Nostalgium


Mi amiga Bego es farmacéutica. No sé si me ciega mi admiración absoluta hacia su manera de estudiar y sentir su carrera, pero no tengo dudas de que dará con la forma de curar alguno de los males del mundo. Si pudiese pedirle un encargo personal a la Bego del futuro creo que uno de los muchos fármacos con los que me gustaría hacerme sería Nostalgium. ¿Triste, cansado y sin fuerzas? Un comprimido diario de Nostalgium para hacer frente al anhelo de lo pasado que fue mejor y empezar a disfrutar del hoy. Seguro que Bego lo consigue, pero mientras esto pase la Covid sigue provocando síntomas de manera descontrolada. 


Es un bucle. Sube el número de casos, luego baja. Primera, segunda y hasta cuarta ola, curvas que suben y tras hacerlo bajan para volver a subir. No puedes salir de tu comunidad, ahora sí, ahora otra vez no. ¿La semana que viene? No lo sé. Colecciono entradas a conciertos cancelados, grupos de whatsapp de planes anulados y frases que empiezan por un “cuando todo esto acabe”. Es un día de la marmota constante que paraliza, frustra e irrita. Echando la vista atrás, este último año han sido la incertidumbre y la falta de perspectiva unas de las mayores fuentes de sufrimiento y dolor. Pero este dolor no ha sido una rabia desgarradora que se concentra y consigue canalizarse para ser motor de acción. Todo lo contrario. Me ha dejado muda, parada, inactiva. La incertidumbre me ha encerrado en una prisión hermética de la que cuesta salir. Algunos lo llaman fatiga pandémica, es el cansancio que conlleva el haber vivido un año con el sistema nervioso en alerta, como si estuviésemos ante un tigre agazapado en la jungla, esa es la reacción que se desencadena en nuestro sistema nervioso simpático. La Covid-19 y el tigre a punto de atacar desencadenan en nosotros el mismo estado de alarma. Sin embargo, una lo hace durante segundos mientras otra lleva haciéndolo más de 365 días sin descanso. 


Me acuerdo de las caras. Me emociono pensando en los encuentros. Me sobrecoge pensar en la cercanía pasada. Es nostalgia, ese sentimiento agridulce que nos hace añorar un tiempo pasado queriendo volver a él y a lo que nos provocaba. Sin embargo no invita a movilizarse. Es nostalgia en un contexto de stand by, en momentos donde todo parece suspendido, a modo de simulacro en el que más que vivir tratamos de sobrevivir este reto que la vida nos ha presentado. Esto no cuenta. El año pasado no existía


Pero sí que lo hace, sí que cuenta y ha existido. Prueba de ello son las pérdidas que ha generado, los dolores que te ha causado, las incertidumbres vividas  y las ilusiones y planes frustrados. Y no es rabia , sino desconcierto y vulnerabilidad lo que me asola cuando el tigre agazapado en la jungla que es el virus me ataca. La nostalgia paralizadora es la nueva cepa de este virus que lleva un año tratando de apoderarse de nosotros, de nuestros sueños, motivaciones y planes. Un anhelo que me estanca y aprisiona a un tiempo pasado que pienso fue mejor y más sencillo. 



¿Cómo superarlo? ¿Cómo volverme a poner en marcha y activar mis músculos para correr y continuar aunque haya un tigre agazapado en mi jungla? En el ambiente parece haber una respuesta. Date un capricho, mímate y céntrate en ti. Esta suele ser la respuesta sencilla y gastada que se nos da. Sin embargo, por experiencia propia, no ha dado resultado. Fue ante este desconcierto, y falta de recursos para afrontar este momento de crisis cuando me tope con Laurie Santos, psicóloga especialista en felicidad cuyo curso en Yale es la clase con más alumnos de toda la universidad. Fue en la revista XL Semanal, en una entrevista que le hacían en portada para hablar con ella sobre cómo gestionar esta fatiga pandémica. Pero, ¿qué tiene Laurie de diferente que hace que haya rescatado su propuesta de las tropecientas ya existentes sobre cómo lidiar con la pandemia? Fue su propuesta, la que rompió mis esquemas, me resultó novedosa y fuera de lo convencional. Esta era salir de nosotros mismos como punto de partida para repararnos.Preocuparnos por los demás nos levanta el ánimo”, afirmaba. Es novedoso, que no nuevo, y radical. En un mundo donde prima el yo, el individuo y el bienestar propio por encima del otro, además acentuado por un virus que nos distancia, atemoriza y aísla, descentrarse de uno mismo, de mi mascarilla y mi salud resulta transgresor y llamativo. No lo digo yo, ni Laurie Santos, lo dice la ciencia: los pequeños actos de bondad, aleatorios, nos hacen más resilientes y refuerzan nuestra salud mental. Paradójico. Salir al otro para entrar en ti. ¿Ante la tentación de encerrarse en uno mismo? Altruismo, una alternativa al Nostalgium que anhelo. Esto nos hace más fuertes y tiene un efecto positivo en nuestra salud mental. “Ojalá que estés bien, que estés a salvo, que estés sano X” es un mantra que se repite en la meditación Metta, un tipo de meditación que Santos recomienda para estos tiempos y que te hace sentir la calidez que deja la compasión en tu interior. 


Laurie me azota con su propuesta innovadora. Frente a la filosofía de vivir cuidando de ti, con excusas de implicación “porque hay Covid” y a la espera de que llegue un momento más fácil para ayudar a otros, nos recuerda que nos hemos infravalorado, que somos más que ese yoísmo imperante, que nos sobran fuerzas de donde no pensamos que había nada para darnos a los demás. Yo lo creo. Lo cree una de las psicólogas más renombradas de Yale y lo cree Matthieu Ricard, monje budista y portavoz del Dalai Lama quien lo afirma rotundamente : el altruismo es el motor de la vida.


No son frases baratas, de galleta de la suerte o coach motivacional. No duran unos días en ti y luego se esfuman devolviéndome a la cruda realidad. La idea de la felicidad basada en el altruismo es complicada, pero profunda y fugaz. Implica ir a contracorriente en un mundo de dicotomías, el mundo del conmigo o contra mí y la cultura del win-win suprema. Malas noticias, aquí sólo gana uno, y no eres tú. Pero si decidimos probarlo, desear bien al de al lado, servir (uf, qué mal nos han hecho creer que suena eso), comprobaremos en nuestra propia piel lo que los científicos aseguran: la felicidad proviene de preocuparnos por los demás. Y para esto, la Covid no es excusa sino incentivo. 


Esto no es adoctrinamiento. De algún modo me lo digo a mí. Me lo recuerdo en un tiempo donde todo mi entorno se empeña en meterme miedo, paralizarme, y recordarme todo lo que no tengo y he perdido. Me recuerdo que no estoy sola, que vivo con otros, en sociedad y que ninguno de los problemas que nos asolan como comunidad local o global tienen soluciones que esquiven la bondad. No trato de dar una moralina sino de arrojar luz sobre una teoría que parece encubierta, que es maltratada por la idea del self-care excesivo que ciega haciéndome ver únicamente lo que me falta. 


¿Otro recurso? El agradecimiento. Dentro del bucle resulta complicado poner perspectiva. Ser consciente de dónde estás, qué tienes y hacia dónde vas es un verdadero reto. Contra el bucle, agradecer. 5 o 10 minutos al día dice Laurie Santos y niveles más bajos de cortisol, la hormona del estrés en consecuencia. 


La vida es complicada y concreta. Altruismo y agradecimiento no son la fórmula magistral, ni se pueden meter en un comprimido. Ojalá Santos o Ricard pudiesen darnos una guía “Cómo ser feliz en Covid permanente”, pero no es así. Y si no pueden ellos, menos puedo yo. Pero lo he visto y comprobado, es el descentrarse de uno mismo, el dar perspectiva, el sacar fuerzas para el otro lo que da fuelle y permite seguir con sentido mientras vivimos –o sobrevivimos– con la sensación de que un tigre agazapado se prepara para atacarnos. ¡Cuidado! ¡No te rompas! Estar bien de manera individual es esencial para darse a otros y para lidiar con los tiempos difíciles. Laurie nos recuerda: descansa, date un baño, limita el tiempo de redes, sé amable contigo mismo. Pero recuerda que aunque nadie te lo diga,  a veces lo que falta para rozar esa felicidad tan ansiada por todos no está en ti sino en el otro. 

Incomódate, ve a contracorriente, no ganes y date. 


Por Arantxa Lastres