Come, reza, ama. Y estudia.



Hace cinco años, YouTube anunciaba la vuelta a las clases con una lluvia de vídeos sobre material escolar. El fervor por los subrayadores de colores exóticos y pastel, las libretas punteadas y los apuntes ornamentados no es novedad. Pero hoy, sea mayo, sea noviembre, el contenido dirigido a estudiantes es una constante: con Merve, puedes estudiar con vistas a Glasgow de lunes a domingo, exceptuando los viernes; Ana Blanca hace lo propio, desde España, y le añade su carisma y experiencias personales, y Mi Opovida anima a quien oposita. Como ellas, decenas y decenas de cuentas con un mismo mensaje: quien se organiza, puede con todo. Ahora, el buen estudiante hace deporte, medita, se prepara un desayuno completo, pasea al aire libre, lee ensayos, lee novelas, le dedica tiempo a su familia y amigos y se ve un capítulo de su serie preferida antes de dormir. Al otro lado de la pantalla, quien les aplaude. Pero también quien no da, quien quizás tenía una mejor salud mental cuando el buen estudiante solo tenía que estudiar.

Es importante entender que, tras todo ese optimismo que rodea las semanas que son de estrés, y más allá de la vocación de generar contenido y obtener beneficios con ello, hay una buena intención: el apoyo al compañero y, de manera generalizada, la promoción de la salud mental. El estudio Prevalencia de síntomas depresivos e ideación suicida en estudiantes de Medicina españoles, llevado a cabo por Beatriz Atienza-Carbonell y Vicent Balanzá-Martínez, habla de un 39.1% de los estudiantes encuestados como víctimas de síntomas depresivos. De ellos, un 15.8% con una “ideación suicida reciente”. En el sistema educativo español, es una realidad que quien se lleva los aplausos es quien más horas se ha pasado delante de unos libros u, hoy, de una pantalla. Tras ello, otra menos verbalizada, pero no menos cierta: considerando al mejor estudiante como el de las calificaciones más altas, el mejor es quien más sufre.


Hace unas semanas, escribía el compañero Juan Cabrera precisamente sobre el inmovilismo, o el miedo, que parece rodear al sistema educativo español. Podemos entender que todo sistema que aboca al exitoso a sufrir es malo, sea cual sea la cultura del esfuerzo en la que creamos. Podemos afirmar que el sistema educativo español es un fracaso: no solo no se puede disfrutar el camino, sino que no es garantía ni de saber ni de lograr.


Sin embargo, mientras el sistema se mantiene incólume, nosotros hemos cambiado. El mens sana in corpore sano (mente sana en cuerpo sano) que inunda las redes no es negativo por ser como es. Es negativo por enmarcarse en un contexto que no le sigue el ritmo: un contexto hecho para horas de biblioteca y memorización. En la II Revolución Industrial, vemos como los avances - las máquinas - se introdujeron sin actualizar el contexto, lo que llevó a condiciones laborales precarias, a un campesinado abandonado y a la Gran Guerra. Sin sobredimensionar los impactos, lo mismo sucede aquí: no podemos pretender conducir como Fernando Alonso si el asfalto tiene grietas. Primero, ha de venir el cambio del sistema; si no, la retórica de puedes ser buen estudiante y amante de tus pasiones puede tener el efecto contrario al deseado: poner más presión en el alumno. 


A finales de marzo, Ana Blanca se desahogaba en su perfil de Instagram (@anablanchustudy), “decepcionada” porque le habían escrito un mensaje reprochándole una promoción de una productividad constante, tóxica, cuando ella pretendía transmitir lo contrario. Hablaba entonces sobre la importancia de sentar las prioridades de uno y actuar en consecuencia a ellas y, si ya antes las había, sus publicaciones compartiendo momentos de deporte, paseos u otro tipo de descansos se volvieron más frecuentes. Se había sentido mal por aquel mensaje: un mensaje que le alejaba de la realidad del estudiante que quiere llevar la universidad al día y que le pedía más desconexión. El problema de todo esto es que el rechazo social por una dedicación al estudio, y la asociación de esta con una mala salud mental, hace que muchos estudiantes se quieran alejar de ella. Pero, académicamente, nada ha cambiado: si no hay vista cansada, no hay sobresaliente. Por tanto, hay unos ánimos, exigencias y expectativas sociales para el estudiante incompatibles con el éxito académico. ¿Qué genera esto? Frustración en quien busca cumplir ambos. 


Al ”Estudia, nena, estudia, que es todo lo que tienes que hacer” de los abuelos, se suman hoy una larga lista de quehaceres para que no te reprochen una productividad tóxica. Y ello demuestra que, aun con las mejores intenciones, nada cambiará hasta que cambie el sistema. Machado no habría escrito “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar” si de la educación universitaria en España estuviese hablando. Porque hacer el camino bien es incompatible con disfrutarlo.



Por Alessandra Pereira