La alegría del hombre miserable

"Nada es tan insoportable para el hombre como estar en pleno reposo, sin pasiones, sin quehaceres, sin divertimento, sin aplicación. Siente entonces su nada, su abandono, su insuficiencia, su dependencia, su impotencia, su vacío. Inmediatamente surgirán del fondo de su alma el aburrimiento, la melancolía, la tristeza, la pena, el despecho, la desesperación"

"Y por esto, cuando se les reprocha el que aquello que buscan con tanto ardor no puede satisfacerles, si respondieran, como debieran hacerlo bien pensado, que no buscan con ello sino una ocupación violenta e impetuosa que les desvía de pensar en sí mismos y que por esto se proponen un objeto atractivo que les encante y les atraiga con ardor, dejarían sin réplica a sus adversarios. Pero no responden esto porque no se conocen a sí mismos. No saben que lo que buscan no es la presa, sino la caza."

(Blaise Pascal, Pensamientos)


Quién puede culpar a los que miran a otro lado. Por momentos este mundo es tan cruel que desearíamos continuar nuestra vida con los ojos cerrados. La realidad es un plato que se nos sirve muy frío. No es sencillo digerirla, pues se atasca en las paredes del esófago. A veces, es necesaria la distracción para dejar de sentir su peso en la garganta. El problema viene cuando, por haber dejado de prestarla atención, nos atragantamos.


Qué es el divertimento y el ocio, sino una forma de distraernos de lo que acontece. Tomamos parte en una especie de obra de teatro, en la que, si desempeñamos bien nuestro rol, podemos ganar algo. Esta victoria, por muy insignificante que sea en la práctica, adquiere un valor enorme en el ámbito ilusorio del juego y se transforma en un instante de felicidad para cualquiera, tanto si se ve a sí mismo como alguien feliz, como si se considera una persona miserable.


En el año 1 del coronavirus, igual que en el resto de la historia, el ocio está desempeñando una función imprescindible. Día tras día se ve preocupación en los rostros de los ciudadanos, que sienten un miedo profundo al presente, pero sobre todo al futuro. En medio de este carnaval de máscaras lánguidas, crece la necesidad de desviar la atención hacia algo que no sea tan importante. El juego se convierte en la salvación para aquel que no soporta pararse a pensar en su situación.


¿Deberíamos condenar esta actitud por esconder la realidad? No lo creo. Lo más sensato sería analizar la función que cumple en nuestro desarrollo, como hemos hecho. Esta función no es otra que la de garantizar nuestra salud mental al permitirnos descansar de las desgracias que sentimos, o de las que creemos que sentiremos. Ahora bien, aunque no reprobemos el ocio de forma total, cabe buscar una forma de incorporarlo a la vida, sin que por ello tengamos que dar la espalda a nuestras responsabilidades.


Una solución posible sería que, incluso en los momentos de juego, fuéramos conscientes de nuestros deberes, de nuestras alegrías y nuestras desgracias. Sin embargo, esto es algo imposible. La característica más determinante del ocio es la de retirar la realidad que nos define al ámbito del subconsciente. Por lo tanto, habría que descartar esta opción.


Para construir un ocio sano debemos partir de la evidencia de que en el divertimento no es posible hallar la felicidad. Si tomamos esta premisa, será mucho más sencillo encontrar un goce sensato, pues, por mucho que el juego nos procure un bienestar momentáneo, nunca nos ofrecerá tanto como lo que obtenemos en la paz o en el amor. Un ludópata nunca será capaz de experimentar una alegría plena, pues su subconsciente alberga la miserable realidad, a la que siempre ha dado la espalda, pero que continúa haciendo mella en su ánimo. 


La síntesis que podemos sacar de todo esto es que la distracción es necesaria pero peligrosa. No le podemos negar a nadie la posibilidad de estar unos minutos ausente de las responsabilidades a las que está sometido. Sin embargo, habrá que aconsejarle que lleve consigo mucha precaución, pues no es difícil abandonarse en el juego, que nos ofrece alegrías inmediatas. De forma inevitable, si queremos mejorar nuestra vida, tendremos que hacerlo con los pies sobre la tierra y los ojos bien abiertos, y mientras que tengamos claro que debemos anteponer la realidad, estaremos a salvo.




Por Jaime Cabrera González