A decir verdad

¿Qué es el periodismo? No es una pregunta sencilla, ni mucho menos. Abordarla requiere de una reflexión profunda y de una experiencia extensa consumiendo este contenido o trabajando en la profesión. En primer lugar, podemos atender a la respuesta ofrecida por la RAE, que recoge el uso común que se le da a esta palabra: “Actividad profesional que consiste en la obtención, tratamiento, interpretación y difusión de informaciones a través de cualquier medio escrito, oral, visual o gráfico.” En esta definición sorprende más lo ausente que lo que podemos leer. No encontramos algo con lo que se juega a diario en esta profesión, algo que llena de ideales y de decepciones a los periodistas noveles: la verdad.

La verdad que busca el periodismo es la de los hechos acontecidos recientemente. Aventuraría a decir que este fin del periodismo diferencia a sus integrantes en dos grupos principales, los ingenuos y los ventajistas. Mientras que los primeros pueden mantener la ilusión de reflejar lo que ha pasado, los segundos ya conocen la verdad, pero una de otro tipo y verdaderamente irónica, en lugar de la que sus compañeros tratan de contar.

La verdad de los ventajistas es que reflejar los hechos tal y como ocurrieron es una quimera. Maestros de la connotación, han aprendido que una palabra dicha o escrita en el momento adecuado puede cambiar la percepción general de la población respecto a un asunto concreto. Sienten un poder inmenso, al tiempo que desesperan por tener que emplear un lenguaje tan impreciso que enmascara lo real. Se saben mentirosos, pero aceptan su condición por no encontrar a uno solo que no lo sea. Resignados ante la imposibilidad de la verdad, optan por usar la vaguedad de las palabras, así como su desconocimiento, en su favor. —Si no puedo conocer lo que ha pasado con exactitud, trataré de que a sus ojos aparezca como yo deseo que aparezca. ―Son fáciles de aborrecer, pero difíciles de identificar. Al fin y al cabo, es complicado distinguir lo deliberadamente falso, de lo que, simplemente, es falso.

Por otro lado, tenemos a los ingenuos. A este grupo se le reprende constantemente, pero no atiende a razones. Persiste en su afán de relatar todo lo que ha ocurrido, presentándose siempre voluntarios en la cruzada contra la mentira. Cuan felices se los ve. Su causa es noble y valerosa. Sienten en su interior la fuerza de la honestidad y el fuego de la justicia. Pero nosotros, que los miramos desde fuera, los compadecemos. Sentimos lástima por su vanidad y su hipocresía. Su pecado sería para Platón el más horrible de todos, pues es el de la ignorancia. Ignoran que reflejar algo, de modo que represente exactamente lo que sucedió la primera vez, es imposible. Y de nuevo, vuelven a la carga, creyéndose portadores del estandarte de la verdad. Estandarte que, en realidad, no es más que una sábana con remiendos sujetada por un palo de madera carcomida.

¿Qué más queda? ¿La resignación? Puede que no. Si miramos atrás, debo admitir que he sido demasiado severo al designar solo dos grupos de periodistas. Peor aún, he nombrado solo dos formas de contar lo acontecido. Una era la verdadera, inalcanzable, y la otra era la falsa, que según lo que he dicho, era empleada por todos. La paradoja es curiosísima. Periodista trata de convencer a su lector de la falsedad del discurso de todo periodista. Lector no le hace caso, pues de hacerle caso tendría que no hacerle caso al mismo tiempo. Periodista pide disculpas por su confusa forma de redactar. Formulo ahora otra pregunta: ¿queda otro tipo de periodista por analizar?

En efecto, existe una tercera clase de periodista que tiene lo mejor de cada casa: el honesto. Él es perfectamente consciente de sus limitaciones, igual que el ventajista, pero, al transmitir la información, trata de que sea lo más fiel a la realidad posible, como el ingenuo. No obstante, hay algo que lo diferencia de un modo más sustancial de los otros dos. Esta característica que lo convierte en el más honorable de todos ellos es la capacidad de admitir su ignorancia. En lugar de hacer como el ventajista, que saca provecho de las partes de la noticia que desconoce, este periodista hace explícitas sus carencias, y en todo caso, presenta las distintas posibilidades que cree que pueden haberse dado sin llegar a manifestar su preferencia plena por una de ellas. Si debe dar su opinión con respecto a algo, asienta sus afirmaciones en datos verificables, y si desea ofrecer un juicio que nace de su mera intuición, muestra que su parecer no es irrefutable.

En este océano de dudas, queda una última cuestión para nosotros. ¿Qué tipo de periodista creo que soy y cuál quiero ser? Esta pregunta no debo hacérmela solo yo. Usted, como lector, debería cuestionárselo también. Todos nosotros relatamos hechos que han acontecido recientemente a nuestros conocidos. En ocasiones mostramos nuestra opinión con vehemencia, a veces tratamos de contar con exactitud lo que conocemos de forma más clara, y otras tantas adornamos nuestro relato con hermosas mentiras. ¿Qué hay de malo en todo ello? Nada, realmente. Cada uno elige una opción, pero debe ser consciente de a quién perjudica y a quién beneficia. Esta consciencia de lo dicho es perfectamente válida para ustedes, el problema es que el periodista juega con unas reglas algo distintas. Su voz es escuchada a través de unos altavoces, que la amplifican dando a entender que es más valiosa que la del resto de los ciudadanos. Es por ello que nuestra responsabilidad es mayor. De forma anónima tenemos más control sobre nuestra información, pero al proyectarla al público se diluye en el pensamiento colectivo, y se mezcla con otras formas de pensar que pueden llegar a instrumentalizarla. Mi opinión es que un periodista debe ser honesto siempre, pero ya saben, puedo estar equivocado.




Por Jaime Cabrera González