La alegría en números rojos

 



El próximo 11 de marzo se cumple un año desde que la OMS declaró a la covid-19 como pandemia, hoy después de once meses de restricciones, aislamiento y muertos, la salud mental de los ciudadanos pende de un hilo. Da igual a quién preguntes, todo el mundo está cansado, enfadado o triste, no vemos el momento de recuperar nuestra vida y volver a tener los momentos de felicidad que antes nos empujaban a seguir y el estrés de la pandemia sumado a la falta de refuerzos positivos que nos incentiven empiezan a hacer mella en nuestra estabilidad mental. 


Hace casi un año desde que la vida se paró en España. Los científicos llevaban tiempo avisando de que un virus respiratorio extraño estaba dejando cientos de muertos en China, pero los confiados dirigentes españoles no cerraron fronteras ni avisaron a la población; cuando el gobierno quiso reaccionar ya era tarde. Desde entonces los españoles cargamos a nuestras espaldas 60.000 muertos y casi medio millón de nuevos parados. Empresas de todos los sectores cierran diariamente o meten a sus trabajadores en ERTE y las ansiadas vacunas, el maná traído por la ciencia, acaban pinchadas en brazos de corruptos. Es cierto que los españoles tenemos fama de tomarnos las cosas con humor (por algo somos el país más feliz de Europa), pero también es verdad que la paciencia tiene un límite.


En una situación normal los momentos de estrés y placer se equilibran: no es difícil hacer un gran esfuerzo en el trabajo o en época de exámenes porque, al acabar, todos obtenemos una recompensa de una manera u otra. Para algunos el disfrute se traduce en un viaje al extranjero, otros van a festivales y a otros nos hace felices pasar con amigos las fiestas de nuestro pueblo. Sin embargo, muchas de las opciones de ocio han desaparecido por culpa del virus y los niveles de serotonina nacional están bajo mínimos. Desde el principio de la covid los ciudadanos han seguido cumpliendo con sus obligaciones, pero sin recibir momentos de alegría,  lo que provoca que entremos en una espiral de malas sensaciones. Basta con salir a la calle para ver que la gente está triste, apática y asustada. El sentimiento de cansancio físico y mental aparece todos los días al subir la persiana y ya ni siquiera nos sorprende sentirnos tristes porque vivimos atrapados en el mismo día desde el 14 de marzo de 2020. Algunos llaman a este sentimiento fatiga pandémica, producida por el desgaste de vivir en un estado de alerta constante que produce estrés, ansiedad y depresión, pero yo creo que esta expresión solo sirve para tapar una realidad: el hartazgo general. Los políticos piden todos los días que los ciudadanos hagan un esfuerzo por no salir de casa y cumplir las restricciones, pero ellos no se esfuerzan por minimizar el sufrimiento del pueblo.


La gente está cansada de la pandemia, de las restricciones inútiles que dificultan la vida a los ciudadanos sin ofrecer realmente una situación y de ver que las vacunas llegan tarde y mal. Distintos estudios constatan un aumento en los trastornos de ansiedad, depresión y estrés postraumático, fruto del aislamiento, la incertidumbre y el miedo al contagio. A pesar del aumento de patologías, España sigue estando a la cola de Europa en el número de psicólogos: de media los países de la Unión tienen 18 psicólogos por cada 100.000 habitantes, mientras que en España se reduce a 6 el número de especialistas en salud mental. Como consecuencia de la escasez de profesionales, las listas de espera en Madrid para tener la primera cita con un psicólogo llega a los 8 meses, y hasta 3 meses el tiempo de espera entre una sesión y otra,  lo que supone una respuesta muy pobre a una demanda que sin duda irá a más.


Desde el inicio de la covid hemos aceptado, casi de manera unilateral, que la vida social, el disfrute y los momentos de tranquilidad son prescindibles, y hemos entrado en un bucle de resignación que deriva en culpa por hacer actividades que antes eran normales. La mayoría de las personas hemos aceptado que nuestra vida ya no nos pertenece tanto como antes y que disfrutar de ella nos convierte en irresponsables e insolidarios. Pero lo que al principio era unidad colectiva y aplausos se está convirtiendo en individualismo, en un sálvese quién pueda por las vacunas y en gente que se salta las normas cada vez más, porque son inútiles, arbitrarias y todos estamos muy cansados. Sinceramente, no sé cómo acabarán las cosas, pero estoy segura de que pase lo que pase nos dejará miles de muertos más, por la covid, por suicidios, por ignorar otras enfermedades o por enfrentamientos contra el gobierno en protesta a las restricciones como los que ya están ocurriendo en Holanda. La covid va a permanecer con nosotros durante muchos años más, y mientras no haya una vacuna o una cura efectiva también nos acompañarán las restricciones y el desgaste anímico y mental que producen. No sé cuándo podremos volver a vivir tranquilos y a disfrutar de nuestro tiempo, lo único de lo que estoy segura es de que no hay mal que cien años dure, ni salud mental que lo resista.



Por Cristina Moreno