Canción de guerra y grilletes


Esta es la triste historia de una exitosa canción. Una de esas anécdotas agridulces que nos deja la vida, medio escondidas, para que reflexionemos sobre libertades con las que nuestra generación ha crecido como si fueran derechos inalienables, pero no siempre lo han sido.

Es curioso cómo los actos más crueles de la humanidad siempre traen consigo saltos de fe de aquellos que ven más allá de la realidad que los rodea y deciden protestar contra lo que es legal, pero no justo, y muchas veces es impuesto por la fuerza. Por eso, hoy traemos una de esas historias. Un relato que trata sobre la libertad, sobre un anónimo que se atrevió a dar un paso que nadie había dado antes, y cuyo nombre apenas llegó a conocerse. Daremos a conocer su hazaña a través de uno de los grandes éxitos de la música española, de la mano del cantante Nino Bravo.

Todos hemos cantado o escuchado alguna vez esa melodía suya que dice:

‘Libre,

como ave que escapó de su prisión

Y puede, al fin, volar’.

Podría ser fruto de una lírica muy trabajada y bien pensada, escrita por José Luis Armenteros y Pablo Herrero. Sin embargo, lo que encontramos aquí no es más que la metáfora de un suceso que ocurría poco más de diez años antes, en 1962.

Se llamaba Peter Fechter y tenía 18 años cuando todo ocurrió. Él y su amigo Helmut Kulbeik nacieron en 1944 en Berlín Este, o como se llamaba por aquel entonces, la República Democrática Alemana. Hacía más de un año ya que vivían aislados , protegidos por un muro levantado artificialmente en mitad de su ciudad que les separaba no solamente del resto de la capital alemana, sino también, de alguna forma, del resto del mundo.

‘Tiene casi veinte años y ya está

Cansado de soñar,

Pero tras la frontera está su hogar,

Su mundo, su ciudad.’

Con ansias de volver a lo que había al otro lado del hormigón y de vivir, verdaderamente, sin cadenas, trazaron durante meses un plan de escape para sortear a los vigías y saltar a Berlín Oeste. Para ello, pasaron semanas escondidos en un taller de carpintería, observando los movimientos de aquellos implacables vigilantes y analizando cómo había sido construido el muro, para encontrar la manera adecuada de escapar cuando llegase el momento.

‘Piensa que la alambrada sólo es

Un trozo de metal,

Algo que nunca puede detener

Sus ansias de volar.’

No es un secreto para nadie que este muro no sólo separó ideologías y nacionalidades. También separó amigos, familias enteras. Ese era el caso de nuestros protagonistas, que desde hacía más de un año no habían podido ver ni contactar con sus seres queridos, haciendo su encierro aún más insoportable si cabe. Ese día, el 17 del mes de agosto, conseguirían llegar de la única forma posible: saltando a lo que llamaban ‘el corredor de la muerte’, una franja de tierra entre el muro principal y uno paralelo en construcción. De esta forma, escaparían de una vez por todas y podrían reunirse con sus parientes y allegados.

‘Libre,

Como el viento que recoge mi lamento y mi pesar.

Camino sin cesar

Detrás de la verdad

Y sabré lo que es al fin, la libertad’

Sin embargo, jamás llegaría Peter Fechter a ver a su familia, pues, aunque su amigo y compañero consiguió llegar ileso al otro lado, convirtiéndose en el primer refugiado de la historia moderna, nuestro protagonista no podría seguirle. Saltaron sin ser vistos, pero, mientras escalaban el último cerco que los separaba del Berlín Occidental, los guardias orientales se percataron de su huida. Primero recibieron un grito de alerta, ante el que no se detuvieron. Tras eso, una lluvia de balas contra ellos. Fechter recibió un disparo mortal que lo dejó caído en tierra de nadie, justo antes de llegar a su destino. Una hora más tarde, sin posibilidad de recibir ayuda médica, murió. Supuso la primera muerte de muchas, ya que su acción dio el coraje que a muchos les faltaba para tratar de escapar, aunque no todos consiguieron llegar al otro lado. Hasta trescientas personas corrieron el destino de Fechter intentando alcanzar una vida mejor y, como la propia canción dice, la libertad.

‘Marchaba tan feliz que no escuchó

La voz que le llamó,

Y tendido en el suelo se quedó

Sonriendo y sin hablar,

Sobre su pecho flores carmesí,

Brotaban sin cesar’

Es cierto que este final de esta historia nos deja un sabor un tanto amargo en la boca. Esta y las muchas otras de jóvenes, estudiantes, padres de familia, y todos aquellos que perdieron la vida intentando llegar al otro lado. Sin embargo, no se puede mirar esta historia sino como un grito de esperanza. El no rendirse nunca, el luchar por algo mejor, el protestar, el no conformarse. Y desde luego, así sonó para el mundo. La canción se convirtió en éxito en España de inmediato, seguida por Hispanoamérica donde tuvo un impacto aún mayor. Se convirtió en un himno contra el comunismo tan potente que terminaron prohibiéndola en países como Cuba. Desde mi punto de vista, Peter Fechter perdió la vida, pero ganó algo mucho más importante: la inmortalidad. 


Por María V. Pitarch