Sobre ablación y otras formas de tortura

 La RAE define el feminismo como el principio de igualdad de derechos entre el hombre y la mujer. En su segundo apartado, habla de él como el movimiento de lucha por la realización efectiva de todos los órdenes del feminismo. Como sabrá el lector, se trata de una corriente filosófica y política que alza la voz ante una situación de desigualdad ancestral que ha ido acumulando logros a lo largo de los últimos siglos. Con el avance de los derechos humanos y las libertades individuales que se ha logrado progresivamente en occidente, la igualdad entre hombres y mujeres se ha consolidado como premisa básica en cualquier ámbito. En consecuencia, los teóricos de nuestros días han abandonado progresivamente esa supuesta “inferioridad natural” de la mujer frente al hombre y mantienen, de forma unánime, que mujeres y hombres deben considerarse libres e iguales, capaces de autodeterminación, de tener un sentido de la justicia y de participar en el espacio público. Por desgracia, no debemos olvidar que occidente supone una realidad cuasi ficticia, un oasis de derechos que no se corresponde con las crudas realidades que priman en otros países del mundo no demasiado lejanos, en los que nacer mujer significa la más ardua de las condenas. Países en los que los liderazgos tribales, la ley de la Sharía y ritos tan antiguos y oscuros como el hombre, definen los perfiles de una moral en la que el valor de la vida es relativo según quien la ostente. Con el artículo de hoy pretendo exponer algunas de las tradiciones, mejor definidas como mecanismos de tortura, a los que mujeres de todo el mundo se ven sometidas, en rincones donde la palabra feminismo no existe.

Bacha Posh: debido a las tradiciones culturales y tribales en las que dar a luz a una mujer no es signo de buena fortuna, las niñas son obligadas a travestirse desde su nacimiento y se las educa como a niños durante, al menos, los primeros 16 años de su vida. Muchas veces los propios padres escogen esta alternativa para librar a las niñas de tener que contraer un matrimonio infantil y forzado a partir de los ocho o nueve años. Las familias más pobres se ven obligadas a tomar una de las dos decisiones, ya que en caso de que decidan quedarse con su hija y reconozcan su sexo, una mujer tampoco puede trabajar para ayudar económicamente a su familia. Además, de esta forma se permite que puedan acceder a una educación, ser libres de salir a la calle cuando les plazca y no tener que observar el mundo desde la rendija de un burka. Se trata de una práctica todavía común en Afganistán y Pakistán.

Leblouh: consiste en alimentar a las niñas de forma forzada, obligándolas a coger peso y a que enfermen de obesidad para que encuentren marido. Su particular canon de belleza corresponde a la obesidad mórbida, ya que es símbolo de buena salud, fertilidad y sobre todo riqueza. Este martirio comienza cuando las niñas tienen cinco años de edad, y se extiende hasta la madurez. En algunos países como Mauritania, no han faltado oportunistas que han sabido encontrar un nicho de mercado en esta práctica, lo que se ha manifestado en la creación de granjas, regentadas por mujeres, que obligan a las niñas a comer y beber hasta la extenuación. Se trata de una práctica que aún persiste en Mauritania y otras zonas de África como Mali o Burkina Faso.

Planchado de senos: De nuevo, realizado por mujeres a mujeres para que las niñas no atraigan la atención masculina y sean víctimas de crímenes sexuales además del acoso. Al inicio de su desarrollo, durante la pubertad, utilizando piedras calientes, sartenes y planchas, se destruye el tejido mamario mediante golpes y frotación varias horas al día, alargándose el proceso durante meses, y vendando después la piel para impedir el crecimiento de los senos. Al contrario de lo que veíamos anteriormente, se trata de una costumbre tabú incluso en los propios países en los que se sigue llevando a cabo, que se realiza en la intimidad del hogar. Esta práctica está más extendida de lo que parece: se practica de forma habitual en países como Togo, Camerún, Benín y Guinea, donde alrededor de 4 millones de niñas han tenido que experimentarla. Debido a las fuertes oleadas migratorias a Europa, ya se han denunciado casos en países como Reino Unido.

Ablación: también conocida como mutilación genital femenina. Aunque existen varios tipos, el elemento común a todos ellos es la mutilación de los órganos sexuales femeninos en edades muy tempranas para impedir que disfruten del acto sexual. Se trata de una tradición cultural practicada comúnmente por mujeres, en la que se extirpan, en las modalidades menos dañinas, el clítoris, y en las más graves, los labios mayores y menores. Sumado a lo aberrante de la finalidad de la práctica en sí, las posibilidades de enfermedad y muerte para las mujeres por las condiciones insalubres en las que se lleva a cabo la escisión y sutura contribuyen a denigrar aún más la figura de la mujer. Pese a que es un rito procedente de África y el sudeste asiático, no emparentado con el islam, la inmigración a distintos países de Europa ha traído el problema a nuestras costas, donde las mujeres, pese a gozar de mayor protección en el ámbito penal, no se atreven a denunciar ante el rechazo de los suyos o las consecuencias que pueda acarrear en su entorno.

Mujeres Jirafa: una preciosa atracción para los turistas y una tortura arcaica para la mujer. A lo ancho del mundo, encontramos diferentes culturas en las que la deformidad en la mujer se ve como un requisito de belleza. No desconocerá el lector la ancestral práctica china mediante la cual se les deforman los pies a las niñas pequeñas para que no crezcan, ya que una mujer con los pies pequeños es considerada grácil, delicada y bonita. Sin embargo, la costumbre de las mujeres jirafa, lejos de ser considerada una práctica aberrante, es vista como una peculiaridad exótica. Esta práctica tribal, de origen mongol y principalmente practicada por mujeres en Tailandia procedentes de Myanmar, obliga a las mujeres desde los cinco años hasta los 12 a añadir aros sucesivos a su cuello hasta llegar al tope, siendo necesario que los lleven de por vida. La tradición vino con dichas mujeres desde Birmania, que tras la revolución del Azafrán tuvieron que huir como refugiadas políticas a Tailandia. Todas estas refugiadas se encuentran en situación ilegal en el país, no se les reconoce la condición de ciudadanas y no pueden encontrar empleo de otra cosa. Por lo tanto, aunque hablamos de una malformación irreversible, ésta se impone a las niñas para que puedan ganarse la vida como atractivo turístico.

Lapidación: se trata de una forma de ejecución común en algunos países de tradición árabe. Pese a que sea tradicionalmente conocida por llevarse a cabo contra mujeres, los hombres también son víctimas de esta tortura cuando son condenados por según que tipo de crímenes. Esta  forma de tortura no entraña ningún misterio: se entierra a la víctima hasta la cintura o el pecho y se la cubre con una tela para evitar que el público contemple los efectos causados por el lanzamiento de los proyectiles. A continuación, es apedreada hasta la muerte por la muchedumbre asistente al acto de ejecución. En este caso, el origen de esta tradición se encuentra en la religión, pues se cita en el antiguo testamento para castigar a la mujer que no llegaba virgen al matrimonio y a las personas que blasfemaban. Es introducida en el islam por el califa Omar, que habla de la lluvia de piedra para castigar a los adúlteros. En países como Somalia, Nigeria, Irán e Indonesia seguimos encontrando casos.

Mujeres Dedavasi: se trata de una tradición ancestral cuasi desconocida que se sigue llevando a cabo en la India. Las jóvenes y las niñas de las castas más bajas se ofrecen a las diosas Yallamma o Hulgamma, para ayudar al sacerdote en las ofrendas a las diosas. Muchas veces son las propias familias las que realizan este ofrecimiento al verse castigadas por la ignorancia y la pobreza. Además de estar condenadas a vivir en templos, una vez alcanzan la pubertad, sus cuerpos se convierten en propiedad pública, por lo que se ven obligadas a satisfacer a los líderes tradicionales y políticos del pueblo al que pertenezcan o a cuántos hombres quieran disponer de ellas, ya que una mujer dedavasi jamás puede negarse a proporcionar favores sexuales. Aunque algunas de las víctimas consigan salir de estas instituciones, la mayoría de ellas por falta de formación y de medios para subsistir terminan en prostíbulos y redes de trata sexual, donde acaban falleciendo por el abandono en caso de envejecer o por las diversas enfermedades de transmisión sexual a las que están expuestas.

Aunque por la extensión del artículo me tenga que limitar a mencionar un restringido número de formas de tortura contra la mujer, son incontables los ritos dentro y fuera de la familia que, amparándose en su valor cultural y tradicional, pretenden ganar aceptación social para mantenerse inamovibles e incluso provocar tolerancia y respeto. El matrimonio infantil y forzado, los crímenes de honor, la posición de la mujer en el sistema de castas, las practicas atentatorias contra los derechos reproductivos de la mujer como la prostitución forzada, siguen siendo una realidad en el mundo sufrida por millones de mujeres sin posibilidad ni libertad interna de acceder a ayuda. Pese a que las organizaciones supranacionales que promueven los derechos humanos instan a los Estados a adaptar su legislación a las exigencias de los derechos fundamentales, debido a la falta de colaboración de los líderes tradicionales y religiosos, todos los intentos de hacer que la ley funcione caen en saco roto. Es solo a base de educación e información como podrán liberarse estas mujeres de unas cadenas tan antiguas que ya sienten como miembros propios, y esto, estimado lector, es tarea de todos. Mirar hacia otro lado supone el mayor de los actos de cobardía.




Por María V. Pitarch