El idioma inmaculado

Hubo un momento primigenio de nuestra historia en el que algunos seres humanos podían nombrar las cosas con palabras exquisitas. Llamaban a su idioma el Inmaculado y lo trataban como su posesión más preciada. Daba la sensación de que aquellos hermosos sonidos que producían se arremolinaban en torno a los objetos a los que se referían, captando su perfecta forma. Más incluso, era como si lo nombrado hubiera sido creado a partir del nombre. En aquellos días, las criaturas dotadas de tan hermoso don se sentían afortunadas. Aún así, no eran vanidosas, pues conocían la palabra “bien” mejor que nadie y actuaban siempre conforme a ella. ¡Era tan grande su dicha!

Pero llegado el momento, cayeron en el abismo más profundo que hubo y habrá de existir. Su error fue evidenciado y poco a poco atestiguaron las contradicciones de su discurso. Aquellos seres, siempre confiados en la seguridad de su palabra, comenzaron a tartamudear. Su mundo, antes luminoso, había sido invadido por las tinieblas. Al no poder observar adecuadamente, las cosas que antes se hacían evidentes empezaron a ser confusas, haciéndose imposible la tarea de escoger la palabra adecuada. Condenaron aquella oscuridad maldita e imploraron a los astros que aquel mal fuera disipado. No se daban cuenta de que la niebla no estaba en el mundo, sino en sus ojos. ¡Qué terrible sufrimiento vivieron!

Con todo, lo más doloroso vino después, contenido en la palabra de los mudos. Sin previo aviso, comenzaron a hablar quienes antiguamente callaban. Despertó en ellos una verborrea milagrosa. Aquellas personas relataron a sus compañeros lo ocurrido:

─ Hermanos. Nosotros siempre percibimos esa mancha en nuestros ojos, ese defecto en nuestra retina. Sentíamos un pesar despiadado, pero no podíamos comunicarlo. Creíamos no estar dotados de la palabra, pues no éramos capaces de cribar la paja del grano, no lográbamos discernir nada en aquel universo borroso. El mundo nos era extraño y al compararnos con vosotros entendimos que el problema era nuestro. Pero entonces, algunos de vosotros empezasteis a hablar de la niebla del mundo, algo que nos era muy familiar. Nos dimos cuenta de que aquello que nos había excluido de la sociedad estaba en todos. De manera que por fin entonamos la palabra, pues vimos la inseguridad de lo imperfecto también en vuestras bocas. No se trataba de que nosotros estuviéramos marcados por un defecto de visión, sino de que vosotros habíais sido lo suficientemente audaces como para ver algo entre lo confuso. Sin embargo, aquello que en un primer momento os hizo seres valientes, llegó a pudrir vuestras almas. Pronto os creísteis dueños de la Tierra, pues erais dueños de las palabras. Nos hicisteis creer que vuestro idioma era perfecto y lo más curioso de todo, vosotros también lo creísteis.  

Por Jaime Cabrera