Todo lo que no te quieren contar sobre los transgénicos


No os dejéis engañar, decimos. Como si fuese fácil diferenciar entre la verdad y la mentira, entre el truco de magia y la magia genuina.

¡Los medios nos controlan! Gritamos. Y nadie nos contradice porque no lo necesitan. 

Nos lamentamos y mirándonos los unos a los otros pensamos ¿es que nadie va a pensar en los niños? ¿Qué futuro les espera?



Pongamos que yo digo: un transgénico es un organismo modificado genéticamente (OMG) que incluye en su material genético un gen de otra especie diferente a la propia. ¿Qué... os lo creeríais? Pues es cierto.  Ese gen ajeno recibe el nombre de transgen y será el encargado de otorgar al organismo, planta, animal, hongo o bacteria, superhabilidades megaespeciales que antes no tenía. Por poner un ejemplo, podemos tomar un gen de un pez ártico que le permite sobrevivir a temperaturas bajo cero y metérselo a la planta del tomate para que soporte las heladas del invierno. Por ahora no somos capaces de hacer cerdos voladores. Respecto a las ranas con pelo tengo mis dudas. Pero hacemos maíz resistente a plagas, insulina con bacterias y salmones que crecen tres veces más rápido que uno salvaje.


Es decir, los transgénicos son la gran innovación del siglo XX que viene para revolucionar las vidas de todas las personas del planeta. Son "la solución". La solución a problemas tan importantes como la pérdida de cosechas, las enfermedades congénitas o el hambre en el mundo, por poner algunos ejemplos. Son la invención del fuego de nuestra era. Algunos dirían que es un milagro divino que nos permite hacer con la naturaleza lo que Dios hizo en el Génesis.


Por supuesto, todo esto es una exageración. Este es el mensaje que desde las empresas se quiere transmitir. La biotecnología es un negocio potente con un amplio margen de crecimiento. Así mismo, muchos grupos de científicos, no sabemos bien si debido a un excesivo optimismo tecnológico o por un cientificismo ciego, heredero del positivismo del siglo XX, sólo ven los beneficios en los transgénicos o desdeñan y hacen de menos los posibles riesgos. 


Tampoco quiero que se me malinterprete. Las técnicas de modificación genética de organismos, y entre ellos los transgénicos, sí son una revolución. En mi opinión, se trata de una tecnología que trae grandes beneficios para nuestras sociedades. Pero, para que esto suceda, debemos regularlas y pactar unos usos correctos de las mismas.


Mientras que en numerosos estudios se ha demostrado que la salud humana no se ve afectada por el consumo de organismos transgénicos, la salud económica, democrática y ecológica del planeta debe ser protegida con celo frente a los cambios que traerá y que ya ha traído la biotecnología. Muchos de estos cambios han de ser positivos, pero debemos decidir cuales son los riesgos que estamos dispuestos a correr.


Dice Ulrich Beck, reconocido sociólogo a nivel internacional, que estamos viviendo en la Sociedad de Riesgo Global. En su teoría defiende que lo que caracteriza a las sociedades actuales es su fragilidad frente a un mundo copado de nuevas tecnologías e hiperconectado. Que en este contexto existen muchos riesgos invisibles que no somos capaces de identificar. Y que nuestras instituciones, que son garantes de nuestra seguridad y que nos han traído hasta aquí, no son capaces de responder ante estos momentos críticos de pánico e incertidumbre generalizada. Un ejemplo claro de esta forma de entender estos riesgos imprevisibles y globales es la pandemia de la COVID 19. 


Esta incertidumbre es la que lleva a muchos grupos comprometidos con la justicia y la seguridad del planeta a intervenir en el debate de los transgénicos. Defienden a ultranza la prohibición de su liberación en el medio natural, ya sean plantas o animales. Crean grandes campañas de concienciación y generan un rechazo generalizado en la población hacia estas tecnologías. No en vano, la palabra transgénicos se ha convertido en muchas ocasiones en un término peyorativo que desearíamos evitar en nuestros platos. Para asociaciones como Greenpeace en el ámbito de la alimentación no debemos consumir transgénicos y "la única solución real a largo plazo es la agricultura ecológica". La viabilidad de esta propuesta se ha puesto en duda en numerosas ocasiones y no podemos obviar el interés económico de empresas del sector "orgánico''. Y, como en los transgénicos, tantas otras tecnologías... No existe innovación revolucionaria sin su correspondiente efecto rechazo de tono conservador. Pero ambos bandos siempre cuentan con un par de carteras llenas de dinero preparadas para apostar por su caballo ganador.


A esta compleja e intrincada red de argumentos científicos y sociales que tratan de obligarnos a pensar estas tecnologías de forma simplista (o buena o mala), la llamamos controversia socio-científica. Somos víctimas de esa tozuda confrontación. Esta es la idea más importante y sobre la cual debemos reflexionar. En vez de crear un debate sano y rico en el que escuchar al oponente y reflexionar sobre sus ideas, nos dedicamos a denigrar al "adversario". En vez de cooperar para crear una legislación adecuada que permita a los científicos hacer su trabajo y a la población sentirse segura a corto y medio plazo, nos dedicamos a inundar las redes y los medios con información parcial e interesada.


Necesitamos un debate sano con expertos de todos los ámbitos afectados y, puestos a pedir, expertos interdisciplinares que sepan entender el problema de forma holística y acercar posturas para hallar la mejor solución posible. Mientras tanto nos hallamos indefensos ante una tormenta informativa que apela únicamente a las emociones. Este artículo tiene el objetivo, no tanto de analizar los transgénicos desde el punto de vista biológico o ético, sino de hacernos reflexionar sobre cómo y quiénes comunican estás controversias sociocientíficas y cuál debería ser nuestra actitud ante ellos.


¿Qué es verdad entonces? ¿Cómo confiar en lo que leemos y ser capaces de encontrar las trampas de sus discursos?


No nos queda más remedio que estudiar, me temo. Si realmente queremos entender los problema en los que el mundo está sumergido debemos buscar, investigar y comparar; y preguntar, preguntar mucho. Sólo en el diálogo y en el intercambio de ideas podemos encontrar esa ansiada verdad. Una verdad que ya jamás será fija y natural, sino pactada y refutable.



Por Juan Cabrera González