¿El tamaño importa?

Hace algo más de un mes, iba sola en bus hacia Moncloa en una calurosa tarde de verano cuando en una de las paradas, se subió un grupo de chicas adolescentes. Iban conversando calurosamente acerca de sus conquistas amorosas. Yo, como buena oyente de aquella escena, decidí prestar algo más de atención y así el viaje resultaba algo más ameno. Pues bien, la joven que más llamó mi atención por su atractivo dijo algo similar a que era normal que no se le acercara ningún chico últimamente, pues había engordado algo y por eso, pensaba ella, su natural atractivo había quedado sepultado bajo esos kilillos ganados. Sus amigas, lejos de negar esa realidad de que hubiera perdido sus encantos por haber engordado algo, intentaron buscar medios para que volviera “a su mejor tamaño”. “¿Has probado el crossfit?, ¡Es bastante milagroso para estas situaciones!”. Otra de ellas, daba su opinión, digna de una ilustre catedrática en Nutrición y Dietética: “pues a mi la dieta de la alcachofa me parece milagrosa, ¿la habíais oído, chicas?”. Una de ellas, que físicamente superaba a su amigas en tamaño, bajó rápidamente la cabeza y dejó un rato de intervenir en aquella interesantísima conversación. Ninguna de sus amigas apenas lo notó, pero fue algo que en parte me entristeció.


La reacción de vergüenza de esa chica me hizo reflexionar. Caí en la cuenta de que el discurso de sus amigas en ningún momento tuvo la intención de encerrarse en un cauce de aceptación y sororidad. Lejos de eso, el mensaje que le dejaron a aquella atractiva adolescente que había visto mermadas sus dotes seductoras era de “pues si algo de ti no te gusta, tienes herramientas para que vuelva a gustar”. Como si de una vasija deforme de barro pudiera tratarse: le quitamos la arcilla sobrante y listo. Porque aquí en ningún momento ha importado que acaso tú te gustes algo con lo que actualmente tienes y que tan solo con eso puedas saberte atractiva. O incluso sin llegar a eso, tampoco se ha buscado que intentes abrazar aquello a lo que asocias esa sensación de que otros te rechacen... Porque ¿acaso ese “estado sexy” de perfección física existe o es más bien una cuestión de actitud? ¿Acaso las ganas de sus amigas de “pulir” a su compi eran una invitación para que esta esculpiera mejor sus atributos y por ende, se preocupara más por ella misma (porque todos sabemos que engordar es propio de gente despreocupada y mortal) o no fue el mejor consejo que pudieran haberle dado?


Bajo mi punto de vista, no fue lo más acertado. Lo ideal habría sido que le recordaran a su amiga que quizás a los hombres con los que había estado se les olvidaban esos kilos de más, ya que ella era más que eso. Y por eso su atractivo no se podía enfrascar en la cifra que indicaba una triste báscula, pero ¿quién soy yo para meterme donde no me llaman? Mi opinión a fin de cuentas es tan solo una gota de agua en medio de un océano: un sencillo punto de vista más entre el mar de humanos que formamos esta sociedad. Sin embargo, no me alarmó en exceso que le propusieran adelgazar antes que restarle importancia a que hubiera engordado, dado que estas chicas eran tan solo una pequeña muestra del terrorífico panorama de exigencias físicas que nos rodea actualmente. Porque ahora no solo está de moda el delgado “operación bikini”, sino que es casi mejor si además te matas en el gimnasio a hacer sentadillas y luces unas posaderas redondas y respingonas. Las estrías, las dobleces y las barrigas cerveceras son cosas que nadie tiene ni quiere y que hay que exterminar de la faz del planeta. También si portas una buena delantera tienes más papeletas de ser atractiva, o al menos eso dirán los likes en una foto de Instagram en la que la enseñes. En el mundo masculino ocurre tres cuartos de lo mismo: cuantos más músculos, mucho mejor. No hay lugar en este mundo en el que puedan refugiarse los michelines ni los cuerpo-escombro donde no se les acribille a juicios. O al menos ya se sabe que la web nunca será un sitio seguro para nadie, y menos aún para esas personas a las que se clasifica burdamente como “del montón”.


En eso nos hemos convertido: en una sociedad de escaparates en la que prima muchas veces el culto al cuerpo, pero en concreto al estándar antes descrito. La divinización de la carne y de lo que las modas abanderan en cada momento. Una sociedad ruidosa, llena de joyas doradas, de prendas de neón, botox y de manicuras kilométricas. Un sitio en el que no hay espacio para lo que se sale de la norma porque incluso la mayoría de aquello que parece que lo hace, entra dentro del saco de “moderneces revolucionarias pero políticamente aceptables”. Seguimos sin aceptar la verdadera diversidad: la que enarbola cada individuo por el hecho de ser quien es.


Es la sociedad en la que parecemos ser lo que queremos subir a las redes sociales. Seres perfectos, exitosos y con una vida aparentemente plena. Y esto no está mal, dado que para situaciones costumbristas y vulgares ya tenemos nuestro día a día. Lo negativo empieza al mismo tiempo que surge una frustración por no poder aspirar a lo que el resto enseña en Internet. Ocurre cuando la vida de las Pombo (influencers de calidad, para quien las desconozca) y la tuya se parecen en que a ambas les afecta la contaminación del planeta, pero en nada más. Lo puedes contemplar hasta con cierta envidia: toda esa ostentación de lujo y de perfección cotidiana de la que siempre estarás a años luz. Y te recuerdas lo mediocre que eres… y nos convertimos en seres acomplejados. Y es aquí donde empieza el problema.


Otro ejemplo lo tenemos en todas las aplicaciones de citas, en las que es casi automático el clasificar a las personas en “apto” o “no apto” en función de su muestrario de fotos (y bueno, si acaso, en lo creativas que puedan ser en sus descripciones personales. Pero esto no siempre es algo que importe demasiado...). Se le da la oportunidad de conocerte a una persona a la que has clasificado según su escaparate. Otra vez podemos ver, que a veces “el que no es tan guapo” tiene casi más difícil que nunca el ligar.


Otro lugar donde podemos ver lo que busca la media de la juventud española en sus potenciales parejas es en First Dates: un programa emitido en televisión en el que se presentan personas que desean conocer a otras por razones afectivas, amorosas y sexuales. Estos pretendientes tienen la oportunidad de cenar juntos y de compartir así qué es exactamente lo que buscan en una pareja. Pues bien, la mayoría de ellos anda a la caza de alguien atractivo (como era de esperar. Algunos hasta tienen en mente el perfil de características que desean encontrar) y que parezca que haga la vida medianamente amena. La gente seria y/o tímida es mucho mejor que se quede en el sofá de su casa viendo como los triunfadores conquistan a otros triunfadores. Otro requisito suele ser el deporte, los gustos musicales, la actividad sexual (es evidente que todo el mundo espera que mucha y de calidad) y los hobbies. Es cierto que en una primera cita (como es la que se emite en ese programa) no se puede obtener mucha información acerca del trasfondo de las personas con las que se cena, pero también es cierto que no muchos de los que acuden a ese programa dicen tener como prioridad el querer encontrar a alguien con valores. Se suele expresar fervorosamente (de forma casi primordial) el gusto por los tatuajes y por los brazos de gimnasio antes que el que la pareja a pretender en cuestión sea buena persona. 


Es cierto que muchos de ellos agradecen estar con alguien que les haga vivir en paz, pero no percibo que eso se tenga como prioridad a la hora de buscarle el atractivo a alguien. Aspectos como la autoestima, la espiritualidad o la entrega a los demás son un cero a la izquierda al lado de lo ruidosas que son las “buenas apariencias”. Parece más importante a ojos del mundo que alguien baile bien bachata o permitidme la expresión: "sea bueno en la cama" a que sea humilde, aunque eso último haga mucho más fáciles las relaciones con los demás.


Por eso, hago un llamamiento a los jóvenes españoles que esperan encontrar al amor de su vida, pero sin abandonar los estrechos y asfixiantes estándares que buscan encontrar en alguien. Me gustaría que cada uno antes de trabajar y esculpir su cuerpo (que está fantásticamente bien, pero también lo está la posibilidad de no hacerlo) pusiera interés en mirarse a sí mismo hacia adentro y encender el botón de la autocrítica y así, poder ver si está tallando igual de bien su espíritu. Y no solo eso: sino si verdaderamente se está preocupando por convertirse en el tipo de persona con la que le gustaría cruzarse por la vida.


También, por último, me gustaría que se diera por aludida aquella chica del bus que bajó la cabeza cuando sus amigas apostaron por decir que solo lo delgado es atractivo (y que la dieta de la alcachofa era la solución a la gordura y al desastre, cosa que me atrevo a cuestionar...). Me gustaría haber intervenido y haberle dicho que el problema lo tienen sus amigas por encorsetar a lo que el mundo ve sensual. Porque para empezar, me gustaría decir que la belleza está únicamente en los ojos de quien mira y solo por eso, ya es subjetiva: es propia de cada uno y de cada historia. Aparte de eso, lo bonito no entiende de presiones, de juicios ni de vergüenzas. No habla la misma lengua que la censura, la represión o el odio. Lo bonito tan solo existe y vive y solo por eso, ya tiene potencial de ser bello. Y lejos de ser el mítico mensaje emocionalmente cargante (que no niego que pueda serlo), es una realidad que a veces se nos olvida.


A fin de cuentas, el único tamaño que importa es el del corazón, ¿o no?





Por Clara Luján Gómez