Todos nuestros lunes son al sol


Fotograma de Los lunes al sol

Dura apenas unos segundos. Mientras uno se acomoda para ver Los lunes al sol, o pestañea y se estira un poco, puede haberse perdido el inicio: el desencadenante de toda la historia. Pese al escenario gallego del filme, las imágenes que se muestran al inicio de ella son de los astilleros “Naval Gijón”. “Graves disturbios en Naval Gijón, con 19 heridos leves y un detenido”, titulaba El País del 11 de febrero del año 2000. Nos situamos, sin embargo, en un Vigo de comienzos de siglo: una España posterior a la reconversión industrial y anterior a la gran crisis de la segunda mitad de la década. En cualquier caso, si bien la localización es concreta en la película, es un Vigo que podría ser cualquier ciudad de España, y un primer lustro de milenio que podría ser incluso el cuarto. Es una historia de la España de finales de siglo XX y comienzos del XXI, una historia de la España del paro. O una historia de España.

La velocidad con la que se desarrolla esa primera escena no es trivial: con esa velocidad se desmontaron muchas vidas. Con una firma, como la de los despidos de aquel puerto. Así, prácticamente cualquier español que vea esta película podrá encontrar similitudes entre conocidos suyos y los personajes: desde quien rehizo su vida a quien perdió la fe, también incluso a quien se divorció o, como Amador, se suicidó. Lo curioso, quizás también preocupante, es que cualquier español que la vea puede sentir algo parecido a quien ve sus tradiciones reflejadas en una pantalla y siente ese vínculo con su país: el desempleo y la crisis son ya hoy parte de la identidad española.

La inseguridad nos define. Aquellas situaciones, entonces y todavía hoy, nos han hecho inseguros. Se observa en la película: con frecuencia recurrimos al reproche en la manera de vivir del prójimo. Quien lo intenta, porque es demasiado viejo. Quien no lo hace, porque es un vago. Quien trabaja, porque ha traicionado a las masas. Quien no, porque no ha buscado lo suficiente, o porque tiene demasiado espíritu revolucionario. Es normal: cómo se explica uno el ser parte de una cifra, de parados, en este caso, que no para de crecer, ¿qué error ha cometido? En los últimos años, si bien nuestra economía no ha sido digna de vítores, ha dado un respiro; sin embargo, esta actitud no ha cambiado. A pasos pequeños y seguros, muchas veces por miedo de revivir pasados que nos dejaron sin suelo en el que pisar. Es parte de cómo somos.

Cuando la hormiga le dice a la cigarra “cigarra, si hubieras trabajado como yo, ahora no pasarías ni hambre ni frío”, se refleja la cultura del esfuerzo. Uno puede compartir su esencia y creer en lo positivo de que sea esta la que rige el cauce de nuestras vidas. Pero la película nos muestra cómo, a veces, a esta cultura del esfuerzo se le olvidan las circunstancias: de un padre enfermo, de un hogar sin recursos, que pueden hacer que ese esfuerzo no vea sus frutos. Y que puede generar frustración. “No todo lo que me contaban del comunismo era verdad. Pero lo peor es que lo que me contaban del capitalismo era mentira”. Esta frase de uno de los personajes de Los lunes al sol define la frustración que, en verdad, siente toda la barra del bar. A uno igual no le va del todo mal, pero se esforzó como para que le fuese mejor. El éxito parece una promesa derivada del trabajar duro y, el que no se cumpla, ahoga. Como sociedad, creo que tratar de erradicar esta cultura es utópico, y debemos de optar por limarla. Pero hay algo que también podemos hacer: no juzgar, no aventurarnos en juicios que vienen, en muchos casos, sin contexto y con maldad.

No obstante, y entre tanto fatalismo, la película es también una muestra de cómo se aprecian los pequeños momentos de felicidad cuando todo parece ir en contra. Cómo, si a la vida se le quitan las bajadas, no se aprecian las subidas. Uno de los momentos más felices de la historia es aquel en el que ven todos juntos un partido del Celta. No lo ven desde el estadio, sino desde una obra en la que uno de ellos ha conseguido un trabajo. Tampoco ven el campo entero, y el no ver la portería hace que tengan que celebrar el gol algo después, cuando por los gritos interpretan que ha habido uno. Es uno de los momentos de más genuina felicidad de la película.

Si bien el mar fue donde primero conocimos a aquellos personajes, también es donde nos despedimos de ellos. Y donde Santa sueña con Australia, donde Lino se prepara para sus entrevistas de empleo. La Ría de Vigo es lo que les separa de un sueño, del “prometido” éxito. Son múltiples las escenas en las que se ve cómo la proa del “Lady España” azota el Atlántico; sin embargo, nunca vemos que sus barcos lleguen a puerto. La película no tiene un final feliz. Ninguno encuentra trabajo. Y si bien en un principio hay cierta resignación en esos paseos en barco, impaciencia por llegar al destino, la muerte de uno de ellos supuso un cambio, y por ello la escena final es clave. En medio de la noche, lo alejan de la costa, pero no toman el mando, sino que se dejan ir a la deriva. Y disfrutan de esa deriva.


Fotograma de Los lunes al sol

El mar, un océano de por medio, es siempre promesa de un mundo mejor. He visto en mi casa, en mi ciudad y en España esa sensación de remar sin ver tierra, y seguir remando. He visto marineros viejos a los que han juzgado sin fuerzas para seguir; marineros jóvenes que han querido invertir el curso, pero no han conseguido permiso; marineros que se han reprochado; marineros, incluso, que se han enemistado. Ningún mar en calma hizo experto al marinero, dice uno de mis dichos favoritos, pero los españoles ya somos expertos y el mar lleva muchos años agitado. Contra esto poco podemos hacer, pero la actitud está en nuestras manos. De tanto ver a lo lejos no nos podemos olvidar de lo más cercano, y es que hay puertos en los que hacemos escala donde no nos permitimos disfrutar por saber que volveremos a altamar. Eso es solo vivir con angustia. Hay que dejarse llevar, y dejar que la gente lo haga. El puerto seguro llegará, pero solo si soltamos el ancla.


Por Alessandra Pereira