Creatividad

Hace unas semanas tuve una clase donde un profesor nos contaba algunos de los grandes malentendidos de la creatividad. Sí, de la creatividad. Qué palabra, qué difícil de describir.

Dicen que es eso que atraen las musas con su inspiración y que sirve desde a científicos hasta artistas. Esa capacidad que en la película “La Cabaña” describen nada menos que como el Espíritu Santo.

Es curioso cómo algo tan esencial en la vida humana se da por hecho, sin que se enseñe ni a entenderla ni a trabajarla. Personalmente, yo no la entendía hasta chocarme con un profesor que el primerísimo día de clase nos explicaba cómo funciona la creatividad y sus grandes malentendidos. Afirmaba que la creatividad solo funciona si se coordina la relación entre un niño y un adulto. El niño crea, juega, se divierte, y el adulto pone orden. Si el adulto crea, va a exigir demasiado y a juzgar demasiado los primeros resultados. Si el niño manda, el proceso va a ser caótico y nada va a llegar a ningún fin.

De aquí nos explicó la necesidad de respetar nuestros recorridos. La necesidad de trabajar y experimentar, de explotar una idea por mil caminos diferentes y quedarte con la milésima parte de todo el trabajo, quedarte solamente con la conclusión.

Qué difícil es eso y cuántas veces nos paraliza el miedo al fracaso. Es difícil entender el trabajo como un recorrido. Estás en medio del camino, y no ves la meta, no sabes ni siquiera si hay meta ¿estaré perdiendo el tiempo? ¿a dónde pretendo llegar con esto?

Nuestra primera tarea para esta clase fue “trabajos experimentales”, es decir, trabajos que se salieran de lo habitual, sin necesidad de que fuesen trabajos de calidad.



Con este trabajo, rescaté una idea de cuando era pequeña e iba en coche. Miraba por la ventana y me imaginaba un hombrecillo al estilo Super Mario Bros que saltaba por los edificios a la velocidad a la que pasaban.

A partir de toda esta maraña de cosas he intentado escuchar más a mi yo de 5 años, he escuchado como se divierte mientras juega y crea, sin juzgarla. He aprendido a crear un espacio seguro donde mi yo adulta admita y acepte el fracaso como una parte más del proceso creativo. ¿Qué es lo peor que te puede traer un fracaso? ¿aprender? ¿volver a empezar?

Hay algo mágico en escucharte, en retomar juegos de hace años. Crea una especie de paz inexplicable de cuerpo y mente a la que pienso agarrarme.

Y tú, ¿con qué te atreverías a experimentar?


Por Almu Wilson