
ficción de una manera muy distinta. Ha pasado mucho tiempo desde aquellos años
en que no había más soporte para el saber que el cuerpo de los hombres: poco
queda de la antigua fe en los relatos. Ahora, la mayoría de las historias de
ficción modernas se saben mentira y revisten un carácter completamente distinto
al de aquellos años. Aunque se siga hablando de personajes y situaciones que no
existen, el contexto de estas obras de ficción suele ser el de una realidad
histórica, ya sea actual o pasada. Eso no quiere decir que haya desaparecido la
voluntad antigua de crear relatos en los que se explique el funcionamiento del
mundo, pero la diferencia es que ahora, en lugar de reflexionar sobre nuestro
origen, tratamos de explicar realidades distintas a la propia; quizá hayamos
perdido la esperanza de desvelar los secretos de nuestra Tierra por medio del
relato, pero esa acción creativa todavía nos nace. Al producto moderno de ese
impulso creativo lo llamamos literatura de fantasía. Es un deseo de inventar
alternativas, de crear realidades que nos entretienen y que nos permiten vivir
otras vidas por medio de sus personajes; con ellas ampliamos nuestros
horizontes, pues son una manera de imaginar mundos a los que aspiramos o
realidades que deseamos evitar, utopías y distopías. Asimismo, estas situaciones
que se relatan llegan a servirnos a modo de contraste con las propias, siendo a
veces muy certeras a la hora de detectar lo bello y lo contradictorio de
nuestra vida personal y pública. Es ese impulso creador el punto de partida de
toda la literatura de Tolkien.
La obra de este autor es muy
particular y para tratar de entenderla es quizás interesante acudir a su
biografía. Una vida como la de Tolkien no puede entenderse desligada de la filología,
un amor por las lenguas que daría sus primeros frutos cuando creó, a muy
temprana edad, su primer idioma. Fue profesor de anglosajón y experto en la
literatura de los pueblos germánicos, de cuyo estudio destacó el dedicado a Beowulf.
Este poema épico, que constituye uno de los primeros registros de la lengua
inglesa, tuvo una gran influencia en el estilo del autor. Tolkien nunca dejaría
de elaborar sus propias lenguas, que se enriquecían de su conocimiento del
latín y el griego, aprendidas durante la infancia, así como de su dedicación al
conjunto de las lenguas germánicas. Poco a poco, la pausada confección de estos
idiomas fue produciendo en la mente del autor una serie de preguntas. ¿De dónde
proceden estas gentes?, ¿a qué se debe esta manera de hablar?, ¿qué episodios,
alegres o traumáticos, tuvieron que sufrir para formar estas palabras? La
imaginación de Tolkien era extensísima, de modo que empezó, a modo de proyecto
personal, a elaborar la historia de estos pueblos. Esta sería, sobre todo, la
historia de los elfos, cuyos idiomas, el sindarin y el quenya, serían los más
desarrollados por el autor.
La literatura de fantasía
proviene en la actualidad de aquel profundo deseo de dar explicación a lo que
vemos. En el caso de Tolkien fueron los idiomas que él mismo inventó los que
llenaron su mente de esa clase de preguntas. Su estilo no era el de un moderno,
y es que Tolkien recuperaba la manera antigua de relatar los hechos con la que los
cronistas trasladaban al papel las hazañas de los grandes personajes
históricos. En sus palabras no encontramos a un habitante de la Tierra, sino a
un personaje de ese mundo que trata de relatar lo que sus antepasados
experimentaron. Así es que Tolkien dio en esa búsqueda con el Ainulindalë, que
en el idioma élfico más antiguo significa “la música de los dioses”: explica el
nacimiento del mundo. A su vez, el relato más extenso que escribió sobre la
antigüedad de la Tierra Media se llama Quenta Silmarillion. Este nombre significa
“la historia de los Silmarils” y habla de unas joyas con un poder inimaginable,
que dieron lugar a guerras más terribles que las relatadas en El señor de
los anillos. En el propio Silmarillion también escribiría sobre una
etapa intermedia entre estos hechos antiguos y los ocurridos en tiempos de
Gandalf, Frodo y compañía; es en ese periodo en el que se enmarca la serie de
Amazon Prime, Los anillos de poder.
Antes señalaba la capacidad de la
literatura de fantasía para reflejar los hechos históricos de una manera
inspiradora. Sin embargo, Tolkien siempre dijo que en su obra no había
alegorías, es decir, que nunca encontraríamos reflejos directos de la realidad
en el mundo que creó. Sus relatos eran independientes de las circunstancias
históricas que le tocó vivir; decía que, en el caso de que aprendiéramos algo
de su obra, sería más por la sensación de encontrarnos ante un mundo vivo que por
haber incluido una moraleja explícita. La Tierra Media nos ofrece la sensación
de que es posible vivir allí, de que en algún lugar del universo tienen que
existir esos elfos que poblaron la imaginación de Tolkien; y no solo es por la
riqueza de detalles al describir la historia, sino por la manera orgánica en
que las partes de su mundo van desplegándose ante nosotros, ya sea a través de mapas,
lenguas o antiguos cantares. Solo así nos sentimos inclinados a extraer
conclusiones de una realidad que no es la nuestra, solo así se explica que una
obra tan extraña e interesante como la suya despierte tal admiración.
Por Jaime Cabrera González