Alimentar a la anorexia

AVISO: Contiene información explícita sobre trastornos de la conducta alimentaria

Voy a hablar de anorexia y lo voy a hacer desde una perspectiva contaminada por años de sufrimiento agónico, silenciado por el clamor de una sociedad que señala con el dedo y asfixia cualquier posibilidad de disidencia. No soy psicóloga, ni nutricionista; pero conozco bien esta mierda. Es hora de romper el tabú y el tablero.

Salir del armario de la anorexia es complicado. El desconocimiento es un disfraz que te permite sortear con toda clase mentiras la ardua tarea de lograr 24 horas de ayuno. Colocarte en la frente la etiqueta de “anoréxica” se asemeja a llevar puesto un cartel de neón de dimensiones estratosféricas que pita cada vez que llega la hora de comer. Reconocer en público que tienes un trastorno de la conducta alimentaria supone quemar el disfraz y tirar a la basura la posibilidad de estar mal. Es más, implica que la próxima vez que quieras “volver” no podrás hacerlo sin ser egoísta con las personas que te quieren. Nadie quiere ser egoísta. Ser egoísta implica sentirte mala persona. Sentirte mala persona es un motivo más para no comer. Quizá, salir del armario de la anorexia no sea más que otra excusa para reforzar el pensamiento autodestructivo.

“Digamos que no tengo una relación sana con la comida”

Los eufemismos siempre han sido mi fuerte. Soy experta en el juego de palabras y la construcción de metáforas. “Algún día os contaré cómo hasta los huesos vibraron en la caja de una niña que ya no creía en los colores”. La primera vez que me cuestioné la validez de mi cuerpo fue al leer cómo otra chica se cuestionaba el suyo. Rondaba los trece años y todas mis amigas me llegaban por el hombro. Ese es el contexto, no la excusa. La cifra que marcaba la báscula quedó clavada en mi mente hasta tal punto que, aún, a día de hoy, anhelo reducirla. Tenía trece años. Hoy tengo veintiuno. Fue un tweet. Por aquel entonces: 140 caracteres.

No fue solo un tweet.

Lily Collins en Hasta los huesos

Luna Miguel, en su reciente obra Caliente, plantea cómo el desconocimiento de nuestros cuerpos no es más que un mecanismo de opresión para cualquier ser humano. Más adelante afirma: “la fealdad es un mecanismo de opresión: esto es algo que las mujeres aprendemos especialmente pronto”. Aquella chica de Twitter se frustraba por el tamaño de sus muslos sentada. No sé qué edad tendría ella, seguramente la mía. Aquella chica se sentía insegura por sus piernas porque hacían que no fuese bella. Bella. Las personas bellas eran las que marcaban las revistas y redes del momento. Mujeres presentadas al mundo como reales, tras la intervención de horas de Photshop y quirófano. Una niña de trece años llora porque sus muslos rozan.

Escribo todo esto desde el pánico más absoluto. Sabiéndome vulnerable, quemando no solo el disfraz, sino la piel que ha cubierto mi ser durante una década. Escribo estas palabras con el temor de que me leas y encuentres en mi testimonio las claves para seguir torturándote. Las subrayo de amarillo y me pregunto: cómo puedo decirlo sin que me romanticen. Porque matarte de hambre no es bonito, es maltrato.

Romantizar el maltrato. La manera más sencilla de hacerlo es mediante las redes sociales. Cuando yo era adolescente era mediante series y películas. Hoy el método se combina. Tumblr es el Edén de las anoréxicas. Apelando a etiquetas de “trigger warning” el contenido “thinspo” se hace más accesible para aquella que lo busca. En esta red social podrás encontrar diarios de calorías, ejercicios y pensamientos autodestructivos de chicas de entre diez y treinta años. Es donde alimentan su odio por sí mismas, respetando en un silencio cómplice su propio harakiri. Todas saben que no está bien. Se justifican las unas a las otras diciendo “que no pretenden ser la inspiración de…”, pero comparten. Algunas no son tan hipócritas. No sé quién es peor o mejor, pero sí que todas saben que lo que hacen no está bien. Por eso se esconden tras usuarios anónimos, se apoyan y rebloggean fotos de personas en los huesos. Es su escondite, el lugar donde nadie las juzga por “obsesionarse” con la exigencia impuesta por esta sociedad. Solo intentan ser lo que quieren que sean.

No hace falta estar en los huesos para ser anoréxica. La idealización de referentes ficcionales (hoy pseudoreales, gracias a las redes sociales) es llevada a su máxima paradoja con películas como Hasta los huesos, Feed, Abzurdah, Starving in Suburbia y una larga lista de obras que pretenden exponer el peligro de estas conductas. Yo aprendí a pesar los alimentos con Minnie, de Skins; a correr en ayunas con Olivia, en Feed; a mentir con Cassie, de Skins; a tener “goal weights” con Starving in Suburbia; a reconocer nuevos huesos que quería que se marcasen en mí como lo hacían en una Lily Collins más delgada de lo habitual en Hasta los huesos. Todas te dicen que no lo hagas, pero te explican detalladamente cómo hacerlo.

Esto puede parecer una incoherencia por mi parte, exponiendo los motivos que me hicieron tocar fondo, dejándoselos en bandeja a potenciales anoréxicas. Soy consciente de ello, pero creo que es necesario quitar la cortina de esta cara de internet y de esta realidad peliaguda, aniquilando de una vez por todas este tipo de series y películas que no hacen más que idealizar esta mierda. Todas las películas nombradas muestran de forma explícita lo que yo me he limitado a citar, todas se encuentran googleando “anorexia films” porque no se consideran peligrosas, ¡creen que es positivo hacerlas! Cuando la realidad es que Tumblr está repleto de fotos de Lily Collins fumando cigarrillos durante la película, todas con la etiqueta de #thinspo, #goals, #goalweight, #ed, #proana.

Nunca es suficiente. Por más que los números bajen, nunca lo harán a la velocidad que quieres. Por pocas calorías que ingieras, siempre pensarás que puedes comer menos. Por más deporte que realices, siempre podrás correr un kilómetro más. Crees que puedes parar; lo cierto es que no. La idea comienza a obsesionarte, pasas horas en internet, leyendo y mirando fotografías de personas a las que te quieres parecer, pero no eres; aprendiendo a odiarte. Comienzas a no querer salir porque te da miedo tener que beber y comer. Encuentras consuelo en cafés solos con hielo, sonríes con orgullo cuando te dicen que pareces cansada y empiezas a medir cada centímetro de tu cuerpo a cada instante. Aún a día de hoy me sorprendo a mí misma comprobando si puedo rodear mi brazo con los dedos de mi mano.

Entonces llega el body-positive. La gran mentira. Ahora internet no solo está repleto de fotografías de mujeres extremadamente delgadas, sino que al lado las acompañan fotografías de las mismas mujeres, pero posando normal. Reivindicando qué. ¿Que pueden estar guapas y, además, feas? El peligro de este movimiento reside en la necesidad de seguir mostrando que son perfectas. El peligro de todo lo mencionado con anterioridad es la opresión constante que nos lleva a cuestionar nuestra validez en base a nuestro cuerpo. Rescato, de nuevo, a la maravillosa Luna Miguel: “La fealdad es un mecanismo de opresión, y la cultura que consumimos, una muestra de ello”. La escritora reivindica el estar feas como el “estar rotundamente presentes en el mundo”. En línea con este pensamiento surge el body-neutrality que busca romper con esa necesidad de estar bellas para sentirnos válidas.

@namastehannah

Los filtros de Instagram, las posturas estudiadas para que no rocen los muslos, la edición de imágenes para quitar estrías, reducir barriga y blanquear dientes; la aniquilación total de nuestros cuerpos, la modificación exacerbada de quiénes somos. Aprendemos a odiarnos. Nos enseñan a odiarnos. No fue un tweet a los trece años lo que desencadenó el cuestionamiento de mi cuerpo. Fue el constante martilleo social que me exigía ser perfecta. Y el cuestionamiento de mi cuerpo posteriormente, y por el hecho de ser mujer, me llevó a poner en duda mi validez como ser humano en base a mi apariencia. Porque no se escucha igual a la chica gorda, no se atiende igual a la chica fea; porque por mucho que intenten vendernos la idea de que todas somos iguales, la realidad dista mucho. Y todas lo sabemos, por eso todas queremos ser la chica perfecta que nos muestra el cine, las series, las redes, la televisión… Por eso hay que reivindicar la fealdad. Porque la perfección no existe. Porque nunca va a ser suficiente. Porque nuestra validez como personas no la miden los kilos o la belleza, es inherente a nosotras mismas como seres humanos. El simple cuestionamiento de la misma es un atentado contra nuestro ser. Alimentar la opresión que nos lleva a aniquilarnos en vida es una atrocidad y un crimen deleznable.

Hablaba de romper el tablero, pero esto no es ningún juego. Aún a día de hoy cuando abro la nevera recuerdo las calorías exactas de cada alimento. Dejé de usar azúcar, de beber refrescos que no fuesen cero. La carga de conciencia me sigue acompañando. Si no hago deporte me inunda una sensación de culpabilidad que me oprime, hace que piense que no soy válida. Sigo odiando partes de mi cuerpo, sigo sin reconocerme en las fotografías robadas. A veces, me sorprendo a mí misma admirando cómo se notan determinados huesos. Pómulos, esternón, caderas, costillas, muñecas. Todas las mañanas observo las cifras de la báscula. Aún hoy. Ha pasado una década. No es ningún juego. Nunca tienes el control, es más, reproduciendo estas conductas lo pierdes absolutamente. Esta obsesión se adueñará de tu vida antes de que te des cuenta. Tenemos que desaprender el odio impuesto y reconquistar nuestros cuerpos, convencernos de la validez de los mismos. De la mano de esta vendrá la aceptación y estimación de nosotras como personas.
 
Dejemos de alimentar a la anorexia. Adquiramos conciencia real de todas sus formas de manifestación, de adoctrinamiento y de opresión. Creo firmemente que solo hablando sin tapujos, quemando el disfraz y señalando con el dedo todo aquello que aún hoy hace sonar en mí la alarma de “thinspo” podremos reconocer el camino que nos queda por andar, podremos detectar en quienes nos rodean (y en nosotras mismas) conductas autodestructivas y podremos frenar el avance de esta mierda. Mientras tanto, los armarios seguirán repletos de anoréxicas que, en vuestra ignorancia, ven la oportunidad de seguir odiándose en silencio.

Un consejo, de alguien que no es psicóloga ni nutricionista, pero sí anoréxica. Cuéntalo. Estarás un paso más cerca de salvarte.

 

Por Ana Macannuco