Hace unos días, encendí el teléfono y abrí la
aplicación de Instagram. Primero, miré las fotos de las personas a las que
sigo, un "like" por aquí,
un "unfollow" por allá y me
puse manos a la obra para ver qué había pasado por el mundo en las últimas
veinticuatro horas.
Comenzaron a aparecer algunas noticias del
Covid-19, otras con el hashtag #blacklivesmatter y también cientos de artículos
acerca de política nacional e internacional. Sin embargo, entre tanta
información, una de ellas me llamó la atención. Deslicé el dedo y pude ver una
fotografía publicada por la Academia de Cine. En ella se encontraba un primer
plano de Rosa María Sardà. Ella, la gran dama de la comedia, nos había
dejado y su ausencia provocará un vacío imposible de sustituir.
En la caja de descripción ponía que había
fallecido a la edad de setenta y ocho años, debido a un cáncer linfático. "Maldito cáncer" pensé. Y de pronto, se me vino a la cabeza
hacerle un pequeño homenaje, a cambio de todo lo bueno que ella había aportado
a la sociedad. Es justo esta la causa por la que este artículo no va a ser una
leyenda o un cuento como acostumbro, pero sí será un relato en honor a esta
gran actriz, presentadora, humorista y directora.
Nació en la ciudad de Barcelona y su nombre
oficial era Rosa Maria Sardà Tàmaro, pero para todo el mundo era la
Sardà. Perteneció a una familia ligada al espectáculo, exmujer de José
Mainat (actor y miembro de La Trinca), hermana de Javier Sardá (periodista) y
madre de Pol Mainat (actor). Fue junto a su hijo con el que protagonizó la
famosa serie "Abuela de verano". Mención especial a esta última
serie televisiva que he nombrado, ya que para mí tiene un significado especial.
Recuerdo las tardes de verano cuando yo era pequeña, como me acomodaba en el
sillón, justo en frente de la televisión para ver un nuevo capítulo de aquella
mujer que contaba la historia de su vida, rodeada de sus nietos. Una serie cargada de lecciones de vida y de
aprendizaje. Una enseñanza sobre lo que realmente importa, la familia.
La actriz empezó su formación artística como
autodidacta, comenzando a hacer teatro con un grupo de aficionados del barrio
de Horta de Barcelona. Debutando en 1962 en el teatro profesional. El gran
salto televisivo lo dio en 1975 con diferentes programas. Seis años más tarde,
en 1981 conseguiría su primer papel en el cine, en la producción del "Vicario de Olot" de Ventura
Pons. A finales de los ochenta trabajó con Berlanga en la película "Moros
y cristianos" además de protagonizar su primer papel en "Madre coraje y sus hijos" en
el Centro Dramático Nacional. En la década de los noventa, participó en la
película de Fernando Colomo, "El
efecto mariposa" e incluso con Fernando Trueba en "La niña de tus ojos".
El gran
premio lo ganó, no una, sino dos veces, por su trabajo
en "¿Por qué lo llaman amor cuando
quieren decir sexo?" de Gómez Pereira y "Sin vergüenza" de Joaquín Oristrell. En los últimos
años su carrera ha estado más ligada al teatro, donde destacan papeles como el
de la doctora Vivan Bearing en
"Wit" (2004) y el de Poncia en la aclamada obra "La casa de Bernarda Alba". Importante
destacar su trabajo en películas de renombre como "Todo sobre mi madre" de Pedro Almodóvar; "Te doy mis ojos", de Icíar
Bollaín y "Ocho apellidos
catalanes" de Emilio Martínez - Lázaro.
“Qué complicado es morirse en
el primer mundo y qué caro”
"Intentan alargarte como
sea la agonía, mantener a alguien que ya no es una vida, es una cosa porque ya
no eres lo que eras"
"No. Yo no lucho contra
nada. No se lucha contra un cáncer. El cáncer es invencible. No se lucha. Es
una cuestión de que los que se ocupan de ti tengan más o menos tino al
programar unas ciertas medicaciones. No se trata de un match a ver quién gana. El cáncer siempre gana".
En mi opinión, la lucha la podemos
ganar o no,
pero lo importante es no rendirse nunca. Pase lo que pase y pese a quien le pese. Hay
que enfrentarse a los problemas con positividad porque sea cual sea el final,
adquiriremos una experiencia y unos conocimientos que servirán de inspiración a
todas aquellas personas que también estén viviendo momentos difíciles. Y aunque uno no consiga vencer a los
infortunios de la vida, nunca se irá del todo. Todos dejamos una huella en
nuestro paso por la vida, una huella imborrable que será recordada por todas
las personas a quienes quisimos y que nos quisieron.
Con
esto, solo puedo darte las gracias por todo lo que nos has regalado a lo largo
de tu inmensa trayectoria y desearte un buen viaje. ¡Hasta siempre maestra!