Tras el telón del sí quiero




Cuando era pequeña me encantaba ver las películas de Disney cuya protagonista era una princesa. Cenicienta, La bella durmiente, Anastasia… eran algunas de las películas que reproducía ante mis ojos una y otra vez. Sin embargo, llegó un día en el que me pregunté si dichas historias tenían una segunda parte. ¿Qué les había deparado a Anastasia y a Dimitri tras esa demostración de amor en la que ella decide desprenderse de la fama, el dinero o el lujo por él? ¿Cómo estaría siendo la vida de la Cenicienta y el príncipe azul tras su beso una vez casados? ¿Qué implicaba el “y vivieron por siempre felices”? 

Hará un año que cayó en mis manos la siguiente noticia: “España, el tercer país con más divorcios y el cuarto con menos bodas de la UE”. Esto no me sorprendió tanto como esperaba, pues, al mirar a mi alrededor, era más común encontrarme con familias cuyos progenitores habían roto su vínculo matrimonial que con aquellos que mantenían el enlace unido. Era, por tanto, cierta la frase de Henrik Ibsen que decía: “antes del matrimonio se considera el amor teóricamente; en el matrimonio se pasa a la práctica. Ahora bien, todos saben que las teorías no siempre concuerdan con la práctica”. A partir de esta idea, me pregunté, ¿por qué la teoría y la práctica no estaban coincidiendo? ¿Qué factores estaban influyendo en estas decisiones que modificaban la vida de uno completamente?

De entre las distintas materias que han analizado esta cuestión, voy a centrarme en el ámbito pragmático y económico. Concretamente, desde el punto de vista económico, el matrimonio se estudia como un mercado. Hay una oferta (ascendente), el número de mujeres dispuestas a casarse; una demanda (descendente), el número de hombres que pretenden casarse; y un precio, que puede determinarse como el beneficio que se obtendría en el matrimonio por la mujer, suponiendo que es el hombre el que propone (aunque el modelo podría modificarse en sentido inverso y daría las mismas conclusiones). Donde se cruzan la oferta y la demanda es el punto que determina el número de casamientos y el precio, definido previamente. 


Estas curvas pueden modificarse, lo que deviene en reducciones o ampliaciones del número de matrimonios que se celebran. Entre los motivos que generan los desplazamientos destaca el ratio de mujeres con respecto a hombres, las oportunidades del mercado laboral para las mujeres y los cambios en la vida de soltería. En relación al primero, a la proporción, ciertas situaciones se han ofrecido para ejemplificarlo. Imagínese que se encuentra en la época teñida por las guerras en la que han muerto más hombres que mujeres en el frente, esto supone una reducción en el número de hombres lo que genera una disminución en el número de matrimonios. Por otro lado, se encuentra la segunda causa: que está definida por las mejoras en el mercado laboral para el género femenino. El hecho de que los salarios de las mismas incrementen, hará que menos mujeres estén dispuestas a casarse, lo que reducirá el número de matrimonios. El mismo efecto se ha apreciado en los cambios en la vida de soltería. Se ha constatado que con la revolución sexual marcada por los avances tecnológicos de los anticonceptivos, concretamente, la creación de la píldora anticonceptiva con la que se reducía la posibilidad de quedarse embarazada (en 1960-1964, años en los que se permitió su consumo, la píldora tenía un ratio de fallo del 7,5% y los preservativos un 17,5%), tanto los hombres como las mujeres veían incrementado el valor de permanecer solteros, ante la reducción de la posibilidad de producirse un embarazo no deseado (con menor efecto en ellas, pues, el coste es mayor para la mujer que se queda embarazada). 

El divorcio se analiza de una manera semejante al matrimonio. Un cónyuge decidirá mantener el vínculo cuando lo que obtiene del mismo es superior al beneficio que le puede otorgar la vida de soltería. A través de ello, se han ido vislumbrando cuáles han sido y son los motivos por los que actualmente es más común el divorcio. En primer lugar, se encuentran los cambios en la regulación sobre los anticonceptivos. A partir de 1970 (en el caso de EEUU) se permitió el consumo, no sólo a las mujeres casadas, de la píldora, hecho que hizo que se incrementará el valor de la vida del divorciado. En segundo lugar, se aprecia como causa los avances tecnológicos en el ámbito del hogar (como la lavadora). Esto generó una reducción de los retornos a la especialización (hecho que sucedía cuando uno de los cónyuges destinaba su tiempo mayoritariamente al hogar) y un incremento, sobre todo, de los beneficios que reportaba la vida de soltero para los hombres. Por otro lado, se ha constatado como otro motivo el incremento de la participación laboral femenina. Ahora ambos cónyuges trabajan y obtienen salarios semejantes, lo que supone que las ganancias del matrimonio son pequeñas. Esto genera que cuando se produzcan modificaciones externas que afecten negativamente a esta situación, el beneficio de permanecer casado pase a ser inferior, con mayor facilidad, al de permanecer solteros. Asimismo, se ha analizado si las modificaciones en la normativa en materia de divorcio han afectado o no al incremento de divorcios. 

Al inicio, la regulación determinaba que para producir la ruptura del vínculo matrimonial debía de haber un consentimiento mutuo por los cónyuges. Posteriormente, se decidió que la misma podía realizarse unilateralmente; es decir, si uno de los cónyuges quería divorciarse podía hacerlo, sin requerirse que el otro estuviera conforme con ello. Para analizar los efectos de ambas normativas, previamente, se siguió el teorema de Coase. A través de ello se apreció cómo la decisión de divorciarse o no era independiente de la regulación, pero no de la distribución de los beneficios en el matrimonio. Esto suponía que se estaba afectando a los casos en los que una pareja decidía permanecer casada, pues para mantenerse casado tendría que haber renunciado y dado derechos uno de ellos al otro, o haber transferido recursos (como cambios en los gastos de consumo, en el reparto del cuidado de los niños o en las tareas del hogar). No obstante, posteriormente, se consideró que al no ser la utilidad perfectamente transferible entre los cónyuges (hecho que asumía el teorema de Coase), podía ser que sí se estuviera afectando a la toma de decisiones de los mismos. Se observó que podía influir y conseguir, incluso, un resultado opuesto al querido. Por ejemplo, si se implementaba una regulación que pretendía fomentar el matrimonio, a través del requerimiento de consentimiento mutuo de los cónyuges, podía estarse generando más divorcios que una que permitía unilateralmente la ruptura. 

En suma, cuando dos personas deciden convertirse en compañeros de vida tienen distintas formas de demostrarse ese compromiso, entre las que destaca el matrimonio. Es una opción que, actualmente, se está optando menos por ella, por factores como la revalorización de la vida de soltería. Sin embargo, se ha apreciado que el número de divorcios ha incrementado. Entre los motivos de este hecho se encuentra la regulación que un país decide implementar. Esta causa supone que aquellos que gobiernan deberían de analizar detenidamente las consecuencias de las políticas que pretenden reflejar en la normativa. Concretamente, se aconseja que junto con las normativas de divorcios sin consentimiento unilateral, se realicen reformas en las materias que versen sobre la división de la propiedad tras el divorcio. Esto se debe a que, no sólo la regulación tiene efectos en la toma de decisión de divorciarse o no, sino también en los casos de las personas que no se plantean tomar esta decisión, pues, modifica el poder de negociación de los cónyuges. Por ello, como la realidad nos demuestra, no tiene porque haber un comieron perdices tras el telón del sí quiero, y el Estado debería de hacer todo lo posible por no influir negativamente en ello


Por Ana Fernández Bejarano

Para una mayor profundización sobre los efectos de la regulación en la cuestión.