Atrapados en el fuego cruzado

Era un viernes de octubre en la localidad de Conflans-Sainte-Honorine, un suburbio al noroeste de París. Los alumnos del colegio de Bois d’Aulne habían acabado la última clase antes de las vacaciones de Todos los Santos, para gran alegría suya. Sin embargo, había una persona que no parecía compartir este entusiasmo general. Iba solo y tenso por la calle, rumiando la preocupación que le causaban las múltiples amenazas que se habían hecho contra su persona. Quizá esta ofuscación le impidió ver al joven que le seguía, o quizá no viera el arma que este portaba. Sea como fuere, Samuel Paty fue asesinado en una calle cercana a su colegio por un radical islámico, que colgó una fotografía de su cuerpo en internet y dio pie a un ciclo de duelo, rabia, acción y reacción que cada vez nos resulta más familiar.

 

Samuel Paty (1)


Hoy no quiero apropiarme de la muerte de Paty, de la que hará justo un mes en la publicación de este artículo. No quiero llamar a los ciudadanos a las armas contra el enemigo radical, ni recordar la importancia de que existan profesores como él (
caracterizados por esa mezcla de exigencia, originalidad y pasión) a la hora de crear auténticos ciudadanos críticos y responsables. Lo que busco con este pequeño artículo es dar un paso atrás y cambiar de perspectiva con la esperanza de que hacerlo nos ayude a comprender mejor estos terribles sucesos, tragedias que amenazan con descoyuntar la convivencia entre la mayoría de la población europea y la minoría musulmana.

 

La relación entre la Europa cristiana y el mundo islámico siempre ha sido compleja, aunque ha ido mutando a lo largo del tiempo. En el pasado, los musulmanes eran uno más de los múltiples enemigos “paganos” que acechaban en la periferia de la cristiandad, y no necesariamente el más importante o el más antagónico. Los seguidores de Mahoma compartían este "eje de la maldad" medieval con vikingos, magiares, mongoles y eslavos, al menos hasta que muchos de estos pueblos se cristianizaron. Es interesante recordar que cuando la orden teutónica fue expulsada de Tierra Santa, sus miembros se trasladaron a Hungría y posteriormente a la costa del mar Báltico para seguir defendiendo la cristiandad contra los paganos del lugar. Lejos de tratarlos como un segundo plato, los antiguos cruzados se batieron con el mismo celo con el que habían combatido a los sarracenos en Tierra Santa

 

Aunque el auge del Imperio Otomano contribuyó a fraguar la imagen del islam como el hombre del saco de la cristiandad, hay otro evento histórico que es mucho más importante tener en cuenta: La invasión de Napoleón a Egipto. Esta supuso el primer choque a gran escala entre un poder europeo ilustrado y un poder musulmán tradicional. La victoria de las armas europeas y el “atraso” de los locales reforzó la idea de los invasores de que el sistema de la ilustración era superior a aquellos que se regían por la tradición, la religión y la barbarie. Y aunque la expedición fue un fracaso para Napoleón, las decenas de historiadores, artistas y científicos que había llevado consigo contribuyeron a crear una imagen del mundo islámico como todo aquello que la Europa ilustrada no era: La superstición frente a la razón, el atraso frente al desarrollo, el fracaso frente al éxito, lo enigmático frente a lo lógico… En una palabra: la barbarie frente a la civilización. 

 

Los países europeos ya habían ocupado territorio en ultramar, pero, con la excepción de España, la mayoría los consideraban poco más que enclaves estratégicos. La cosmovisión surgida de las revoluciones liberales cambió este paradigma. La idea de imperio no desapareció, ni mucho menos, pero se asoció a una mentalidad mucho más colectiva que las guerras dinásticas de antaño. Al fin y al cabo, la nueva forma de hacer política era el pueblo soberano, y la nueva forma de hacer la guerra era el pueblo en armas. Era cuestión de tiempo que las posesiones de ultramar se convirtieran en auténticas colonias, es decir, en apéndices de la patria.


Además, no podemos olvidar la vocación misionera de esta nueva ideología. Si entendemos que nuestros valores son universales y que proporcionan un modo de vida claramente superior, nuestro compromiso con la humanidad nos exige extenderlo para levantar a otros pueblos de la oscuridad en el que Europa se encontraba antes de su revolución de las luces. Como vemos, aquí hay un componente ideológico que no debería ser subestimado.


Están ustedes siendo rescatados.
Por favor, no se resistan (2)

El colonialismo proporcionaba beneficios claros a ciertas élites, pero era muy cuestionable que la gestión de estos territorios fuera rentable para la metrópoli en su conjunto. Por tanto, se creó una poderosa narrativa para convencer a todos los grupos sociales, y en especial a las clases medias que harían el trabajo pesado de la administración colonial, que este proyecto no se trataba sólo de la ganancia sino de la misión providencial de las naciones europeas. El hombre blanco había sido bendecido con una superioridad tal en términos culturales, tecnológicos, espirituales y hasta biológicos (se consideraba que todo esto iba de la mano) que no sólo tenía el derecho, sino el deber, de ocupar las dunas del Sahara, las costas de Mozambique y las junglas de Bengala para llevar la civilización a sus habitantes; muy en línea con la doctrina cristiana de sacrificarse para extender la palabra de Dios y así garantizar la salvación del otro. Esta historia no era más que una justificación del uso (y abuso) de poder, pero como otras historias épicas sobre la identidad y el destino de los pueblos, ha trascendido su propósito y se ha integrado en nuestro subconsciente colectivo.


Todo lo que hago lo hago por vosotros (3)

El colonialismo, y en especial durante los siglos XIX y XX, es un proceso cuya escala e impacto desafían toda comprensión. Las instituciones locales fueron destruidas, su cultura reprimida y su sociedad desarraigada en nombre del progreso. Mientras duró el colonialismo, sus súbditos vivieron bajo la sombra constante de la violencia, que podía caer sobre ellos en cualquier momento y por cualquier motivo (el Code de l’indigénat francés autorizaba a los funcionarios a utilizar el castigo para fomentar la actitud deferente y sumisa que se esperaba de un pueblo que estaba siendo reeducado). Y aunque este sistema se servía de la violencia extrema, como el uso de campos de concentración, ejercía la mayoría de su control a través de las miles de interacciones del día a día en las que se reproducía y proyectaba esta imagen de la inferioridad innata de los colonizados desde todos los ángulos posibles. Infligir un castigo físico es una cosa, pero acompañarlo de la deshumanización sistemática del castigado es otra bien distinta.

 

¿Por qué me parece importante señalar todo esto, y que tiene que ver con Samuel Paty? Porque los europeos no somos ni remotamente conscientes del daño que hemos infligido a una gran parte de la humanidad al imponerles nuestra presencia política, cultural y económica de la forma que lo hicimos. Y tampoco somos conscientes de cómo esta división entre mundo desarrollado que “civiliza” y mundo en desarrollo que es "civilizado” sigue siendo reproducida en el presente. Esto se ve en nuestra política exterior, nuestras instituciones económicas y sobre todo nuestra cultura popular, que conserva la imagen de estas personas como seres primitivos, violentos y atrasados, movidos por sus pasiones fanáticas o sexuales. Y tampoco somos conscientes que seguimos reproduciendo estas narrativas tan denigrantes con una ligereza pasmosa, y que las personas hacia las que están dirigidas sienten (viven en) ese desprecio. 


Cuando Charlie Hebdo publica una caricatura o Emmanuel Macrón habla del “separatismo islámico”, muchos musulmanes no ven un ejercicio del derecho de expresión. Lo que ven es una nueva demostración de una arrogancia e hipocresía inconmensurable, la misma arrogancia e hipocresía que ha alimentado décadas de trauma colectivo en sus regiones de origen y que dificulta sus perspectivas de trabajo y desarrollo en el presente.


Creo que todos deberíamos tener este marco en la cabeza cuando tratemos de comprender desgracias como el asesinato de Paty, los dibujantes de Charlie Hebdo o de cualquier otro inocente a manos del radicalismo islámico. Nada, absolutamente nada, justifica su muerte. Pero si queremos entender cómo hemos llegado a este punto, Europa debe enfrentarse al pecado capital del colonialismo, que tiene consecuencias tan reales como el pecado de la esclavitud para la sociedad americana. Es necesario comprender que estas regiones disfuncionales que nos quitan el sueño, llenas de yihadistas e inmigrantes, lo son en buena medida porque las hicimos así, porque nos hemos empeñado en asignarles ese papel en nuestra cosmovisión y porque hemos seguido alimentando su disfuncionalidad en aras de proteger nuestros intereses. La solución no está en retirar la comida étnica de los supermercados, como sugirió el ministro de interior de Francia, sino asimilar esta realidad para poder crear el cambio que el mundo necesita. De lo contrario, perderemos cada vez más vidas en el fuego cruzado mientras la sociedad occidental se convierte en una versión más pequeña, injusta y mísera de sí misma.



(1) Fotografía de Samuel Paty. Extraída del artículo “Liberty’s foot soldier”, The Economist, edición de 22 de octubre de 2020.
(2) Batalla de las pirámides, óleo sobre lienzo de Antoine-Jean Gros (1810).
(3) Imagen superior: La carga del hombre blanco (The White man’s Burden), dibujo para la revista Judge por Victor Gillam (1899). || Imagen inferior: Viajando en hamaca en el Congo Belga, fotografía proporcionada por Émile Gorlia (1912).

Por Javier Díez