Hay momentos para todo


Mi madre siempre me ha dicho que en esta vida hay momentos para todo. Como madre, resulta que tiene más razón que una santa. Estoy empezando a entender y vivir el verdadero significado de esa frase, aparentemente insignificante cuando te la dicen por primera vez.

Nuestra vida pasa muy deprisa, quemando etapas sin apenas notarlo. Un día, eres un joven chaval que acaba de entrar en la carrera sin grandes preocupaciones y mucho que vivir. Otro día, eres ese mismo chaval que de pronto se enfrenta a decisiones que pueden marcar el devenir de sus próximos años de vida. Pasas por algunos años pensando poco y viviendo deprisa. Esa dualidad se revierte de la noche a la mañana, como si un rayo cayese en tu vida. Te debes enfrentar a situaciones en las que tienes que pensar, meditar y reflexionar muy bien qué es lo que quieres hacer. De pronto, todo cuenta, cada detalle importa y lo que antes carecía de relevancia se vuelve vital. 

No está muy definido cuando llega ese momento. A cada persona le llega en ocasiones distintas y de formas diferentes. La verdadera pregunta es: ¿cuándo ha llegado? ¿cuándo todo se ha convertido en una decisión difícil? Es un momento de cambio vital, de madurez, de futuro. De pronto tus ojos dejan de ver las mismas cosas de siempre de la forma en la que lo hacías antes. Creo que es ese momento en el que dejas atrás las decisiones poco trascendentales, para de pronto darte cuenta que empiezas a pensar a dos, tres o cuatro años vista. Decisiones que tomas hoy, pensando en cómo afectarán a tu futuro dentro de tres años. 


En la vida, hay momentos para probar, para descubrir, para explorar. Estudiar la carrera que te gusta, buscar tu primer trabajo, empezar ese proyecto que tanto llevas queriendo hacer. En la vida, hay momentos para tomar decisiones que son importantes para tu futuro y que pueden ser el comienzo de algo nuevo e ilusionante para muchos años. 


Llegas a ese momento, en el que de verdad tienes que decidir sobre tu futuro y dar marcha atrás ya no es tan fácil como antes. Llega ese momento en el que equivocarse, ya no duele tan poco como antes. Llega ese momento en el que incluso tienes miedo a qué decidir. Abandonar tu hogar, marcharte a trabajar varios años lejos de los tuyos, jugarte a una carta cómo te irá cuando tengas 30 años.


Todos llegamos a ese momento de tomar decisiones de verdad. Muchos llegamos sin saber cómo y piensas: pero si hace dos días no sabía ni de qué preocuparme, ¿verdad? Yo al menos no lo sé. No sé cuándo llegué a ese momento de mi vida. Un día la pregunta era “¿tienes algo que perder” y, de pronto, la pregunta es “¿cuánto estás dispuesto a arriesgar?”. No sé cuándo este cambio llegó a mi vida. Tal vez la edad… no lo sé.


Solo sé que es apasionante al mismo tiempo que intrigante y, a veces, hasta acojonante. También sé que si lo has hecho más o menos bien, tendrás a tu alrededor gente en la que apoyarte, gente en la que confiar y que estarán contigo hagas lo que hagas. Entonces, el acojone se convierte en ganas y emoción por descubrir qué te deparará el futuro. Vuelves a sentirte como aquel chaval que empezaba nuevas aventuras sin preocuparse y que solo quería vivirlas. Tenemos que aprender a vivir con la responsabilidad de tomar decisiones importantes sobre nuestro futuro sin que ello nos pese. No te voy a mentir: empezar ese camino no es sencillo, pero hazlo fácil apoyándote en la gente que siempre está a tu lado, pensando bien en lo que quieres y no dejando que los impulsos te dominen. 


¡Enjoy the ride! 





Por David Fernández