Encerrados con Emily Dickinson

En espacios entre silencios tejió su vida Emily Dickinson, recluida en su habitación como hoy se encuentra la gran parte del mundo. Lo suyo fue por elección, lo nuestro por obligación, pero es el mismo silencio. Alejados de familia y amigos, no nos queda más resguardo que las paredes de nuestro propio cuerpo

 

Esta poeta del siglo XIX pronto decidió que su vida sería una solitaria, encerrándose en la casa de sus padres en Massachusetts. Hacia el final de sus días fue vista una sola vez, con su vestido blanco, pasando como una sombra fantasmal a través de sus jardines. Desde el primer momento, sus hermanos desmintieron que su reclusión fuese por una enfermedad mental, había sido decisión suya por completo. Ella misma dejó por escrito en su poema 303: “El Alma elige su propia Sociedad / Entonces –cierra la puerta–”, y así dijo adiós al resto del mundo.

 

Mantuvo contacto con algunas personas de su círculo cercano a través de cartas, pues lo que nunca dejó de hacer fue escribir. Frente a su silencio social, sus escritos fueron increíblemente abundantes. Tal vez tenga cierta relación con lo que escribió Joan Didion en Arrastrarse hacia Belén: “Supongo que casi todo el mundo que escribe suele estar afligido por la sospecha de que nadie ahí fuera está escuchando” y siendo tremendamente consciente de la sordera de la sociedad que la envolvía, Emily Dickinson creó su propio universo entre las paredes de su habitación. Lo llenó de flores y animales que le daban compañía, como la mariposa a la que definía como “la hermosa gente de los Bosques” (poema 111). Su microcosmos tomó tal fuerza y se alejó tanto de la realidad que los elementos de sus poemas sólo pueden comprenderse en relación consigo mismos.

 

Fue gracias a esa soledad elegida que pudo escuchar la melodía que envuelve sus poemas. Cada vez que se la lee, se la escucha con los guiones que se entrelazan y las rimas que flotan sobre el papel. Como define Rubén Martín, sus poemas “son como espirales”, entrelazando la muerte y el amor, el amor y la soledad, sin poder separarse como en la propia vida. Si algo le hizo amar la solitud fue la escritura, pues a través de ella su mundo sólo conocía los límites que pudiesen alcanzar sus palabras. Se sentía más segura enfrentándose al papel que a la sociedad. No estuvo en desacierto al compararse con un pájaro, afirmando que el principal fin en la vida de ambos era cantar.


Imagen de la serie Dickinson (2019)


No obstante, no podemos ignorar el problema que le suponía ser mujer y artista en aquella época, una de las razones que posiblemente la llevaron a separarse del mundo. Nunca dejó que nadie leyera sus poemas, queriendo protegerse de los intelectuales que la juzgarían, pues no estaban calificando cómo escribía, sino lo que sentía. Para ella, compartir sus escritos significaba exponerse al mundo y mostrarse en toda su vulnerabilidad. Se defendía diciendo que era “una subasta de la mente que solo la pobreza podía justificar” (
poema 709). Lo cierto es que, una vez sus poemas fueron traducidos, los críticos decidieron que sus mayúsculas y guiones tan característicos eran innecesarios. Al final, Emily Dickinson no se equivocaba al pensar que no se llegaría a comprender su poesía.

 

Puede que resulte difícil comprender que alguien se encerrara en casa por propia elección ahora que se nos obliga a hacerlo, sobre todo cuando los días iguales parecen caer sobre nosotros como losas. La propia autora sabía mejor que nadie que hay pasadizos en el cerebro que resultan más inquietantes que cualquier mansión encantada. A pesar de esto, prefirió enfrentarse a su propia mente antes que a las personas, huyendo de todas las complicaciones que conlleva el relacionarse en la sociedad. Al revisar sus poemas acabo pensando que, si ya alcanzaron tal nivel de grandeza sin salir de su habitación, no puedo imaginar cuánto los habría enriquecido la experiencia de vivir. Al fin y al cabo, no conoció nada más allá de su propia percepción y esta es una parte tan pequeña de lo que podemos ser. Sin embargo, entiendo al mismo tiempo que se encerrase en sí misma siendo tan privada y singular cómo era, porque a veces el mundo ya se nos hace insoportable al resto de personas. Aún así, encontró la forma de ver toda la belleza que puede ofrecer esta vida y la dejó por escrito. Consiguió ser feliz viviendo en su pequeño universo. Tal vez leyendo a Emily Dickinson aprendamos a escuchar en el silencio de nuestra habitación la melodía que rodea el mundo. Puede que así nos llegue la esperanza que nunca dejó de llenar sus oídos.

 

La esperanza es esa cosa con plumas –

Que se posa en el alma –

Y canta la melodía sin su letra –

Y nunca se detiene – para nada –

 

Su sonido es más dulce – con el Viento –

Y resentida ha de ser la tormenta –

Que pudiera derribar al Pajarillo

Que a tantos dio calor –

 

Le escuché en las tierras más gélidas –

En los Mares más extraños –

Pero jamás, ni en el mayor de los Extremos,

Solicitó una migaja – de Mí.

 

(Poema 314)


Por Andrea García