¿Qué pasa con Tolkien?

¿Qué tiene la obra de Tolkien que despierte tanta pasión? Se dice de su literatura que es farragosa, abundante en descripciones innecesarias y repleta de tantos nombres que ni la familia más endogámica de Márquez es más confusa que sus linajes de elfos, hombres y enanos. Su libro más conocido es El señor de los anillos, obra clave de la cultura popular debido, en gran parte, a la adaptación cinematográfica a cargo de Peter Jackson. Sin embargo, hoy no nos vamos a detener ni en Gandalf ni en ningún otro integrante de la Comunidad del anillo. En este artículo me centraré en las historias que Tolkien consideró como sus joyas más valiosas, aquellas que fueron incluidas entre las páginas del Silmarillion. Hablo de historias en plural ya que no se puede hablar del Silmarillion como se hace de un libro de fantasía al uso. Más adelante, desplegaré sus partes. Es preciso señalar que los capítulos del Silmarillion no se pensaron para ser publicados de manera conjunta. Estos escritos fueron producto del trabajo de toda una vida, revisados y reescritos innumerables veces; solo vieron la luz tras la muerte de Tolkien, momento en que su hijo Christopher recopiló y seleccionó el material y le dio a la obra su forma final. Veremos que su valor es muy distinto al que relacionamos con la mayoría de obras literarias. Antes de centrarnos en el contenido del Silmarillion quizá sea interesante ver cómo se articula este libro dentro del género de ficción y, más concretamente, destacar qué lo marca como literatura de fantasía.

Mientras que la idea de arte como representación de lo real surgió en un momento y unas coordenadas muy concretas del mundo griego, la ficción llevaba practicándose en diversas civilizaciones desde mucho antes, participando de manera fundamental en la creación de las primeras formas de cultura. La mitología y las canciones épicas no eran géneros literarios dedicados a inventar historias con el fin de entretener a las personas, sino más bien productos de una determinada sociedad que, ante las preguntas que se hacía sobre la naturaleza y el origen de su pueblo, respondía de manera progresiva por medio de la creación de estos relatos. Eran historias que unían a los miembros de cada sociedad y que los integraba en el tejido comunitario; un saber que no estaba marcado en ninguna parte, comunicado por vía oral a través de los cuentos que las madres contaban a sus hijos a la hora de acostarse. Llegado el momento, toda esa comprensión de la realidad se iría abandonando, viéndose desplazada por un enfoque racional que, con Grecia como punto de partida, acabaría por inundar prácticamente todas las culturas.

En la actualidad se entiende la ficción de una manera muy distinta. Ha pasado mucho tiempo desde aquellos años en que no había más soporte para el saber que el cuerpo de los hombres: poco queda de la antigua fe en los relatos. Ahora, la mayoría de las historias de ficción modernas se saben mentira y revisten un carácter completamente distinto al de aquellos años. Aunque se siga hablando de personajes y situaciones que no existen, el contexto de estas obras de ficción suele ser el de una realidad histórica, ya sea actual o pasada. Eso no quiere decir que haya desaparecido la voluntad antigua de crear relatos en los que se explique el funcionamiento del mundo, pero la diferencia es que ahora, en lugar de reflexionar sobre nuestro origen, tratamos de explicar realidades distintas a la propia; quizá hayamos perdido la esperanza de desvelar los secretos de nuestra Tierra por medio del relato, pero esa acción creativa todavía nos nace. Al producto moderno de ese impulso creativo lo llamamos literatura de fantasía. Es un deseo de inventar alternativas, de crear realidades que nos entretienen y que nos permiten vivir otras vidas por medio de sus personajes; con ellas ampliamos nuestros horizontes, pues son una manera de imaginar mundos a los que aspiramos o realidades que deseamos evitar, utopías y distopías. Asimismo, estas situaciones que se relatan llegan a servirnos a modo de contraste con las propias, siendo a veces muy certeras a la hora de detectar lo bello y lo contradictorio de nuestra vida personal y pública. Es ese impulso creador el punto de partida de toda la literatura de Tolkien.

La obra de este autor es muy particular y para tratar de entenderla es quizás interesante acudir a su biografía. Una vida como la de Tolkien no puede entenderse desligada de la filología, un amor por las lenguas que daría sus primeros frutos cuando creó, a muy temprana edad, su primer idioma. Fue profesor de anglosajón y experto en la literatura de los pueblos germánicos, de cuyo estudio destacó el dedicado a Beowulf. Este poema épico, que constituye uno de los primeros registros de la lengua inglesa, tuvo una gran influencia en el estilo del autor. Tolkien nunca dejaría de elaborar sus propias lenguas, que se enriquecían de su conocimiento del latín y el griego, aprendidas durante la infancia, así como de su dedicación al conjunto de las lenguas germánicas. Poco a poco, la pausada confección de estos idiomas fue produciendo en la mente del autor una serie de preguntas. ¿De dónde proceden estas gentes?, ¿a qué se debe esta manera de hablar?, ¿qué episodios, alegres o traumáticos, tuvieron que sufrir para formar estas palabras? La imaginación de Tolkien era extensísima, de modo que empezó, a modo de proyecto personal, a elaborar la historia de estos pueblos. Esta sería, sobre todo, la historia de los elfos, cuyos idiomas, el sindarin y el quenya, serían los más desarrollados por el autor.

La literatura de fantasía proviene en la actualidad de aquel profundo deseo de dar explicación a lo que vemos. En el caso de Tolkien fueron los idiomas que él mismo inventó los que llenaron su mente de esa clase de preguntas. Su estilo no era el de un moderno, y es que Tolkien recuperaba la manera antigua de relatar los hechos con la que los cronistas trasladaban al papel las hazañas de los grandes personajes históricos. En sus palabras no encontramos a un habitante de la Tierra, sino a un personaje de ese mundo que trata de relatar lo que sus antepasados experimentaron. Así es que Tolkien dio en esa búsqueda con el Ainulindalë, que en el idioma élfico más antiguo significa “la música de los dioses”: explica el nacimiento del mundo. A su vez, el relato más extenso que escribió sobre la antigüedad de la Tierra Media se llama Quenta Silmarillion. Este nombre significa “la historia de los Silmarils” y habla de unas joyas con un poder inimaginable, que dieron lugar a guerras más terribles que las relatadas en El señor de los anillos. En el propio Silmarillion también escribiría sobre una etapa intermedia entre estos hechos antiguos y los ocurridos en tiempos de Gandalf, Frodo y compañía; es en ese periodo en el que se enmarca la serie de Amazon Prime, Los anillos de poder.

Antes señalaba la capacidad de la literatura de fantasía para reflejar los hechos históricos de una manera inspiradora. Sin embargo, Tolkien siempre dijo que en su obra no había alegorías, es decir, que nunca encontraríamos reflejos directos de la realidad en el mundo que creó. Sus relatos eran independientes de las circunstancias históricas que le tocó vivir; decía que, en el caso de que aprendiéramos algo de su obra, sería más por la sensación de encontrarnos ante un mundo vivo que por haber incluido una moraleja explícita. La Tierra Media nos ofrece la sensación de que es posible vivir allí, de que en algún lugar del universo tienen que existir esos elfos que poblaron la imaginación de Tolkien; y no solo es por la riqueza de detalles al describir la historia, sino por la manera orgánica en que las partes de su mundo van desplegándose ante nosotros, ya sea a través de mapas, lenguas o antiguos cantares. Solo así nos sentimos inclinados a extraer conclusiones de una realidad que no es la nuestra, solo así se explica que una obra tan extraña e interesante como la suya despierte tal admiración.  

Por Jaime Cabrera González


Ilustración de Tolkien

Tolkien, Estancias de Manwë, 1928, (©Sociedad Tolkien).