Tras el confinamiento, etapa reflexiva y tortuosa de
nuestras vidas, una idea me rondaba la mente de forma constante: por qué me depilé en cuarentena. Como
mujer feminista soy consciente de la opresión social a la que me veo sometida
si se me ocurre salir a la calle sin depilar. Más o menos lidiaba con ello,
creo que muchísimas de nosotras utilizamos el invierno como etapa peluda, ¡no
es ningún secreto que depilarse las piernas sea una actividad desagradable! Sin
embargo, no ha sido hasta que me he tenido que enfrentar únicamente a mí misma
que he reparado en hasta qué punto llevo el patriarcado metido en la sangre.
El confinamiento duró dos meses mal contados. El pelo crece
mucho en dos meses. A mediados de abril comencé a darme cuenta de que no me sentía
bien conmigo misma… ¡Y no tenía ningún sentido! Estaba haciendo deporte en
casa, no comía exageradamente mal, tenía una actividad mental considerable
gracias a la universidad y, en general, estaba nutriéndome de cine y libros (mi
pasatiempo favorito). Entonces pensé: debería
depilarme.
Julia Roberts en el estreno de Notting Hill (1999) |
Debería depilarme. En ese momento no fui plenamente
consciente de hasta qué punto había vinculado mi validez con mi físico y,
evidentemente, mi físico con el ideal de mujer que me inspira. De hecho, ni
siquiera al principio, analizando mis role
models, noté que ni una sola de ellas tenía un mísero pelo en el bigote, la
axila o ingle. ¿Sabéis cuántas horas perdí depilándome? Reformulo la pregunta:
¿sabéis todo lo que podría haber hecho en ese tiempo?
La depilación, como tantos otros inventos del capitalismo
patriarcal, es una industria que mueve millones. Si os habéis hecho el láser en
cualquier parte del cuerpo sabréis de lo que hablo. Todas tenemos opción a
depilarnos o no… ¿Es libre esta elección? No, no lo es. Antes de escribir este
artículo decidí consultar con mis seguidoras en redes sociales por qué se
depilaban. La inmensa mayoría de las mujeres contestó que se depilaban porque
no se veían estéticas con pelos. La estética, además de una disciplina
filosófica, es un modo particular de entender el arte o la belleza. Es decir,
la estética no es estática. Tengo varias amigas que han decidido dejar de
depilarse -matiz: digo dejar de
porque la obligación social nos indica que lo normal es hacerlo, cuando lo
natural es tener vello-. Quedé hace poco con algunas de ellas para tomar café o
una cerveza y en el sur todavía hace calor suficiente como para llevar
camisetas de tirantes. Gratamente sorprendida, advertí que seguían pareciéndome
igual de atractivas que siempre con pelos en las axilas. Es más, que hubieran
optado por no depilarse y actuasen de manera no cohibida me insufló valor.
Es una verdadera lucha interna lo que hay que experimentar cuando
decides dejar de depilarte. Breanne Fahs, profesora de estudios sobre mujeres y
género en la Universidad Estatal de Arizona, pidió a sus alumnas en 2008 que
realizasen un experimento social consigo mismas. La idea era que dejasen de
depilarse, observasen la reacción de su entorno y escribiesen posteriormente un
artículo. La profesora ha continuado repitiendo el ejercicio a lo largo de los
años. Fahs, en una entrevista para la CNN, declaraba “quienes han participado
en el ejercicio han compartido problemas bastante consistentes: un profundo
sentimiento de vergüenza, lucha con su confianza propia e incluso el ostracismo
social”.
La pregunta de si nos depilamos por elección u obligación
creo que no alcanza la verdadera raíz del problema. Depilarte porque te sientes
más cómoda sin pelos es el resultado de un bombardeo constante de mujeres lampiñas.
Son pocas las influencers que se
atreven a compartir fotografías al natural porque, tal y como nosotras (e
incluso más), se sienten menos atractivas (y por tanto válidas) cuando están
sin depilar. Demasiadas mujeres somos víctimas de esta situación sin
precedentes. Nos han inculcado que lo normal es lo antinatural; que, si no
sufrimos para alcanzar el estándar de belleza, somos menos mujeres.
Lola Kirke para la revista So It Goes |
¿Por qué relaciono la validez con la belleza?
¿Habéis oído hablar del movimiento body-positive? Vinculado al feminismo, promueve la aceptación de
todo tipo de cuerpos, alegando que todas nosotras somos bellas sin importar si
estamos gordas, delgadas, depiladas o calvas. El problema es que existe una
lectura implícita en esta visión. ¿Necesitamos ser bellas para sentirnos
válidas como personas? Si un día no nos vemos bien, ¿varía nuestro valor? Ante
estas preguntas surge un nuevo movimiento: body-neutrality.
El body-neutrality
defiende que como nos sintamos respecto a nosotras mismas no tiene nada que ver
con nuestra apariencia. Este movimiento intenta romper con el debate perpetuo
en torno a nuestro aspecto físico. En palabras de María Serrano, redactora de Telva, “la neutralidad corporal [body-neutrality] no busca ni celebrar ni
estigmatizar el cuerpo, sino verlo como algo neutro”.
Esta nueva corriente sería la más innovadora y, me atrevería a decir, empoderante de los últimos veinte años. El sistema capitalista y patriarcal en el que vivimos tiene la capacidad de absorber los discursos y adaptarlos a su favor. Lo logró con el body-positive y también con el free the nipple. Sin embargo, el body-neutrality, al eliminar la relevancia del canon estético, también saca al Mercado del juego. No hay producto porque no hay dilema. Normalizaríamos algo tan natural como es poder no estar a gusto con tu cuerpo y no tener que sentirte frustrada por ello.
Amaia vía Instagram (@amaia) |
[Dedicado a Laura, a Sara, a María, a Luz y a todas aquellas mujeres que estamos cambiando el mundo]