Cómo sobrevivir a la rutina


Estamos hartos del entretenimiento fácil, de consumir por vicio, del usar y tirar. A nuestra disposición, miles de artículos de consumo diseñados para engancharte y mantenerte tardes enteras sentado frente a una televisión y noches enteras embobado con la pantalla del móvil. ¿Cuándo es demasiado? ¿En qué momento se convierte en un exceso? Y más importante que todo esto, ¿cómo te sientes?

¿Estas cómodo/a en tu relación con las redes sociales y las plataformas de contenido y entretenimiento? ¿Sientes que tienes el control sobre tu tiempo y tus gustos, o que poco a poco has ido perdiendo poder de decisión sobre ellos? Estas preguntas me surgen constantemente en mi día a día y al final se resumen en una sola: ¿cómo puedo tomar control de mi propia vida?

Los dispositivos electrónicos y las redes sociales en particular nos mantienen ocupados 24 horas al día, 7 días a la semana. Entre todas esas horas ¿no habremos perdido la oportunidad de reflexionar sobre nuestra vida, de hacer frente a ese problema al que no queremos atender, de haber descubierto nuestra pasión en un intento de evitar el aburrimiento?

Necesitamos agarrar al tiempo por las solapas y ponerlo donde podamos verlo para que no vuele sin que nos demos cuenta. Pero, seamos realistas. No quiero dejar de consumir películas, series, tuits, canciones… Además de ratos de sosiego y de evasión, en el mundo digital encontramos conocimiento, reflexiones, propuestas creativas, información de última hora… ¿Cómo equilibro esta convicción de querer ser dueño de mi tiempo, con la necesidad constante de consumir contenido en esa red pegajosa que nos tiende internet?

Vengo a confesar que me he terminado The Office. Nueve temporadas de entretenimiento ininterrumpido. Cada capítulo es un pequeño caramelo que desaparece demasiado pronto en la boca. Nunca antes me había sucedido algo así. Es una sensación parecida a la de estar leyendo un buen libro y querer volver a él. No es una serie que se valga de obscenos clifjanguers para retenerte allí. No los necesita. Un capítulo tras otro, te va ofreciendo una cotidianeidad tan interesante que decides volver por tu propia cuenta, sin coacciones. No necesita grandes tramas de drogas o crímenes para llamar tu atención. Por sus personajes siento cariño, comprensión de sus debilidades, orgullo de sus logros… He tenido suerte. Encontrar una serie que se repite día tras día y a la que siempre estás dispuesto a volver, pase lo que pase, es tener suerte. Y lo curioso es que lo haya encontrado en The Office, una comedia ambientada en una pequeña empresa estadounidense que vende papel.

En general las series no me apasionan. Prefiero mil millones de veces las películas. Con sus principios, siempre atractivos, con las idas y venidas de sus tramas y los finales, lo más importante y difícil de crear. Las películas tienen una intención clara. Nos hacen viajar durante una o dos horas a un mundo ajeno al nuestro, inexplorado. La película es la aventura, la emoción y la sorpresa. Incluso las películas lentas son más trepidantes que una serie. Al fin y al cabo, creo que es mucho más fácil hacer una aventura atractiva que hacer divertida y emocionante una rutina. Con una película puedo perder dos-tres horas de mi vida, pero con una serie son días, semanas. Y en muchas ocasiones no se trata de series malas o aburridas. Sencillamente son rutinas que, aunque excitantes, cambiaría por otras. Pasear, leer, jugar con tus hermanos, escribir a un antiguo amigo, terminar el artículo para Opinión 20... Todas esas rutinas son actividades y elecciones que se posponen cuando elegimos mal a que dedicamos nuestro tiempo.

Y he aquí la cuestión. ¿Qué es un buen uso del tiempo? The Office ha conseguido que siga ilusionado después de seis, siete y ocho temporadas. Se exponen temas que me interpelan, tratan lo cotidiano con cariño… Es decir, para mí ver The Office ha sido equivalente a hacer buen uso de mi tiempo. Creo que esta es la clave. Conocernos, trabajar con nuestras pasiones, gustos y deseos para diseñar rutinas que nos ilusionen todos los días. Deporte, artesanía, redes sociales, series… Al final todo es lo mismo. La elección no está en utilizar nuestro tiempo en el mundo analógico o en el digital, sino que, independientemente del entorno, nos interese genuinamente esa actividad.

Así, puede ser igual de mala una red social adictiva, que un trabajo agobiante o un hobby por compromiso. El principal problema con las series, las redes sociales, los juegos on-line y demás aplicaciones de entretenimiento, es la facilidad que tenemos para acceder a ellas y los mecanismos de adicción subyacentes. Las redes nos absorben, las series nos agarran y no nos sueltan. Y, por muy mala que sea, tenemos que verla entera. Todos los capítulos uno detrás de otro. Todos los tuits, los posts, las historias, unas detrás de otras hasta que no podemos más, nos quedamos dormidos y, al día siguiente, retomamos abatidos y desanimados esta actividad donde la habíamos dejado.

Os propongo aquí una solución en tres pasos para enfrentarnos a esa dificultad que implica vivir en una sociedad de la inmediatez, del consumismo, y así hacernos dueños y dueñas de nuestro tiempo:

El primer paso para recuperar el dominio sobre el tiempo implica ser conscientes de que quizás estemos haciendo un uso inadecuado de él. Es casi un deber para con uno mismo conocer las características de estos entretenimientos adictivos y crear mecanismos para aprovechar sus ventajas sin que invadan nuestras vidas. A cada uno le funcionará una táctica. Desde limitar una aplicación por horas de uso hasta una desconexión total. Y hablo de contenido on-line porque es el que más tiempo nos roba, pero la adicción al trabajo o al alcohol también se pueden comprender desde este punto de vista, es decir, el de estar dedicando demasiado tiempo a algo a lo que en el fondo no se lo queremos dedicar. Cualquier mecanismo es útil, siempre que tengamos un plan, que sepamos como queremos utilizar ese tiempo extra que nos estamos ofreciendo.

El segundo paso es, por tanto, elegir las rutinas a las que queremos dedicarle nuestro tiempo. A mí me ayuda mucho doblar un folio y escribir en cada una de sus cuatro caras una faceta de mi vida en la que quiera desarrollarme. Después apunto en cada una de ellas pequeñas acciones fáciles de llevar a cabo. De esta forma estoy creando en el papel, pero también en mi mente, un plan para conseguir aquellos logros que deseo cumplir. Es automático. Puedo pasarme dos semanas procrastinando que, si un domingo realizo este pequeño ejercicio, la semana siguiente me convierto en la persona más hacendosa y disfrutona del mundo. He identificado lo que quiero y he creado pequeños caminos que me dirigen hacia ello. No se trata de una agenda o un calendario, sino de una hoja de ruta. Es una especie de algoritmo que te hace engancharte a las acciones que tú has escogido.

El tercer paso es, una vez elegidas nuestras rutinas, estar presente en cada momento para disfrutar de cada conversación, de cada paseo, de cada capítulo de nuestra serie favorita y de cada rutina que nos hemos propuesto. Tenemos miles de herramientas para evadirnos, pero nos faltan mecanismos para conectar con lo que estamos haciendo y con lo que somos. Esta conexión con lo propio formaría parte de eso que conocemos como espiritualidad, concepto algo denostado o ignorado al que habría que dedicar un artículo completo. De momento, sirva con decir que el mindfulness o la meditación pueden formar parte de esa espiritualidad y son ejercicios muy potentes para lograr un estado de sosiego y felicidad al que muchos aspiramos. Y no hace falta ponerse muy trascendental. Incluso el aburrimiento es efectivo en esta tarea de conectar con lo que hacemos. Y es que también necesitamos aburrirnos. Y en ese aburrimiento encontrar aquello que realmente nos motiva, aquello que en ese espacio de reflexión nos llama a la acción. Necesitamos aburrirnos porque es en esos momentos de apatía cuándo aprendemos a relacionarnos con nosotros mismos y a cuidarnos.

Como veis, no se trata de dejar de ver series, eso nunca. Se trata de entender lo que la serie me aporta y decidir cuánto tiempo quiero dedicarle de forma racional. Utilizar bien el tiempo también es ver quince capítulos de The Office en una noche y saber que ha sido una decisión consciente y hedonista la que te ha llevado a ello, y no la necesidad de matar el tiempo.


Por Juan Cabrera González