- El amor todo lo puede
- Falacia de cambio por amor
- Mito de la omnipotencia
- Considerar que el amor “verdadero” lo perdona/aguanta todo
- Normalización del conflicto
- El amor verdadero está predestinado
- Razonamiento emocional
- Mito de la pasión eterna, de la perdurabilidad o de la equivalencia
- El amor es lo más importante y requiere entrega vital
- Falacia de la entrega total
- El amor es posesión y exclusividad
- Mito de los celos
- Mito sexista de la fidelidad y de la exclusividad
Queda explicitada la necesidad urgente de esterilizar y de sanear todas estas ideas que proponen un tipo de interacción basado en el poder absoluto del amor. Esta concepción romántica supone un constante tira y afloja entre los miembros inmiscuidos, de los cuales uno ocupará el papel de dador del perdón, mientras que el otro será el culpable y el arrepentido (papeles que son constantemente intercambiados entre los enamorados, llegando a establecerse como forma comunicativa típica este intercambio). No obstante, de la necesidad de expurgar lo dañino de esos mandatos se ha llegado a un nuevo punto que sigue siendo igual de nocivo: la censura y demonización de las emociones y el compromiso. Que los celos no podían seguir siendo el indicador principal de la cantidad de amor que una persona siente por otra es algo evidente, pero lo que tampoco puede permitirse, y parece no resultar tan obvio, es esta ley del silencio impuesta en las relaciones, que se ha sistematizado en la gestión de emociones humanas básicas y en la solución de conflictos. Se han tergiversado ideas como fidelidad, exclusividad, perdón, celos, conflictos, etc, entendiendo que todos estos componentes siempre llevan a un tipo de relación asimétrica instituida por la subordinación.
Demonizar
la fidelidad y la exclusividad resulta adecuado en un mundo en el que
paralelamente se aspira al consumo masivo de personas, mundo en el que la parte
de ellas que importa es la placentera. En el amor romántico la pareja era lo prioritario, los conflictos eran la norma y los celos el medidor emocional. En este nuevo amor la pareja debe ser lo último, los conflictos son la transcripción del desastre (no situaciones lógicas ante la interacción entre individuos difererentes) y los celos vendidos como histeria sirven de escudo para no mantener conversaciones incómodas sobre inseguridad y sentimientos. Hemos entendido que en el momento en el
que una pareja no nos aporta un placer perenne, la relación debe ser puesta
en entredicho y finalizada. Pero esa lógica es una
puramente individualista. Si el Yo sujeto no encuentra un 100% de satisfacción
en el Otro, el hipotético compromiso que haya entre nosotros no vale nada,
porque el “amor” no implica sufrimiento. Pero esta distopía solo se cumple si
lo que me importa del Otro es lo que me aporta a mi -al Yo-, junto a la inminente ruptura ante el menor vestigio de incomodidad sentimental. Solo así podemos
imaginar una situación relacional en la que el malestar ocasional sea verdaderamente
eliminado de raíz. Pero entonces ya no se hablaría de una relación entre Tú y alguien más, porque
en términos prácticos, la única relación que se percibe en esos casos es una contigo
mismo: tú y tu propio placer. Narcisismo al cuadrado. Con esto no pretendo ni
legitimar el sufrimiento ni desdibujar los límites del malestar (o el maltrato)
que puedan darse entre dos individuos, con esto estoy tratando de recalcar la importancia perdida de la
implicación emocional auténtica: no es realista creer que al salir con una
persona la suma de ambos solo pueda traer cosas placenteras. El amor
requiere conocer al Otro, y conocer al Otro implica también lo negativo, no lo
positivo a secas. Cuando buscas en el otro solo esta parte positiva (que es,
indirectamente, tu propio bienestar), no estás conociéndole a él, estás
conociéndote solo a ti mismo, reafirmando y satisfaciendo tus propias necesidades.
La deconstrucción de los mitos románticos era una necesidad, pero más allá de reformular la identidad misma del amor, lo que se ha hecho es vaciarlo de sentido consiguiendo su banalización. Atacando, por censura, sentimientos como la inseguridad, los celos o los enfados, lo único que conseguimos es deshumanizar algo esencialmente humano. El camino era enseñar un nuevo modo de amar y de expresarlo, de ampliar el horizonte, no de acotarlo ni de estigmatizarlo. Hemos drenado los preceptos saludables (pero mal enfocados) de una relación romántica, intercambiándolos por ideas en clave de consumo, uso y satisfacción inmediata. El compromiso se ha transformado en el enemigo y la responsabilidad afectiva se ha reformulado como falta de libertad individual, cosa que casa de forma bastante exacta con el sistema. La forma no era la de antaño, pero tampoco considero que sea la actual.
El objetivo era terminar con las desigualdades, esclavitudes y abusos que se daban dentro de las relaciones románticas, no terminar con el amor.
Luzón,
José María (Coord.) (2011): Estudio Detecta Andalucía, Instituto Andaluz de la
Mujer, Sevilla.