En las propias manos


El Banco Mundial prevé que la pobreza extrema mundial habría incrementado por primera vez en 20 años en 2020.

¿Cómo podemos luchar contra esta realidad en la que el individuo no sólo nace, sino que se mantiene en una situación de pobreza de la que por él mismo no puede salir? ¿Cómo podemos mejorar las oportunidades de crecimiento de aquellos a los que les falta casi todo? En la búsqueda de la respuesta óptima a estos interrogantes son diversos los mecanismos, las medidas, que se han ido implementado con mayor y menor éxito entre las personas que poseen menos recursos. Entre ellos cabe mencionar el cuestionado microcrédito. Con él, se busca ayudar al desarrollo, no a través de la distribución de fondos no reembolsables, sino permitiendo que sea el individuo, por él mismo, el que edifique su salida de la situación de pobreza en la que se encuentra. 

El microcrédito, servicio de las microfinanzas creado entorno al siglo XX, es un préstamo de pequeña cuantía, con niveles de tipo de interés superiores a los de la banca comercial y con plazos cortos de devolución. Las razones de ser de estos rasgos residen en que: los primeros préstamos constituyen prueba de pretensión de devolución del dinero recibido (lo que justifica la magnitud del principal), la estimulación del uso del capital recibido (lo que fundamenta la brevedad de los plazos), y la facilidad de pagar pequeñas cantidades periódicas (lo que apoya la alta frecuencia de pago de los mismos). Asimismo, esta clase de préstamos no poseen garantías ordinarias. Se considera que las mayores garantías de pago de estos créditos se hallan en: el atractivo que reside en la posibilidad de acceso a más créditos, la responsabilidad compartida de los mismos y la capacidad de pago que esta relacionada con el negocio que se va a financiar. Cabe mencionar que el análisis de esta capacidad de pago es una de las cuestiones que más encarece la prestación de este servicio, y lo que genera, en parte, tipos de intereses elevados.

Esta clase de préstamo es concedido a personas con pocos recursos (y a microempresas) que poseen dificultades en el acceso a la banca tradicional debido a su situación socioeconómica. En ausencia del microcrédito, suele recurrirse a sistemas financieros informales, los cuales tienden a encerrar en círculos viciosos a sus clientes, al tener que ir pidiendo más y más dinero para devolver el préstamo anterior (establecido a un precio considerablemente elevado). Esto deviene en el incremento exorbitante de la deuda que posee el prestatario con el prestamista. En oposición a ello, el microcrédito nace como alternativa, como opción que rompe con esa cadena infinita de endeudamiento. Sin embargo, ¿es todo oro lo que reluce?

El microcrédito requiere de un cierto contexto para prosperar su aplicación: necesita que el contexto donde se vaya a conceder se caracterice por tener un cierto mercado, un cierto nivel de actividad económica. Poseyendo esta condición, son numerosas las vías por las cuales se puede acceder a este servicio microfinanciero, de las que destacan los microcréditos individuales (definidos precedentemente), los bancos comunales y los grupos solidarios. El segundo de ellos consiste en agrupaciones de individuos que se encargan de la autogestión, el crecimiento y generación de ahorro y crédito. El tercero consiste en la generación de grupos cuyos integrantes responden de manera solidaria ante el impago del capital aportado al conjunto. Con ello, se permite un mayor acceso a personas que por su condición económica (extrema pobreza) o por características exógenas (como vivir en zonas retiradas de núcleos humanos) no pueden acceder incluso a este tipo de préstamos. 

Los efectos teóricos de este tipo de créditos pueden dividirse en base a la influencia que ejercen en el campo social (el incremento de los ingresos en el hogar trae aparejado un incremento en la calidad de vida de esa unidad al aumentar los gastos en educación y sanidad; y el empoderamiento de la mujer), empresarial (creación y mejora de las microempresas existentes), y en los mercados financieros (al incrementar los productos que ofrece este sector y expandir el ámbito del mismo). Estos impactos —divididos en directos (afecta a las necesidades básicas) e indirectos (promueve la actividad económica lo que permite la satisfacción de las necesidades de los intervinientes de las operaciones)— han sido contrastados con la realidad; pues, una medida que es buena en la teoría pero no en la práctica, no es una buena medida económica, no es una medida útil para luchar contra la pobreza y para empoderar a la mujer.

Cabe destacar previamente, los argumentos de aquellos que defienden que los microcréditos elevan a la mujer, la hacen más poderosa. Generalmente, estas instituciones financieras que ofrecen esta clase de productos financieros, poseen más clientas al ser las que se encuentran, habitualmente, en peores situaciones entre los pobres y al constatar que la tasa de devolución es mayor que los hombres. Teniendo este hecho en mente, promotores de este servicio, como Mohammed Yunus, se cuestionaron si con este ingreso se conseguiría modificar las actitudes que la sociedad dirigía contra ellas, e incluso la concepción que ellas tenían con respecto a ellas mismas, con respecto al papel que tenían en el colectivo. Se planteaban si con posibilitar que la mujer tuviera un sueldo, se erradicaría la opresión que se ejercía sobre ellas, pues, uno de los fundamentos de la misma, la dependencia económica, había desaparecido.

Para analizar esta cuestión y las precedentes, cabe mencionar el estudio realizado por Abhijit V. Banerjee y Esther Duflo. Analizaron los efectos que generaba en la sociedad de un territorio la apertura de un comercio dedicado a las microfinanzas (a productos como los microcréditos), en comparación a zonas donde estos servicios no habían llegado. Concluyeron que en el corto plazo, el microcrédito no había modificado la visión que se tenía sobre la mujer, los gastos en educación y en sanidad, ni el consumo. Sin embargo, incrementó la inversión en pequeños negocios y los beneficios de los ya existentes. 

Ello demuestra que los microcréditos no son el maná pero tampoco son inservibles. Es un instrumento que ofrece mejoras pero también posee limitaciones. Por ello, hay seguir buscando medidas que mejoren la situación de los que no tienen las mismas oportunidades que nosotros.


Por Ana Fernández Bejarano


Para una mayor profundización sobre los microcréditos (Begoña Gutiérrez Nieto, Catalina Rodríguez Garcés y María Elena Inglada Galiana et al.), la mujer en los microcréditos y el experimento.