Si se me quema el guiso

En primer lugar, una convicción: la forma de lidiar con una crisis mundial, un mal día y un guiso quemado se parecen mucho.



Lo más relevante de este proceso de inestabilidad y globalización al que, para acortar, llamamos COVID, es la dificultad de apartar la vista. Ricos, pobres, jóvenes, viejos, pro- o anti-vacunas. No importa de donde vengas o lo que pienses. O bien sales al mundo y te das de bruces con las mascarillas o, si no, te encierras en casa y revives el duro confinamiento de la primavera pasada. No hay opción. Mires donde mires, pesada y pegajosa, ahí está la realidad. Piensen en los niños. ¡Es que nadie va a pensar en los niños! Para ellos el problema no va a ser adaptarse a esta situación, sino reconocerla como extraña una vez haya pasado de largo.


Vino el veraneo y fue como un sueño para la mayoría. Una utopía creada, inventada por aquellos que tratan de dar soluciones a la recesión económica. Había mascarillas, sí. Pero vimos tanta luz, tantos juegos y tanta gente en la calle que, de pronto, la nueva normalidad parecía hasta sexy. Miradas seductoras que atraviesan FFP2 de máxima seguridad, playas de agua fría y montañas grandes e imperturbables. 
Ahora, aquella realidad que aparcamos en junio se nos cae encima. Nadie sabe cómo afrontar un curso covid. Políticos, profesores, médicos... Incluso el exrey se ha tenido que exiliar, dirá que por miedo a pillar el virus. 


Si fuera la incertidumbre… Pero son las decisiones. Si fuera sólo la enfermedad… Pero son los enfermos. Si sólo fuera la crisis… Pero ya no nos la cuelan. Nunca es “sólo” la crisis. Este coronavirus hace estragos a corto, medio y largo plazo. La indecisión a la hora de solventar problemas cercanos o lejanos nos bloquea e impide que se genere una respuesta útil. La solución no es acostumbrarse, no es adaptarse a lo que hay. Necesitamos crear el mundo en el que queremos vivir durante los próximos años. 


Desconozco el número de enfermos , de muertos y de heridos en la batalla. (En internet dicen saberlo pero tampoco lo saben. Aún así dan un número: 30 millones de enfermos, 1 millón de muertos. Cómo nos gustan los números). Lo único que sé es que no quiero acostumbrarme a recibir esa información constantemente ni quiero olvidar que son personas. En su mayoría personas pasando muy malos ratos. Los enfermos y los que les cuidan. No quiero adaptarme a un mundo en el que hay gente sufriendo. Pero ¡ay! es que siempre hay gente sufriendo. 

"Que inmenso dolor oculta el vivir
que muere el ocre alma en lo ajeno
y así en lo propio se siente trueno
y no sabe en cuál fijarse al sufrir.''

Intentamos zafarnos de este sentimiento para poder seguir adelante. En muchas ocasiones no lo conseguimos. Los sentimientos no son como las ideas, nadie puede rebatirlos. Quedan pesados e inmutables en el fondo del ser. Una sociedad que sólo contempla el dolor se convierte en un grito de agonía que se contagia, como un bostezo, de garganta en garganta. Quisiéramos ahogar esas voces, afrontar con valentía el futuro incierto. Pero, después de meses sin observar mejoras, sólo quedan fuerzas para gritar.


Mires donde mires, pesada y pegajosa, ahí está la realidad.


Y tiene, por suerte, tantas canciones, bailes, sonrisas… Tiene tantas personas buenas que cuidan de otras personas. A veces sólo necesitamos que alguien nos lo recuerde. Que los expertos nos hagan ver que el mundo está hecho de pana y rubí, como dice el Kanka; que la educación es una actividad y no un lugar, como repite una y otra vez Andreas Schleicher; que todos, como Picasso, tenemos épocas azules y épocas rosas. Y entonces, poco a poco, como quien enciende un fuego bajo la lluvia, comienzas a entender y a enfrentar esos sentimientos que tan poco espacio dejaban a la esperanza. 


Esto es lo que se debería enseñar en un colegio. A entender y aceptar emociones, a conocer y cuidar a las personas. Ahora, más que nunca, tenemos que comprender que la instrumentalización de la educación es inútil para afrontar los problemas del siglo XXI. Los Ríos de España no calman la ansiedad y la depresión no desparece con un buen análisis sintáctico. El mundo no se sostiene con medicina e ingeniería, sino con médicos e ingenieros. La universidad debe ser algo más que una fábrica de graduados que cubran la demanda en un momento concreto. El mensaje para un niño que está aprendiendo, y para aquellos no tan niños, ha de ser este que aquí arriba se intuye: el mundo es complejo y cambiante, hay sufrimiento y desesperanza y, sobre todo, existen muchas herramientas para afrontarlo y transformar todas esas dificultades en nuevos valores, útiles y gratificantes. 


La convivencia y el progreso deben ir de la mano.  Independientemente del título o la posición necesitamos personas capaces de reconciliar tensiones y de tomar responsabilidades sin temor. Esto, y no la información, es lo que nos hará libres.


Así es una crisis, un mal día o un guiso quemado. Duele, aprendes y después de aprender lo compartes con los demás. Enseñas para que el siguiente tenga herramientas con las que afrontar un guiso quemado, un mal día o, en su defecto, una pandemia mundial.

Por Juan Cabrera