Los pedruscos

Mi hermana, desde hace bastante tiempo, es una amante de todo lo relacionado con el mundo de la geología. Tiene cajas de madera repletas de pequeñas roquitas con su nombre y la región geográfica en la que se obtuvieron. Le apasiona saber dónde se han formado, cuáles de ellas crecen en cada sitio en función del hábitat e incluso le ha querido  buscar en alguna que otra ocasión el significado esotérico a estas piedras, pero eso es algo que siempre he cuestionado, como bien puede comprender el escéptico (o no tan escéptico) lector que hojea ahora este artículo. Sin embargo, dentro de este “universo geológico” lo que más le cautiva son las geodas.

Las geodas son una absoluta maravilla para aquel que no las conozca. Desde su apariencia exterior son rocas normales y corrientes. Lo más común en su proceso formación es que surjan bien por sedimentación de estratos de materiales de la tierra o por la actividad volcánica.  Sin embargo, al romper una de estas formaciones geológicas nos encontramos, para nuestra sorpresa, cristales preciosos de minerales. Es por esto que a menos que sufran una ruptura, no podemos saber  nada de la existencia de estos cristales. Esto se debe a que por acumulaciones de aire (entre otras muchas razones) durante la génesis de estas rocas, se crea una cavidad en el interior de las mismas. En esta cavidad, como es de esperar, puede entrar agua en la que se encuentran carbonatos o distintos materiales.  Después de evaporarse esta, deposita las diferentes partículas en suspensión sobre la cavidad de nuestra roca hueca. Con ayuda de unas buenas condiciones ambientales y de un largo proceso, estas partículas se ordenan químicamente formando cristales y, por tanto, se da la creación de nuestra famosa geoda.


Foto original obtenida de webcindario


Cuando mi hermana  me contó acerca de la  existencia de estos accidentes geológicos, me dio bastante que pensar. Lo primero que se me pasó por la mente fue que admiro de corazón la
fuerza y el orden que a veces tiene la naturaleza. Cómo, sin que ningún humano haya intercedido, sigue un proyecto personal de arquitectura digno de premio Nobel, solo equiparable a la construcción de telarañas por parte de los arácnidos o a los nidos de pájaros entre otros miles de ejemplos. El siguiente asunto que se me pasó por la cabeza fue una comparación algo cursi, he de reconocer. Pensé en la enorme cantidad de tiempo que le puede llevar a cada roquita crear esa maravilla de forma natural y en la silente discreción en la que se van ordenando esos cristales hasta que finalmente se consigue esa maravilla. 

Me recordó, salvando las distancias, a lo que podemos llevar dentro cada persona y cómo lo invisible al mundo crece cada día dentro de cada uno de nosotros. Pensé que esas partículas que entraban en la roca a través de sus poros gracias al agua, son como  las cosas que van pasando en el transcurso de cada día sin que nos demos cuenta, pero que poco a poco se van quedando dentro de nosotros irremediablemente. De qué forma cada acontecimiento, malo o bueno, se va posando en alguna parte de nosotros y va haciendo mella sin que nos demos cuenta. Todos ellos acaban haciendo de nosotros la geoda que somos a día de hoy, que probablemente sea distinta de la que seremos en el futuro. Es por esto que es un error pensar que ciertos momentos dolorosos y desagradables de nuestra vida son prescindibles por el hecho de causar sufrimiento. Porque quizás los necesitamos para formar unos cristales que no se crearían sin esas desolaciones. 

Por otro lado, las geodas nos enseñan que las apariencias engañan y que la simpleza de una roca hace complicado el imaginarse que dentro de ella residan cristales con los que puedan crearse joyas. Es cierto que el hombre tiende a categorizar a las personas (sin darse cuenta a veces) en función de la experiencia que ha vivido, pero siempre va a ser un  error asumir que los otros son como el esquema que cada uno se forma en su cabeza y actuar en base a eso. Como no conocemos lo que se cuece en el interior de cada persona con la que nos cruzamos, deberíamos pensar que son como geodas en formación: rocas dentro de las que se van formando cristales preciosos y que nunca llegaremos a conocer bien si nos empeñamos en caer en el juicio fácil. Todos nacemos con el deseo de algún día llegar a ser geodas, porque que no te engañen, querido lector, a muchos nos gustaría en el fondo ser tan bellos por dentro como una de estas rocas.

Porque las geodas pueden llegar a ser como nosotros: esconden dentro de ellas una historia que se ha construido a base de tiempo y constancia. O somos nosotros los que quizás nos parecemos a ellas...

La verdad es que le agradezco mucho a mi hermana que me haya descubierto la existencia de  estos bonitos pedruscos. Si no me lo llega a contar, quizás pasa mi vida y no veo ninguna de ellas. 

Crecen a escondidas.


Por Clara Luján Gómez