Por qué el cristianismo va siempre un paso por detrás (gracias a Dios)




Observando cómo reacciona el cristianismo, siempre recalcitrante ante muchas de las tendencias sociales que van entretejiendo las sociedades en las que vivimos, vemos que llega siempre con retraso a los cambios, y eso cuando llega. La despenalización del aborto, que se ha ido extendiendo en los últimos años, encontró en su momento la oposición frontal de la Iglesia católica, por ejemplo. Lejos de adaptarse al desarrollo, ha seguido anclada al rechazo de esta práctica cuya liberalización aplauden las masas. El mismo diagnóstico podemos aplicarlo a la eutanasia o a otros debates como la maternidad subrogada, aunque en este caso las opiniones no son tan unánimes.

El peso que el cristianismo tiene en la sociedad hace que estos atrasos lastren el eje de nuestra construcción del mundo común: el progreso. Los movimientos sociales están lejos de ser una moda, de manera que lo que rechaza el cristianismo son tendencias generalizadas y asentadas en la ciudadanía. Con eso y con todo el espacio que ocupa la idea de progreso en los debates sociales, me parece importante reflexionar sobre el fundamento teórico de lo que tomamos como avances sociales incontestables. Así pues, ¿es el progreso, tal y como lo entendemos, algo intrínsecamente bueno que debe ser defendido como el eje de la sociedad?

Pues bien, el progreso en sí, tomado independientemente de cualquier otra cosa, no aporta en sí mismo ningún valor. El simple hecho de avanzar, en ningún caso, puede ser sin más considerado como beneficioso si no especificamos la dirección. Por esta razón puede ser engañoso defender un modelo de sociedad que tiene como finalidad el progreso, porque este no es un fin. Al contrario, detrás de la defensa del progreso como un bien deseable por sí mismo se está dando por hecho el verdadero modelo de fondo hacia el cual se progresa.

Con esto, queda claro por qué en mi opinión el debate no se plantea como estar a favor o en contra del progreso. Cuando existe un ideal, parece bastante razonable querer acercarse a él y transformar el mundo según ese ideal. El debate debe plantearse más bien en torno a ese ideal, y resulta más difícil posicionarse incondicionalmente respecto a ideales o ideologías. Cuando decimos que el cristianismo va un paso por detrás, lo que en realidad estamos diciendo ha dado un paso a un lado y simplemente no hace suyas las ideas que han conducido a una evolución social. Porque, en el fondo, no podemos hablar de evolución, sino que tenemos que hablar de transformación. El matiz consiste en que la palabra evolución, en este caso puede tener la connotación positiva de avance necesario. Si utilizamos, en su lugar, transformación, nos referimos a un cambio con el cual el ideal se implanta un poco más, pero considerando que esas ideas no son una verdad absoluta y son opinables.

A pesar de todo, y aún cambiando como queramos la terminología, ¿por qué tantas veces instituciones como la Iglesia se empeñan en no aceptar transformaciones que el grueso de la sociedad acepta y que se admiten como lugares comunes en los que todo el mundo está de acuerdo? Sencillamente, porque la fe no pertenece a nadie, sino que tiene como misión conservarla y transmitirla. Como no pertenece a nadie, la fe no pertenece a la Iglesia, pero tampoco pertenece a la sociedad. Los cristianos intentan mantener la fe con la mayor fidelidad posible a aquello que han recibido, y eso es algo que debe hacerse también con la mayor independencia respecto a las vicisitudes de la historia y las ideologías.

Estos son los motivos que hacen que nos parezca que el cristianismo rema en sentido contrario al resto de tendencias que sí hacen suyos los cambios de la sociedad. Lo cierto es que los cristianos intentan llevar su propia barca y ofrecen la visión del mundo, de la humanidad, la sociedad, etc. Ofrecen una visión iluminada por la fe. Y como ocurrió en Polonia el siglo pasado, la luz que arroja está muchas veces fuera de su tiempo. Durante la invasión nazi, los cristianos polacos, entre otros, eran unos adelantados a su tiempo que anhelaban la liberación de su país por la Unión Soviética. Años más tarde, bajo el régimen de la República Popular de Polonia, estos mismos cristianos eran considerados como personas que, viviendo en el pasado, obstaculizaban al gobierno comunista que traía el bienestar.

Cabe la posibilidad de que dejemos de ver el cristianismo como algo ajeno al presente, de manera que podamos tener en cuenta lo que nos propone (y esto es algo que en base a nuestra historia puede ayudarnos a entender mejor el mundo que hemos construido). Podríamos terminar con la concepción de los cristianos como ese grupo de personas que va en una barca remando por libre si nos damos cuenta de que cada persona que rema lo hace desde su propia barca. El cristianismo no se posiciona en contra del progreso y busca autoexcluirse de la sociedad, sino que realiza sus propias propuestas en una sociedad en la que cada cual propone su comprensión del mundo, sin que ninguna comprensión sea una verdad absoluta.

Saber lo que es mejor para cada individuo y para cada sociedad es una tarea compleja pero crucial, así que no se le puede confiar ciegamente a cualquiera que lo pida prometiendo el progreso. No existe un conocimiento claro y distinto del mundo o de la sociedad ideales, sino que debe establecerse con mucho trabajo y muchos intercambios. Abramos nuestras mentes para que, al andar, entendamos que hay muchos caminos.


Por Carlos del Cuvillo