La Navidad ya no mola tanto... (o eso dicen)

Desde hace siglos las Navidades se han celebrado en familia, alrededor del árbol y con surtidas bandejas de turrones. Sin embargo, la Navidad no representa lo mismo para todo el mundo, hay personas que, en lugar de considerarla como el momento más feliz del año, lo hacen como el momento de mayor tristeza y dolor.

Cada vez más gente va viendo el lado oscuro de estas fiestas. Lejos ha quedado aquella época en la que los más pequeños de la familia cantaban villancicos y los mayores se reunían alrededor de la chimenea. Esa época cálida y reconfortante se ha transformado en un momento de pesadumbre y frialdad.

En los últimos años, el espíritu navideño ha quedado atrás y lo que prima a día de hoy es el consumismo y la importancia de los regalos materiales. Ya nada tienen que ver las fiestas de ahora con aquellas emotivas navidades en las que James Stewart abrazaba a su familia. Esas navidades en las que lo más importante era el amor y el cariño de los más allegados.

Pero, ¿por qué estás fechas se han vuelto un calvario para tanta gente? La respuesta es sencilla, la soledad se encuentra a la orden del día. Cada vez son más las personas que viven solas, ya sea por viudedad, soltería o porque sus familiares viven lejos. Como dice la doctora Araceli Sadornil “Se trata de un problema social. La gente se preocupa cada vez menos del vecino. Lo más importante a día de hoy es el bienestar propio e individual. Mirar por uno mismo y por nadie más, en definitiva, el egoísmo. Y eso es lo que hace que la gente se sienta sola”.

La soledad se agrava mucho más en estas fechas. Los anuncios, la publicidad, ver a los demás comprando regalos para sus hijos y nietos. Todas estas acciones hacen que la gente se sienta cada vez más sola. Se hace una comparativa entre lo que se tuvo, lo que se tiene y lo que se hubiese podido tener; algo que nos provoca y evoca una nostalgia ávida de dolor. 

Otro de los aspectos que influyen en el rechazo a la Navidad por parte de la sociedad es el consumismo. “El consumismo, consume. Para la sociedad es muy fácil dejarse llevar por las compras y saquear las tiendas. Da igual lo que se compre, lo importante es realizar la acción de comprar. Las colas interminables y los supermercados abarrotados, esa es la nueva estampa navideña”, afirma Sadornil.

En definitiva, la felicidad material es lo realmente importante en estas fechas. Hacer los mejores regalos, los más grandes y voluminosos y comprar a las personas con dinero. No debemos olvidar que el consumismo excesivo genera innumerables desventajas como la producción de residuos, lo que nos lleva a la contaminación y al derroche energético. El desperdicio de grandes cantidades de comida utilizando como excusa el lema “mejor que sobre que no que falte” y por supuesto, el aumento del gasto en los hogares y la distribución desigual de la renta.

Otro tema que contribuye en gran medida a la mala acogida de la Navidad es la hipocresía. Desde hace unos años, se ha establecido en la sociedad una regla “no escrita” que dicta que se debe ser mejor personas a lo largo de estas fiestas. Eso sí, en el momento en el que se terminan, la norma desaparece y todos se olvidan de hacer el bien. ¿A quién no le ha pasado que su tío segundo del que no tiene noticias en todo el año, le ha llamado para felicitarte las Navidades? O, por ejemplo, tu tía abuela, a la que hace años que no ves, te pregunta si tienes novio. Son personas que aparecen esporádicamente en tu vida y que solamente se acuerdan de uno cuando “toca”. Esa es la hipocresía a la que nos referimos cuando hablamos de este tema.

Según la psicóloga y pedagoga Sonsoles Taltavull, “se trata de entender lo que estamos celebrando: cuando no se entiende lo que hay que festejar, se crea una disonancia. La Navidad en este caso, simboliza una nueva vida, un nuevo comienzo. Los momentos malos del año son necesarios para hacernos reflexionar y plantearnos diferentes cuestiones. En esta época se nos apremia a relacionarnos con las cosas (materialismo) y no con el ser; cultivarlo y alimentarlo debería hacerse durante todo el año”.

En este caso, debemos plantearnos el concepto de celebración: celebramos continuamente (cumpleaños, santos, aniversarios…) pero realmente, celebrar es hacer un análisis de conciencia de lo que está ocurriendo en este momento. Las celebraciones aumentan los niveles de conciencia del individuo. Tenemos que ser capaces de distinguir entre felicidad (muy breve) y alegría, que debe ser un componente continuo en el tiempo.

Agradecer por lo que se tiene en lugar de pensar en lo que no se tiene. En definitiva, no dejar que las situaciones negativas, las frustraciones, la tristeza, la amargura, la melancolía y las pérdidas, las vivamos como elementos que nos quitan en lugar de haber oportunidades para luchar y superarlas y así crecer emocionalmente.

Además de todos estos puntos, la pérdida de los seres queridos es algo que en Navidad se lleva más cuesta arriba. La muerte es algo natural que debemos saber gestionar, las nuevas generaciones nacen mientras que las más antiguas se van cediéndoles su sitio. Sin embargo, afrontar esta realidad es especialmente complicado cuando llega la Navidad. Queramos o no, se trata de un momento para vivir en familia y que nos evoca multitud de recuerdos. Los abuelos que ya no están con sus nietos, los padres que han dejado huérfanos a sus hijos, la pesadumbre por estas pérdidas es algo difícil de llevar y aún más en estas fechas navideñas.

Por último, nos gustaría hablar del punto que consideramos más importante acerca del porqué la Navidad ha decaído tanto. Y la verdad es que la magia se ha perdido, se ha esfumado, no queda ningún resquicio de ella. Cada vez más, los niños crecen antes y descubren que la Navidad no es como se la mostraban sus padres, ya no hay villancicos por las calles y las iluminaciones navideñas desfilan menos que nunca. Las casas cada vez se decoran menos y la importancia del Belén y la estrella del árbol ha disminuido considerablemente. La magia ha desaparecido, la pureza de la Navidad ya no está. Ya no se le da ninguna importancia a decorar la casa junto a la familia. Las navidades se nos escapan de las manos y no nos damos cuenta.

La Navidad es un aspecto que cada persona vive de una manera, por ello, no podemos generalizar puesto que cada individuo es diferente y experimenta de distinta forma sus emociones, sentimientos y vivencias. Por lo tanto, cada persona debe hacer su propio ejercicio de introspección y llegar a su respuesta. Todo ello dependerá de diferentes factores:

El primero de ellos, la percepción del ambiente. El contexto que nos rodea determina nuestro carácter y comportamiento. En la actualidad el paro, la falta de relaciones sociales, calles vacías, tiendas cerradas, el mantra de las muertes y contagios de la Covid, las noticias en los medios de comunicación, etc. Todo esto afecta a nuestro cerebro y consecuentemente a nuestras emociones y a un aumento de las enfermedades psicosomáticas.

En segundo lugar, las personas con depresión, aquellas que han perdido la capacidad de disfrutar de las situaciones. En estas fiestas se acentúa su problema. Además, hacer comparaciones con los demás no les ayuda en absoluto pues sienten que los demás son felices y ellos no. Perciben lo que les falta y no lo que tienen.

También es importante hablar de los sentimientos. Muchas personas se dejan dominar por la depresión y la tristeza. Sobre todo, cuando llega esta época suelen hacer recuento del año, de su situación y de lo vivido; al pensar en uno mismo se sienten vacíos. De esta manera, la sociedad actual (consumista) no permite la introspección que nos llevaría a trabajar en nuestras emociones y sanar las que están enfermas. A cambio el consumismo nos incita a llenar el vacío de cada uno con regalos y cosas materiales que no cumplen nuestras verdaderas expectativas.

Y otro de los factores se refiere a la disonancia entre lo que se siente y lo que se muestra. Un gran número de personas tienen que poner buena cara, actuar en el rol de personas felices cuando en realidad están pasando por algún tipo de dificultad importante.

Por todo ello, cada Navidad es diferente, en función de la persona en la que nos fijemos. Cada uno tiene una situación personal diferente a la del resto, y sin conocerla, no podemos juzgarla. De este modo, para alguien que ha perdido a sus seres queridos en esta época, será muy doloroso celebrar la Navidad. Sin embargo, alguien con familia numerosa, que tiene hermanos, primos, sobrinos e hijos, estas fechas simbolizarán una gran ilusión.

Al fin y al cabo, nadie puede obligar a los demás a que les gusten o no las Navidades. Cada persona tiene un punto de vista, y todos ellos son válidos. La Navidad es un estado de ánimo, podemos afrontarlo positivamente o dejarnos llevar por el sufrimiento.

En definitiva, a pesar de rechazar la Navidad e interpretarla como un momento de dolor, debemos darnos cuenta de que es una época como otra cualquiera, saber gestionar nuestras emociones y aprender a mirar el lado bueno. Utilizar estas fiestas para demostrar a los seres queridos que los queremos, llenarles de muestras de afecto y preocuparnos de quienes nos aman. Estar con ellos en Navidad es un regalo muy valioso pues nos permite recuperar el tiempo perdido a lo largo del año.

Atesorar cada minuto como si fuera el último, guardar en la memoria los besos de nuestras madres y abuelas y recordar el discurso del patriarca. Pensaremos en los que ya no están y el dolor nos consumirá, pero en ese momento, debemos recordar los maravillosos instantes que pasamos con ellos, eso sí que es un regalo que permanecerá para siempre en nuestra memoria.

Abrir los regalos con la emoción de un niño pequeño, dejarle leche y galletas a los Reyes Magos y poner los calcetines en la chimenea. No dormir en toda la noche esperando a ver si te ha tocado carbón o si por el contrario has sido un niño bueno.

Esperar ansioso a que la bola del reloj de la Puerta del Sol baje y que el carrillón comience a sonar para intentar tomarse las uvas al compás y reírte de tu hermano cuando ya no pueda más. Brindar con champagne por el año que ha pasado y el que nos puede tocar.

Reír con los tuyos, sonreír a la vida y aprovechar los buenos momentos, esa debe ser nuestra filosofía de vida. Ser solidarios con los demás y ayudar a los que más lo necesitan. Durante la Navidad se realizan campañas de recogida de alimentos, para aportar nuestro granito de arena y ayudar a los más desfavorecidos. Pensar en qué podemos hacer nosotros por los demás es la clave puesto que los buenos propósitos del corazón muestran la belleza del alma humana.

Y por último debemos recordar que diciembre, el último mes del año, es un momento para hacer un balance y una reflexión de cara a afrontar el nuevo año. Debemos echar la vista atrás y ver las cosas positivas y negativas de este año, analizando qué podemos cambiar para tener un nuevo año repleto de felicidad. Debemos entrar en el año próximo pisando fuerte teniendo claro las metas que nos vamos a poner y los logros que queremos conseguir. 

Y ya sabéis, como dijo el gran Antonio Gala; para tener un gran año, debemos poner algo de oro en la copa; tocar madera; para el amor, algo rosa es indispensable. Una maleta en la puerta para los más viajeros y lo más importante, la generosidad, el primer sorbo debe llevárselo la tierra, pues es la que nos ha dado todo lo que tenemos.


 Por Ángela Taltavull