Selfies y nuestro yo digital

Estos días en mi mesilla de noche ha descansado (y he leído también, de verdad) un libro llamado “Tristes por diseño: Las redes sociales como ideología” de Geert Lovink. Un ensayo de casi 250 páginas en las que se categoriza en diferentes capítulos cómo hemos llegado al punto de sentirnos tristes por dejar o no usar redes sociales y cómo han afectado a la sociedad estas plataformas diseñadas por gigantes tecnológicos. 

Actualmente nos parece algo normal entrar en el móvil y ver una notificación, pero os pido que os paréis a pensar. ¿Cuándo se ha normalizado y pasado al subconsciente el simple gesto de encender el móvil, abrir Instagram, responder, dar me gusta, apagar el móvil y REPETIR? Pues de todo esto trata el libro. Pero, para este artículo me quiero centrar en el capítulo número 7, llamado “Narciso confirmado: Teorías del selfie mínimo”.

No os lo resumiré entero, que así promuevo la lectura (de nada, Ministerio de Cultura), pero sí que ahondaré en un par de conceptos que trae a la luz nuestro buen amigo Geert, los cuales me han roto la cabeza.

El selfie es el mensaje

Según Geert, el deíctico gesto de un selfie es el mensaje. Todo lo que hace es demostrar presencia, no un estado de ánimo o sentimiento particular.

Durante todo el capítulo, expresa su idea de que el selfie fue una evolución del autorretrato. Tiempo ha, los hombres más poderosos de finales del Renacimiento lo usaban para “colocar su presencia” por toda una casa o para regalárselo a una persona importante para ellos.

Traigámoslo al presente, ¿por qué Instagram nos muestra el alcance de nuestras publicaciones?, ¿por qué se crearon los hashtags como complemento de los posts? Pues todo forma parte de este mensaje que queremos transmitir. Dónde estamos, en qué categoría (hashtag) queremos agrupar a nuestro selfie.

¿Resultado? La Generación Z ahora quiere ser Youtuber y conseguir millones de seguidores para vivir de crear contenido. De TENER PRESENCIA en un nicho particular. En el mundo. La presencia lo es todo. Si no tienes redes sociales, si no publicas qué estás haciendo con los morritos de un pato y con el índice y corazón levantados, siento decirte que no existes. Al menos para la sociedad.

El “Yo múltiple”

En palabras de Ana Peraica, mencionada en el libro: “hemos llegado a la tercera fase cultural del narcisismo [...] estamos produciendo a nivel participativo. Demostraron que no había un yo fijo, sino varios yo que se intercambian.”

Ojo que en la actualidad estamos imitando los mitos griegos y el siguiente puede ser Sísifo y tenemos que empujar un pedrolo por todo el Parque del Retiro (id sacando los guantes de empujar).

La cuestión que plantea Ana me pareció de las más complicadas de entender de todo el libro. ¿Cómo puede ser que un selfie nacido de la individualidad, del yo más profundo, fuera algo participativo y múltiple? Y llegué a una conclusión (sigo a pocas personas en Instagram y a pocos influencers): ¡Vaya amigos más aburridos tengo, macho!

El selfie ya no es un mensaje unidireccional. Es un mensaje en el que, a pesar de que yo hago todo el trabajo haciendo la foto, poniendo los filtros y subiéndola a la plataforma, no tiene ningún sentido sin una respuesta de nuestra audiencia, de nuestros seguidores. Los likes ya forman parte del selfie. Si esta frase no te ha escocido igual que a mí cuando caí en la cuenta, vuélvela a leer.

Mis seguidores son parte de mi “yo digital”. Los influencers tienen razón cuando dicen “es que sin vosotros no sería quien soy”. Efectivamente, no lo serías. Serías un “yo digital” completamente distinto.

Los selfies no son malos

Parece que he ido contra los selfies, pero reconozco que hago bastantes, sobre todo con el filtro de la lechuga y el brócoli que me pierde, así que los voy a defender un poquito. Bueno yo no, el libro.

Cito textualmente a Ana, de nuevo: “los selfies no son malos en sí mismos, sino una consecuencia de malas influencias: la pérdida de comunicación, la decadencia en la educación y la desaparición del texto tal y como lo conocimos”.

Y así se queda Ana, tan alegre tomando un té con miel después de decir esto. Pero lo peor es que tiene razón. La educación no se ha sabido adaptar a las nuevas generaciones. ¿Cómo puede ser que en el año 2021 no haya NI UNA sola asignatura obligatoria sobre lo digital en los colegios? Se necesitan conocer los peligros, los beneficios, las buenas y malas prácticas. ¡Y ya ni hablemos de leyes desactualizadas! 

Quiero dedicar este último párrafo al apartado de la pérdida de comunicación. ¿Sabéis este momento en el que estáis con un amigo y no sabéis ni de qué hablar porque ya os ha actualizado sobre todo o lo has visto en su feed? A mí eso me rompe el corazón. Se han cambiado los formatos y los selfies se han convertido en nuestro “yo real” cuando no es más que un “yo digital”. No nos gusta llamar por teléfono porque no podemos pensar en lo que decimos o cambiar palabras si nos equivocamos. No tenemos filtros.

A mí, personalmente, me encanta equivocarme. Me parece una de las cosas más bonitas de este mundo porque te permite aprender. Así que lanzo una proclama a los cuatro vientos: Intentad por un momento salir de la zona de confort del CSF (Chat, Sofá y Filtro). Descubriréis que tenéis muchas cosas de las que hablar que no se pueden transmitir en un selfie. 

Por Carlos Otero