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Un pensamiento lo bastante importante, de esos sacados del corazón, de esos que para mí siempre se acaba convirtiendo en un texto, no merece pasar desapercibido, porque corre el riesgo de volverse lo bastante ligero como para perderse en uno de esos agujeros negros de la mente que no los traen de vuelta nunca más. Por eso, mi primer pensamiento del año, o mi primer sentimiento – como lo prefieras llamar – ha sido para reconciliarme contigo.

Probablemente no sea lo que esperabas, pero creo que después de tantos años nos debemos una disculpa. Se que hemos tenido momentos fantásticos y que esos los hemos vivido como sabemos, con todas las ganas del mundo y con una ilusión infantil que los hace genuinos. Esos, sólo le pido a la vida que no cambien, porque son los que nos hacen reales. Y aunque sé que poco a poco vamos mejorando, procurando que estos aumenten y los malos disminuyan, y que en este 2021 hemos avanzado mucho, hay demasiados motivos por los que tengo que pedirte perdón. Tantos, que no sabría por dónde empezar.

He intentado ser justa con todo el mundo menos contigo. Estoy tan acostumbrada a tu presencia que es casi como si ofenderte y hacerte daño no me importase, creo que a esto es a lo que se refiere la expresión de que la confianza da asco. Demasiadas veces no te he querido entender, no he hecho el esfuerzo siquiera, porque he asumido que tenías que poder con todo lo que la vida te echase encima siempre, sin importar la situación o las circunstancias. He rechazado tu dolor, tus dudas y tu inseguridad y lo he achacado a una debilidad que, ahora veo, era una sombra de humo. He despreciado de ti lo que del resto del mundo admiro. Te he puesto el listón tan alto que, sin yo darme cuenta, te estabas asfixiando. No he permitido que te negases a nada, he mantenido cerca de ti a personas que sé que te hacían daño - por educación, conformismo o como prefieras llamarlo - y no me ha importado, pensando que los escasos beneficios tenían más peso que las lacras que iban dejando a tus espaldas.

Quizá la palabra para definir todo esto es crueldad. Y no pienses que ha sido algo premeditado, no, está claro que mi inconsciencia supera por mucho mi maldad. Digamos, simplemente, que he querido siempre lo mejor para ti, aunque supusiese sacrificar cosas de tu interior, sin saberlo, que tenían un valor incalculable. Después de lo que te has esforzado y de la persona en la que te has convertido, por contentar no sólo a los demás sino también a mí, creo que ha llegado el momento de empezar a reconocerte todos los méritos que tienes y machacarte un poco menos por lo que haces mal.

Por eso, a este nuevo año le pediría algunas cosas para las personas que quiero, y especialmente para ti. Le pediría que aprendas a decir “no” tantas veces como consideres, y que después no te culpes por hacerlo. Le pediría que aprendieses a pedir ayuda cuando la necesites, porque los amigos son buenos psicólogos y tú has sabido rodearte bien, pero no siempre son la opción más objetiva. Que interiorices eso que nos dijo un profesor de que la perfección es un monstruo que no termina de engordar nunca. Le pediría que dejases de compararte, no solo con los demás sino con otras versiones de ti misma. No eres ni mejor ni peor, eres diferente y la vida trata de eso. Que de verdad te dieses cuenta de que no tienes que demostrar nada.

Le pediría que realmente te atrevieses a ponerle voz y palabras a todo lo que te duele, porque cuando al miedo se le da una forma siempre parece más pequeño. Le pediría que, en tus ratos libres, perdieses menos el tiempo con cosas que no te llenan y lo dedicases a aquello que te hacen mucho bien – no hace tanto que devorabas libros de más de quinientas páginas, cocinabas y hacías ejercicio - y que realmente te gusta. Y, sobre todo, y aunque suene duro, le pediría que dejes de autocompadecerte. Le pediría que te escojas a ti. La persona en la que te estás convirtiendo te costará amistades, relaciones, espacios y cosas materiales; elígela por encima de todo.

Son tantas las cosas que quedan pendientes entre tú y yo que me duele no saber ponerles palabras a todas. Menos mal que eres yo misma y entiendes lo que hay en mi cabeza mejor de lo que lo puedan escribir mis manos.

 

Liberarte de tu propia autocrítica es también liberar a otros de ella. Amarte a ti mismo es un acto de amor hacia el mundo.” – Vironika Tugaleva.

 

Epílogo: Querido lector, ya que la madurez y el tiempo iluminan las mismas circunstancias de formas distintas cada vez, me he permitido cambiar el tono en el que normalmente escribo para hacer algo que he considerado muy necesario: un ejercicio de salud mental. Pese a que hoy en día está de moda más que nunca hablar de empatía, de introspección, de ser amable con uno mismo y con los demás, la experiencia demuestra que hay muy poco fondo detrás de estas apariencias, y que todavía hoy la crueldad, la ignorancia y la violencia verbal son parte arraigada de una sociedad con más información y posibilidades que nunca para corregir errores que otras generaciones no tuvieron. Con esto, sólo pretendo que usted, que me lee desde el tren, mientras estudia o trabaja, de camino a alguna parte o simplemente en ratos muertos desde el sofá, se permita reflexionar y se pregunte hace cuánto tiempo que no se quita la soga del cuello y se permite tomar aire. 


Por María V. Pitarch