Cuidados Paliativos: el alma de la Medicina

Es probable que aquel que se encuentre leyendo esto se pregunte qué es exactamente eso que tiene la disciplina de Cuidados Paliativos para que haya decidido aclarar en el título que para mí son el alma del mundo de la Medicina. Es probable (aunque quiero pensar que menos) que algún que otro despistado lector no sepa bien en qué consiste esa disciplina a la que me refiero. Pues bien, los Cuidados Paliativos consisten en la asistencia médica, psicológica y espiritual a aquellas personas con alguna enfermedad terminal o no terminal (pero que ha agotado sus opciones de tratamiento curativo) hasta el final de sus vidas. Se centra (entre otras cosas) en el manejo de síntomas como el dolor, el insomnio u otros para que aquel que lo necesite pueda pasar ese último tramo de su vida en unas condiciones óptimas. Además, también se encargan de acoger y asistir psicológica y espiritualmente a todo aquel en estas circunstancias que lo necesite. No solo eso, sino que son un apoyo fundamental para la familia de aquel paciente que transite este duro camino; son parte de ese cuidado que debe recibir todo cuidador de un enfermo terminal. Y por todas estas razones, querido lector, creo que me he enamorado de esta parte de la Medicina. Uno de los motivos es que a pesar de que no se intente “resolver” ninguna patología en concreto, como en otras especialidades, se hace todo lo posible porque la percepción del paciente de su propia salud sea la óptima. 

A pesar de tener numerosos precedentes históricos, se considera a Cicely Saunders, enfermera inglesa (y posteriormente, médico) de los años cuarenta, como la madre de lo que hoy conocemos de los Cuidados Paliativos. Ella fundó el St. Christopher Hospice, un centro (al que consideraban y consideran actualmente una fusión entre hogar y hospital) dedicado para aquellas personas que se encontraran en el final de sus días y que requirieron una atención especial a ello. El concepto de Hospice, al ser una fusión entre lo que supone un hospital y la calidez de un hogar, no era otra cosa que una residencia donde pudieran vivir los enfermos terminales acompañados de sus familias, pero contando con los recursos hospitalarios que necesitaran. Este medio no ha triunfado en España, puesto que no disponemos de muchos recursos (económicos y profesionales) destinados a Paliativos para que pueda implantarse como parte de la cartilla de servicios del Sistema Nacional de Salud.

Por otro lado,  disponemos de tres recursos en Cuidados Paliativos: la atención domiciliaria (especialmente por parte de Atención Primaria), las unidades de agudos en los hospitales (en las que se abordan procesos patológicos puntuales que desestabilizan la vida del paciente terminal, como por ejemplo infecciones, dolor incontrolable, infartos…) y los centros de media estancia (para aquellos pacientes que se encuentran estables de salud, pero que necesitan una atención médica más especializada). Sin embargo, se estima que unas 80.000 personas de casi 200.000 que presentan al año una enfermedad terminal en España mueren sin recibir atención paliativa. A nivel mundial, según cifras de la OMS, solo un 14% de los pacientes terminales reciben una atención paliativa adecuada. Esto son cifras verdaderamente alarmantes que nos hablan no solo de los pocos recursos que se destinan a este tipo de atención médica, sino de la poca concienciación a nivel burocrático que se tiene sobre el tema. Otro asunto que nos revela esta información es que al parecer, el sufrimiento al que más valor se le da a nivel social parece ser el “físico”, mientras que el dolor emocional y psicológico en un tramo tan duro de la vida parecen tomar un papel secundario (cuando estos últimos forman gran parte del “todo” de la vivencia del paciente). Es en parte por esto por lo que se tiende a pensar (erróneamente) que la labor de Cuidados Paliativos sólo se cierne sobre el manejo del dolor, mientras que la realidad es que abordan de forma holística todo lo que supone la realidad de un enfermo terminal (incluida su familia).


Por todo lo anterior, dudo de si el lector que ha conseguido llegar hasta aquí sabe ahora a qué me refiero con el título del artículo. Para mí, el alma de la Medicina son las personas: desde lo más puramente biológico que les ocurre hasta las tramas emocionales más complejas que les hacen sufrir. El momento en el que eres consciente de que la enfermedad de tu familiar (o la tuya propia) no tienen una cura, te cambia la vida. Se transforma tu visión de la temporalidad de las cosas, de lo cortísima que es la vida y se nos abren los ojos a una realidad que nos muestra lo sumamente frágiles que somos en el fondo (aunque a veces no seamos conscientes de ello). Es por esto que una Medicina que no tiene en cuenta esta dimensión de la vida de quien lo atraviesa, dudo que pueda llegar a considerarse Medicina, del mismo modo que un ser humano sin su alma pierde su esencia, deja de ser quien es. Una Medicina que se desentiende del cuidado de los más frágiles (o no se preocupa porque este esté garantizado a todo aquel que lo solicite) es más parecida a un taller de automóviles averiados que a lo que está llamada a ser: el CUIDADO de los seres humanos desde lo más profundo de su ser hasta el momento más vulnerable de su vida. 



Por Clara Luján Gómez