No lo digo yo, ¡lo dice la ciencia!



Si cualquiera de nosotros tuviera desde hace tiempo un intenso dolor de espalda, acudiría probablemente al médico. Es más, si le planteamos el asunto a familiares y amigos es probable que la gran mayoría nos recomendase hacer eso mismo. Pero entraría dentro de lo habitual que alguien nos propusiese otro tipo de tratamiento, una terapia alternativa a la medicina. Al menos en mi caso, contestaría que no tendría sentido seguir esa terapia porque no son médicos los que la practican. Entonces es cuando nos podrían decir “pero es igualmente una ciencia”. Una sociedad con una confianza en la ciencia tan extendida como la nuestra, ve necesariamente surgir las pseudociencias (pseudo es la palabra que en latín significa "falso"), supuestos conocimientos que quieren ser considerados como científicos para tener ese ansiado aval. Por si fuera poco, en época de crisis brotan escandalosamente rápido muchas soluciones sospechosamente milagrosas que buscan ser blanqueadas por tener ciertos parecidos con la ciencia, pero que a veces lo único blanco que llevan es la bata. Me ha parecido este un buen momento para pararnos a hablar de cómo aprender a distinguir la ciencia.

Sobre lo que definiría a una ciencia como tal y la distinguiría del resto de conocimientos, planteó Karl Popper (1902-1994) un criterio interesante: el de la falsabilidad. Según esta teoría, los enunciados científicos son aquellos para los cuales existe la posibilidad de que haya una observación que demuestre que son falsos. Expliquémoslo con un ejemplo. La ciencia de la física, desde Arquímedes, dos enseña que todo cuerpo sumergido en un líquido desaloja un volumen de líquido cuyo peso es igual al del cuerpo sumergido. En efecto, es un enunciado científico porque existe la posibilidad de que haya una observación que la desmienta , que la falsee: un cuerpo que no desaloje la cantidad de volumen que la teoría predice. Este razonamiento, en el fondo, es el mismo que inspira el método científico. Según este, el procedimiento para alcanzar un conocimiento científico ha de partir de una hipótesis, a la que deben seguir unas observaciones que lleven a una conclusión que acepte o rechace la hipótesis. En cualquier caso, siempre puede ocurrir que las observaciones nos demuestren que nos equivocamos.

Esto no es así con las pseudociencias. Un ejemplo muy evidente es el del creacionismo. La idea principal de esta tendencia que hace estragos en Estados Unidos es que el universo no tiene su origen hace miles de millones de años, sino tan solo unos pocos miles, porque su origen no es otro que la acción “mágica” de Dios. Ninguna observación, como fósiles de especies que componen eslabones de la evolución, son observaciones que las refuten, sino “trampas” puestas por Dios para poner a prueba la fe. No hay manera de plantear la menor duda.

Con esto y con todo, la teoría de Popper no nos da una solución definitiva al problema. Si bien es un criterio muy importante y todas las ciencias lo cumplen, no sólo las ciencias cumplen el criterio. Las terapias alternativas a la medicina, por ejemplo, no excluyen la posibilidad de equivocarse. Según algunos planteamientos, es posible que la terapia no funcione (y bien sabemos que no son pocas las veces que no han funcionado), pero la causa no es que sea falsa.

Por tanto, ¿cómo distinguiremos las pseudociencias de las ciencias? Ya hemos visto la importancia que tiene para nuestra sociedad responder a esta pregunta, pero a pesar de ello, a lo largo del siglo XX esa urgencia no ha hecho que los filósofos de la ciencia se pongan de acuerdo. Martin Mahner (1958) es un biólogo y filósofo de la ciencia alemán que acepta el reto de reflexionar sobre esto y propone unas pistas que creo que podemos utilizar como guía. Según él, para ver si una forma de conocimiento debe considerarse como una ciencia hay que, por supuesto, fijarse en la lógica y metodología que sigue, pero también en las personas que consideraríamos expertas en la materia.

Por lo que se refiere a los razonamientos que siguen, es importante que la lógica sea algo puesto en valor, que tenga capacidad de ponerse a prueba y que el espíritu crítico sea algo valorado, reconociendo que no infalible. También debe ser algo que resuelva problemas reales, es decir, que no tenga una estructura circular en la que cada postulado se basa en otro y al final todo el conocimiento carece de un apoyo externo a las propias teorías. En esta misma línea, también debe hacernos sospechar que se haga referencia a “vibraciones”, “energías” o “espíritus” como explicación de los fenómenos. La ciencia versa sobre cosas que, de una manera u otra, son tangibles.

Decíamos que tiene también gran importancia la comunidad de personas que trabajan en un tipo de conocimiento para ver si es ciencia o no. En el ámbito científico siempre existe un gran número de personas que investigan al respecto, por oposición a ciertas “artes” en las que hay un gran experto que enuncia los postulados y el resto de adeptos se limitan a aceptarlos. No es esto lo mismo que el hecho de que existan personalidades más expertas que otras, porque en esos casos existe igualmente la posibilidad de corregir errores. Además, en lo que se refiere a la ciencia, suele haber intercambios de los distintos avances entre ramas muy distintas, algo que también nos ayuda a percibir el conocimiento científico como un conjunto.

Creo que tanto la aproximación de Popper como el análisis de las características de la ciencia que hace Mahner, nos permiten hacernos una idea del problema, pero también nos aportan una lucidez muy valiosa al respecto. El científico no es, por supuesto, el único conocimiento válido. Hay muchas otras cosas que nos proporcionan un conocimiento de la realidad fundamental para el ser humano. De hecho, y esto ya es una opinión muy personal, todo conocimiento humano es imperfecto y jamás agotaría la realidad de un mundo tan complejo. Sin embargo la ciencia nos proporciona un acercamiento a lo material que, aunque sea por el trabajo de tantos hombres y mujeres y el bien que ha hecho, merece respeto.


Por Carlos del Cuvillo