No soy maga

Ilustración extraída de: 

http://www.archivoinfojus.gob.ar/nacionales/juicio-laboral-con-un-solo-testigo-no-alcanza-2142.html


Damas y caballeros, les presento el cuento del juicio contra la Economía.

Parecía un día como cualquier otro. Las ciudades se habían despertado tras las atronadoras e intermitentes agujas del tiempo, que indicaban el fin de la vivencia en el mundo de los sueños para comenzar el inicio de un nuevo día; un día rebosante de oportunidades y de elecciones que, aún bañadas por la incertidumbre, no desalentaban a los protagonistas de cada historia para tomarlas. Unas ciudades en las que cada individuo cumplía una función, no solo para ese gran colectivo que el ser humano denomina sociedad, sino también para sí mismo. Ciudades construidas, mantenidas y preservadas por las decisiones de los predecesores y las generaciones actuales que miraron y miran tanto al presente como a ese futuro indeterminado.
Sin embargo, nuestra protagonista no se hallaba en este estrato del mundo, nuestra protagonista, Economía, era una ciencia, y como ciencia era alimentada por este estrato. Nuestra protagonista se encontraba en un medio en el que, por aquel entonces y ahora, cohabitan todas esas artes y ciencias a las que los hombres toman como musas, a las que dedican sus carreras profesionales. 

Pero no se engañen, este entorno no era menos complejo que el que nosotros conocemos, pues existía una estratificación que diferenciaba a los integrantes de él. Una separación que determinaba la validez y la relevancia de las mismas, una diferenciación que afectaba a los estratos inferiores del mundo, pues si una de ellas era calificada como no creíble, el hombre, el discípulo de las mismas, la tomaría como tal. En consecuencia, ello devendría en la reducción paulatina de aquellos que la desarrollan, hasta tal punto que, si la misma no se recobraba, finalmente quedaría en el recuerdo, quedaría absorbida por Historia.

Economía, pues, temía que fuera extraída de este mundo, temía desaparecer y ser enterrada. Sabía que ese destino podía acontecer si el Tribunal de Estratificación tomaba la decisión de relegarla al escalón último. Sin embargo, ya no podía hacer nada más, el juicio había tenido lugar y su suerte ya no dependía de ella. Solo quedaba esperar.

El juicio había comenzado con Matemáticas exponiendo las acusaciones contra ella —“Economía, ciencia social, es acusada de irrelevante debido a las predicciones elaboradas por sus discípulos en base a usted. Predicciones que pretendían ilustrar al resto de los individuos aquello que pasaría en el futuro. Predicciones que, según sus creadores, eran fundadas, pues, se basaban en el estudio de lo acontecido anteriormente. Sin embargo, como se ha visto, las mismas no vislumbraban la realidad que deparaba a los hombres. Por lo que, Economía, ya no sólo no sirves para evitar los males a los hombres, sino que ellos no se pueden fiar de aquello que deducen tus miembros”—. Matemáticas decidió esperar a que el público se impregnara de esa perspectiva de la realidad que parecía el Talón de Aquiles de Economía, una debilidad que supondría la hecatombe de su existencia.

—“Para ilustrar la cuestión, permítanme extraer de Historia un suceso, la Gran Depresión, y un discípulo de Economía, el dr. Irving Fisher. Antes y al inicio de este acontecimiento que bañó a los humanos en años dramáticos, el dr. Fisher defendía no solo que no sucedería lo que ocurrió en el mercado de valores, sino que ello no se extendería a la economía real. Pero, como saben, aconteció todo lo contrario. Este es solo un ejemplo de que las predicciones hacen que usted, Economía, no solo sea una ciencia irrelevante, sino que no sea ciencia. Porque, Economía, usted misma se ha descubierto como inservible”—. Matemáticas respiró y concluyó tajantemente —“Usted es una farsante”—.

Era el turno de Economía y la temida pregunta fue dicha —“Economía, ¿cómo se declara?”—. Economía se levantó y dijo —“culpable”—. La sala se quedó enmudecida ante la inesperada declaración de la acusada, incluso la propia Economía, pero decidió continuar y presentarse como era, dejarse al desnudo para que vieran cómo era ella.

—“Como he dicho, me declaro culpable. Me declaro culpable de que se haya generado una errónea impresión de lo que soy. Yo en ningún momento nací con el propósito de adivinar con certeza plena aquello que acontecería en el futuro, pues no soy maga. Yo nací como ciencia social, como bien ha dicho Matemáticas. Yo nací con el propósito de estudiar al individuo y el entorno que él mismo ha generado. Conmigo, por un lado, se estudia y modela cómo asignar de manera eficiente esos recursos que mayoritariamente son escasos; y cómo el individuo ante ciertas encrucijadas toma ciertas decisiones. Y por otro, se analiza cómo a un nivel superior se mueven variables como el ahorro del país o el propio comercio entre naciones”—. Economía paró para mirar a Matemáticas y decir: —“no soy inservible, soy una ciencia que plantea cómo gestionar los recursos para maximizar el bienestar social; y permite comprender la forma de actuar del individuo y de situaciones como la divergencia entre los países. Soy una ciencia que propone políticas para mejorar la realidad y ayudar al individuo en sus decisiones.  Con ello no digo que sea perfecta, soy una ciencia que depende del individuo y del entorno en el que vive el hombre. Por lo que si buscan en mí una predicción perfecta del futuro en base a mis estudios, no la hallarán, pues estoy cubierta de cierta incertidumbre. Sin embargo, esto no me hace irrelevante. Que una predicción o una medida que busca la mejora posea cierta probabilidad de fracaso no la hace inservible. Pues si ustedes la desechan, lo harían por estar focalizando su atención en solo una parte del abanico de probabilidades, estarían dando un peso incorrecto al error. Y lo harían, simplemente, por el miedo al posible fracaso"—. Finalmente, Economía concluyó lentamente: —“No soy maga, pero no soy inútil".

Y así terminó la sesión del juicio que rememora nuestra protagonista, Economía. Sin embargo, aún no se ha dictaminado sentencia. Ella está en manos del Tribunal de Estratificación. Ella está en tus manos.

Por Ana Fernández Bejarano