El tiburón nos está devorando

Ilustración de Popa Matumula: @PopaToonz

Quítense la venda y sean testigos de aquello que va devorando el bote en el que navegamos. Sean, pues, conocedores de que aquello que construyeron, construimos, y construiremos se está destruyendo de manera constante por un tiburón, por la corrupción. Puede que no la teman, pues ella nos rodea desde hace tiempos inmemorables, pero no se confíen ya que la música de Orfeo no dormirá esta vez a Cerbero, a este monstruo de tres cabezas. 

Recorriendo la historia que nos precede en busca del origen de este acto que corrompe al sujeto que lo efectúa, se sorprenderán al constatar como la corrupción se ha ido deslizando a lo largo de las civilizaciones que han asentado nuestro presente. Algunos hallan su origen entre los versículos de la Biblia: unos en el acto cometido en el Jardín del Edén en el que se comió el fruto prohibido (aquel que en apariencia era bueno para el individuo; pero como toda apariencia, la misma escondía su verdadero ser, su verdadera naturaleza que, en este caso, era perjudicial para el sujeto). Otros sitúan el origen en el intercambio, en beneficio propio, de una vida, de la vida de Jesús de Nazaret, por ese medio de pago que permite el disfrute de bienes y servicios, pero al mismo tiempo consigue quebrar a los sujetos; en este hecho treinta piezas de plata bastaron para hipnotizar a Judas Iscariote. Por otro lado, diversos historiadores marcan como primeros actos registrados de corrupción, aquellos acontecidos durante el reinado de Ramsés III y el reinado de Ramsés IX. En el primero de ellos, los administradores entregaban a los trabajadores que construían las tumbas una cantidad y calidad de alimentos no conforme con el esfuerzo laboral destinado a la tarea encomendada. En el segundo, un funcionario estaba siendo colaborador del acto de profanar tumbas. 

No obstante, cabe mencionar que esta realidad ya en la antigüedad era una preocupación para ciertos individuos que veían como, por el simple enriquecimiento de unos pocos, se desbarataba el progreso y el sistema que se había conseguido. Ante ello, estos individuos no esperaban rendirse a esta realidad y decidieron actuar. Ejemplos de dichos actos se hallan en el Yang-lien, el salario extra que recibían los funcionarios en la China antigua, o en la selección de funcionarios en base al mérito realizada por primera vez en el Imperio Han. Sin embargo, esto no detuvo a la corrupción, no detuvo que por unas monedas los mongoles consiguieran soslayar la Muralla China, invencible hasta entonces. La corrupción, pues, se seguía deslizando por el terreno que se trabajaba para las generaciones presentes y futuras.

Ante ello, cabe plantearse si la corrupción es algo inevitable, si ella es consustancial al individuo y, por tanto, sólo cabe rendirse ante ella. Para ilustrar esta cuestión cabe presentar el siguiente baseline de un experimento económico en el que se efectúan grupos de ocho individuos (que toman los roles de presidente, controlador y ciudadanos) a los que se someten a cuatro fases. En la primera fase se elige, tras unos breves discursos, al presidente por votación. En la segunda fase al presidente se le da bolsas con dinero y sin dinero que ha de depositar en una caja para que se reparta su contenido al resto de los ciudadanos. Aquí el presidente se enfrenta a la siguiente disyuntiva: quedarse con ciertas bolsas que contienen dinero para incrementar el salario que ya poseía como base, lo que conllevaría la reducción de lo que reciben aquellos que le eligieron, o depositar todas las bolsas con dinero en la caja para que los ciudadanos puedan disfrutar de esos recursos que están dirigidos a ellos. Tras esta fase el controlador tiene la oportunidad de inspeccionar un cierto número de bolsas para identificar si se ha sucumbido a la tentación de apropiarse de bolsas que debían destinarse para los ciudadanos. Finalmente, el dinero de las bolsas de la caja se distribuye equitativamente entre los ciudadanos. Este experimento se llevó a cabo en Etiopía utilizando como muestra a estudiantes de enfermería y cuatro variaciones del mismo —diferencias en los salarios base del presidente (alto o bajo), en la elección del controlador (aleatoria o electiva), en la cantidad de bolsas vacías (muchas o pocas) y en el contexto del juego (neutral o relacionado con la medicina, con la profesión que iban a ejercer).

A través de este experimento llegaron a diversas conclusiones de las que cabe destacar la siguiente. En Etiopía, la atención sanitaria se suele proveer de manera solitaria o en equipos en áreas remotas y los salarios son uniformes, y no se fijan en base al esfuerzo invertido en la labor sanitaria. Como se indica en las conclusiones, las sanitarios, para incrementar sus salarios y tener un dinero adicional, sustraen medicinas para venderlas o cobran por servicios que deberían ser gratis. Debido a este contexto, se decide tomar como muestra a los estudiantes que van a ejercer este negocio y saben qué es lo que acontece en él. El objetivo era ver si en ellos se había producido un aprendizaje social, un proceso de socialización secundario de estas conductas corruptas que hacía que las aceptaran al verlas como algo cotidiano, algo connatural al cargo que iban a desempeñar. Esta hipótesis fue corroborada en el estudio: este aprendizaje se había desarrollado en los estudiantes. 

Ante este hallazgo cabe plantearse, la corrupción no es inherente al hombre, ya que la misma se realiza con conocimiento y voluntad. Esta se realiza tras una toma de decisión en la que se palpan las consecuencias de beneficiarse individualmente en detrimento de la colectividad. Sin embargo, es aprehendida por las generaciones venideras a través de las actuaciones de los predecesores. Por lo que, ¿cómo podemos romper esta cadena de transmisión que genera un detrimento para la sociedad? ¿Cómo podemos actuar?

Adentrándonos en una de las posibles soluciones de la cuestión se halla la racionalidad imperfecta. La racionalidad se aprecia cuando las propias acciones son calificables como el medio para lograr un fin. Junto a esta relación se deriva el concepto de racionalidad imperfecta, consagrado por Jon Elster como el acto en el que un individuo a través de medios indirectos alcanza los mismos fines que otro individuo hubiera podido conseguir directamente. Para ilustrar la aplicación de este concepto al caso, imaginen que la sociedad es Ulises en la Odisea acercándose a los cantos de las sirenas. Dichos cantos serían los pensamientos que impulsan al sujeto a desviarse del fin, a efectuar el acto corrupto, por lo que ¿cómo se puede hacer que la sociedad no sucumba a esos cantos, a esos pensamientos? Ulises sabiendo la fragilidad de su voluntad (akrasia), decide recurrir a un mecanismo indirecto (atarse al mástil) que le salvaguarde de la irracionalidad que le depara el futuro, de la irracionalidad de tirarse a las aguas, pues su fin no es sino continuar navegando. Esta, pues, es la solución al caso: hay que elaborar un mecanismo de auto-restricción que permita frenar los impulsos dañinos para el conjunto y lograr el crecimiento social. Pues, no se engañen, si no actuamos, el tiburón acabará devorando por completo nuestro barco.


Por Ana Fernández Bejarano


Para una mayor profundización de la historia de la corrupción (Apuntes sobre la historia de la corrupción de Juan Roberto Zavala Treviño) y del experimento.