Qué tiempos, Kapuściński


“Cuando algunos festejan la crisis de los medios, olvidan que esas campanas que doblan a muerto lo hacen también por ellos”  

Anne Applebaum


Anne Applebaum recogió hace escasas semanas el Premio de Periodismo de El Mundo. Lo hizo defendiendo el periodismo como parte indispensable de la democracia. Reñía, o parecía querer reñir, a quien se regocija en la crítica al oficio, inconsciente de que unos malos medios son sinónimo de una mala democracia. O antónimo de democracia.


Está integrado en el discurso de cualquiera que la prensa libre es indispensable. Desde hace ya bastante, también lo está el desprestigio al periodista.


Si no hay democracia sin prensa libre, lo peor que podemos hacer es criticar como criticamos. Atención al “como criticamos”, porque criticar es indispensable. Pero, como el “todos los políticos son malos”, el “todos los periodistas desinforman”: tenemos tan interiorizado el rol del periodista como mal informador, que las críticas no son siempre fundadas. 


En muchos casos, además, más que construir, estorbamos. Cuestionamos lo documentado, deslegitimamos y creemos que nosotros habríamos hecho el trabajo mejor. Nos cargamos el periodismo y toda la democracia que viene con él cuando sistemáticamente rechazamos la veracidad de los medios, nos sumamos al periodismo ciudadano sin valorar la calidad de lo que compartimos y no le damos a la información el espacio que le pertenece. Y esto es un peligro, porque le damos un rival debilitado a todo poder que se le quiera enfrentar. Y es sabido por la historia que quien quiere ser rival de los medios de comunicación suele devenir rival también del ciudadano: si ya es peligroso que el poder de informar y ser creído lo tengan ahora muchas personas simplemente por su número de seguidores, qué decir de que lo tenga alguien con un poder mayor. Debería aparecer el periodismo como contrapoder, pero, de nuevo, lo hemos debilitado.


El enemigo del Periodismo no es el poder. Tampoco lo son los ciudadanos. Con algunas voces díscolas, siempre se ha hablado del oficio como ese contrapoder: capaz de criticar a uno y otro, cambiar de opinión conforme cambian los hechos y evitar todo personalismo.  Decir que Ryszard Kapuściński es obligada cita en todo metaperiodismo implica afirmar que esto es periodismo, cuando seguramente se aleja de todo lo que pretende y debe ser. La cuestión es que decía Kapuściński que se había perdido la importancia de la verdad cuando se había descubierto en la información un negocio. Quizás por eso, llevado hoy a un extremo de masas, seguidores y poca tinta, el periodismo ahora busca acomodar al ciudadano. Y lo que es peor: los ciudadanos nos creemos con la legitimidad de exigirloEn el buen periodismo, confiemos, porque lo hay; el malo, lamentémoslo: lamentémoslo entendiendo que la solución reside en que se den cuenta de que el negocio está en la buena información. Y la buena nos puede aburrir, nos puede no entretener: ese nunca fue el oficio del periodista.


“Confío en los periodistas que piensan que los hechos son tozudos, en quienes cambian de opinión cuando cambian los hechos, en los periodistas que escuchan más que hablan, en aquellos cuya autoridad viene de haber estado ahí”, escribía Michael Ignatieff, escritor y académico canadiense. Una, muy consciente de que lo que ha escrito aquí no es para nada el periodismo que busca, tiene que recurrir a los grandes para construir qué es y qué no es. 


El mejor periodista seguramente ni opine de todo ni alcance a miles: el mejor periodista está en el hecho que narra, lo que hace que no pueda estar en otros mil. El buen periodista igual nos informa sobre poco, pero nos informa bien. No necesariamente opina, porque nunca nadie dijo que le importase su opinión. Nos tiene que que incomodar: no porque sí, pero debe ser valiente como para hacerlo, con nosotros y con el poder. Menuda le habríamos montado si se hubiese vendido a este último, pero buena se merece por venderse al primero.


En los ciudadanos está el cambiar lo que exigimos del buen periodista: ¿postura sobre todo?, ¿inmediatez o buen hacer?, ¿análisis u opinión? Es un problema que nos quieran complacer, pero nosotros tampoco damos tregua. El periodismo debe incomodar, que no ir en contra. Y es bueno que nos incomode, pero no vayamos en contra. 



Por Alessandra Pereira