Pueblos en vecería

 


¿Qué tiene el pueblo de nuestra abuela que, aunque a veces parece que esté desierto, siempre queremos volver? En los últimos años, hemos puesto - en ocasiones - nuestra atención en ciertas regiones que podríamos diagnosticar como ajenas al proceso de frenetización de la vida cotidiana y la adopción de la multitarea como estilo de trabajo: la España vaciada. Todavía hoy tiene lugar un proceso de éxodo rural que, por ejemplo, en los últimos 40 años, ha reducido la población de Soria en más del 20%, según datos del Instituto Nacional de Estadística, y ha envejecido esta y otras muchas provincias de España. Mientras las grandes ciudades prosperan económicamente, se internacionalizan y viven continuos procesos de cambio y progreso, muchos pueblos agonizan y se vacían cada año.

La España vacía, sin embargo, custodia una increíble riqueza cultural y complejidad de tradiciones. Es más, siempre ha suscitado la admiración de pensadores como Unamuno, que concebía a sus habitantes como los sujetos de la intrahistoria, como el verdadero motor de la Historia. Para el filósofo bilbaíno, los grandes acontecimientos que ocupan portadas y páginas en los libros de historia, los hechos que acaparan tertulias o conversaciones de cafetería, no serían más que la superficie de la historia. Para él, estas sociedades, muchas veces dejadas al margen, requieren toda nuestra atención porque en ellas tienen lugar los acontecimientos verdaderamente profundos de la historia. Lo que acontece en ellas realmente se asienta, perdura, transforma y conforma la humanidad. Estos pueblos de los que hablamos son solamente comprensibles si entendemos la vida rural, la actividad agrícola con la que todavía alimentan al resto del territorio.

No es casualidad que el mismo proceso de abandono que sufren tantos pueblos en España sea el que sufren en paralelo los olivares. El olivo es el cultivo más extendido en España, con 2,5 millones de hectáreas, muy por encima de cualquier otra producción frutícola, pero también de cultivos tan extendidos como el trigo y la cebada. Sin embargo, de esta superficie, 200.000 hectáreas están abandonadas, el equivalente a unas tres veces la ciudad de Madrid. De la misma manera que muchas casas antiguas, ahora abandonadas, sufren desconchones en sus fachadas y el derrumbamiento de sus tejados, las malas hierbas y ramas rotas ocultan el potencial que ofrecen estos árboles.

El abandono de este cultivo es un buen resumen del vaciamiento de los pueblos. El olivo es un cultivo milenario y el aceite una pieza fundamental de nuestra civilización, como componente esencial de la dieta mediterránea. A pesar de todo, lo que prevalece es que es un trabajo duro y que exige constancia y paciencia para atender las necesidades de la planta en cada etapa de su crecimiento y desarrollo. Por supuesto, es una tarea profundamente ligado a la naturaleza y por lo tanto poco entiende de vacaciones. Aún peor, el olivarero está a expensas de las decisiones de un socio tan loco como es el clima.

El cultivo del olivo tiene una particularidad que puede complicar algunas cosechas: la vecería. Este es el nombre del fenómeno según el cual las cosechas de aceituna pueden cambiar enormemente de un año para otro, pues si un año la producción es enorme, lo más probable es que al siguiente sea escasísima o nula, volviendo al siguiente a la normalidad. ¿Puede ser que la España rural se encuentre en vecería? No es impensable que estos pueblos, cuya vida ha sentado las bases de lo que somos y construido lo que disfrutamos hoy, estén pasando por una etapa infructuosa, pero simplemente a la espera de poda, abono y agua para recuperar toda su fecundidad. Podríamos incluso ir más lejos y pensar, ¿estará ligado el destino de la España vacía al olivar español?

Si la respuesta es que sí, entonces los pequeños pueblos de nuestra geografía pueden estar contentos por las oportunidades que los emprendedores del campo están trayendo al olivar. Estos empresarios quieren aportar soluciones y sacar el máximo partido a cada olivo llevando una visión de conjunto al campo español. Un claro ejemplo de esto es lo que están haciendo desde la iniciativa apadrinaunolivo.org, que pretende recuperar olivares abandonados en Oliete, un pequeño pueblo de la provincia de Teruel. Desde apadrinaunolivo.com puedes hacer una donación y a cambio recibes el gesto simbólico de quedar unido a un árbol. Este gesto tan sencillo es el motor de la recuperación económica del pueblo por la dinamización de la agricultura, la acción social y la difusión de otra imagen del olivar. Una imagen renovada, moderna y esperanzadora.

El proyecto, sin embargo, va mucho más allá de sanear unos cuantos árboles - actualmente más de 10.000 - y que se puedan volver a recoger aceitunas. La iniciativa trabaja con la Agrupación Turolense de Asociaciones de personas con Discapacidad Intelectual (ATADI), cuyos chicos y chicas se integran en la sociedad y el mercado laboral por medio del trabajo en el campo. La iniciativa se ha volcado con el pueblo, pero también el pueblo con la iniciativa, y los más antiguos del lugar, como el tío Miguel, de 100 años, sacan su mejor sonrisa al oír a jóvenes hablar de recuperar todo el olivar.

Desde apadrinaunolivo.org buscan poner en valor la cultura y estilo de vida de su pueblo. Por la visibilización de los olivos del bajo Aragón, más de 15.000 personas se han desplazado a Oliete para conocer su olivo y probar su aceite, pero también para tratar con su gente, reconectar con la naturaleza y empaparse de otro ritmo y manera de entender el mundo. En medio de esta experiencia es más fácil compartir los valores que los fundadores intentan transmitir sobre el cuidado del medio ambiente, una economía más sostenible y la conservación de su cultura.

Javier Pérez Caro se define a sí mismo como un olivarero y a la vez un embajador de la transformación digital en el sector agroalimentario. Este agricultor sevillano está decidido a traer la tecnología más puntera al sector de la aceituna y a llevarla a cada trabajador del campo, porque está convencido de que si esta industria no está a la última en tendencias de marketing y estrategia empresarial, morirá. Por esta razón, es colaborador muy activo del Máster en Agricultura Digital e Innovación Agroalimentaria de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica de la Universidad de Sevilla. Una de sus principales inquietudes es poner en marcha la reflexión de las mentes jóvenes de este Máster y del curso europeo Sparkle de Agricultura de Precisión para situar los retos de la agricultura entre las prioridades de la sociedad.

A pesar del abandono, el sector del aceite de oliva y la aceituna tiene una gran importancia dentro de la industria agroalimentaria. Sin embargo, sin una constante actualización de sus sistemas de producción, fácilmente puede verse desplazado y precipitarse a una tendencia de caer en el olvido. Como Javier, muchos profesionales de la agricultura apuestan por la incorporación de sensores, herramientas de conectividad o inteligencia artificial para optimizar los recursos. No es sólo que los márgenes de beneficio sean estrechos, es que a la agricultura cada día se le reclama que produzca más con menos impacto en el entorno.

Cualquiera de estos dos casos evidencia la dirección que la producción olivarera toma para revertir su abandono. La generación de valor añadido es el paso fundamental para adaptar el modo de subsistencia rural a las exigencias de una sociedad globalizada. Aunque España sea el primer país exportador de aceite de oliva, no parece que termine de arraigar la percepción de que es un producto de primera calidad. Por desgracia, no existe la opción de aguantar en la mera supervivencia del sector. La alternativa a una revitalización que ponga en el foco a la aceituna y sus derivados como un producto exquisito y a la vez saludable, es el hundimiento. Y consigo, este hundimiento se lleva a los que viven de coger, prensar y embotellar esas aceitunas.

Todavía nos queda mucho camino para convencer al urbanita de que el aceite que se produce en nuestros pueblos puede ser una experiencia gastronómica igual - o mejor - que el aceite italiano o francés. Sin embargo, en esas botellas no hay sólo oro líquido. En esas botellas están aquellos por los que preguntaba Alberti “¿De quién son esos olivos?”. Están ellos, pero también sus padres, sus abuelos, nuestros abuelos y un inmenso campo de maneras de entender la vida con las que enriquecerse. Al fin y al cabo, no es más que lo que pasa con cada pueblecito: la belleza ya la tienen, sólo hay que hacerla florecer.


Por Carlos del Cuvillo