Tras el velo de la ignorancia

 

Hola, me llamo Ana y soy víctima de los nudges.

En 2008 los nudges fueron dados a luz por el Dr. Thaler. Esta criatura fue desarrollándose e instruyéndose cada vez más y más en los distintos ámbitos de la vida del hombre. Los nudges se encontraban en el supermercado, en las facturas energéticas e incluso, esta plaga, llegó a uno de los hogares más íntimos del hombre: los urinarios. Ante ello, cabe preguntarse, ¿qué son los nudges? ¿Qué es aquello que con cierta sutileza se introduce en nuestro día a día y no percibimos con plena consciencia?

Un nudge es una modificación en la arquitectura, en el entorno, que enmarca el proceso de toma de decisiones del individuo. Con ello se busca orientar al hombre a la opción que va a generar un mayor bienestar para él y/o para la sociedad. Se genera, pues, una alteración predecible en el comportamiento del ser humano, pero sin eliminar las posibilidades que él mismo tenía a la hora de elegir; es decir, haciendo más atractiva una opción permitiendo reordenar las preferencias que él poseía ante una situación. Este empujoncito, caracterizado por ser barato y sencillo, parte de una premisa de honestidad: el hombre no es perfecto. No somos máquinas, no poseemos racionalidad perfecta, no elegimos siempre la mejor opción. Poseemos cierta “imperfección”, ciertos sesgos, que hacen que en ocasiones pensemos de manera rápida, automática; lo que deriva, a veces, en resultados negativos para nosotros. Es en estas situaciones donde los nudges aparecen para evitar que caigamos en el error de optar por la opción perjudicial.

¿Cuáles son, pues, los sesgos más comunes que poseemos? El sesgo a la aversión a la pérdida y el sesgo del status quo. El primero de ellos hace que demos mayor valor a la pérdida que a las ganancias. El segundo consiste en la reticencia a modificar la situación en la que uno se encuentra. Ante ellos se emplean nudges como el de la opción predeterminada. Por ejemplo, en la Universidad de Rutgers, con sólo modificar la opción de defecto de las impresoras a doble cara, se consiguió reducir el gasto del papel en más de un 40%. Sin embargo, esta no es la única clase de nudges. Entre ellos están los cognitivos, conocidos como los educativos, pues buscan proporcionar al ciudadano una información completa de la situación (ejemplo de ello serían las etiquetas que presentan el número de calorías del producto que se pretende consumir). En este grupo se incluyen también los nudges que alteran la estructura del contexto. Ejemplo clásico de ellos es la colocación de productos beneficiosos para la salud, como las manzanas, a la altura de la vista. Asimismo, en la familia de los nudges se encuentran los afectivos, aquellos que transmiten de manera disuasoria los beneficios que trae aparejado la conducta que se pretende incentivar; y los conductuales, que pretenden que el individuo efectúe una acción (por ejemplo la utilización de pinzas, en vez de cucharones, en los bufetes para que los individuos coman una menor cantidad de comida). Ante esta amalgama de nudges más o menos intrusivos, cabe plantearse, ¿quién crea el nudge que guía a la decisión considerada por el creador la más adecuada para los sujetos? ¿Quién es el ente superior que impone que es bueno o malo para cada uno?

Los nudges son empleados tanto por el sector privado como por el público. Por lo tanto, son personas las que crean la alteración a otras personas. Es, pues, víctima y creador lo mismo. Por lo que, si el creador posee racionalidad imperfecta, ¿qué impide que la decisión que intenta implementar en las víctimas de los nudges no esté sesgada también? Ante esta cuestión, que plantea como crítica esa fina línea entre la manipulación y la persuasión, cabe proponer como solución el establecimiento de sistemas de transparencia y garantía para los ciudadanos a la hora del empleo de los nudges. Por ejemplo, no deberían de admitirse situaciones en las que se falte a la verdad (informar de estadísticas intencionadamente irreales para reducir el consumo de toallas en los hoteles). Pues, no ha de estarse dispuesto a cualquier cosa para conseguir un resultado presuntamente correcto. Al contrario que la premisa de Nicolás Maquiavelo, el fin no siempre justifica los medios.

Sin embargo, los nudges no tienen por qué derivar en tal extremo. Los nudges poseen una multiplicidad de ventajas, entre las que destaca la idea de preservación de la libertad. A diferencia de un mandato o una orden, esta medida influye en el individuo sin restringir su capacidad de decisión, ella forma parte de lo que se denomina paternalismo libertario. Asimismo, son una modificación barata para aquel que busca implementarla. No obstante, cabe destacar que esta medida puede resultar a la larga costosa debido a la duración del efecto del nudge en la persona. Actualmente, no existe una evidencia consistente de la eficacia a largo plazo de estas medidas, de la efectividad de modificación de la raíz del problema que se trata de modificar. Por lo que, finalmente, si ese origen no consigue transformarse, a la larga el individuo recaerá en esa conducta a evitar y se tendrá que invertir más, al tener que reiteradamente realizar un nudge.

Expuestos los pros y contras, uno puede plantearse dónde reside la legitimidad de estas medidas. Lo hace en las propias víctimas, en nosotros. Nosotros somos los que deberíamos decidir si aceptar esta clase de medidas, esta clase de manipulación no consciente. Nosotros deberíamos decidir si confiar en su diseñador. La clave de todo ello se halla en que los ciudadanos decidan si querer mantener esta medida complementaria y no sustituta en funcionamiento; en decidir si mantenerse tras el velo de la ignorancia o no.


 Por Ana Fernández Bejarano


Para una mayor profundización sobre los nudges y ejemplos de ellos.